Reproducimos para ustedes este ensayo sobre el segundo libro de Maximiliano Barrientos, Hoteles. Este texto, que fue previamente publicado en Arte No Existe, se centra en la fragmentariedad, las imágenes y detalles presentes en aquel libro.
por Sarah Mendieta
Hace varios años recuerdo haber leído un fragmento escrito por Borges en el que delimitaba su ser, y del otro yo, a través de objetos. Hacía referencia a sensaciones, olores, gustos y objetos específicos que finalmente construían una individualidad. “Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café y la prosa de Stevenson...”. Así, Borges se adueña de los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café, la prosa de Stevenson, entre otros. A través de objetos, sabores y escritos se instaura un universo particular, un mundo por el que transitan también sus poemas y sus cuentos.
“Piano, tecnología, ojos, placas, hoteles, lluvia”, canta Saúl Hernández. Palabras sueltas que no tienen sentido, apenas es posible captar algunas y decirlas, reflexiona el joven que intenta ser músico. En “Primeras canciones”, cuento con el que se abre Hoteles, de Maximiliano Barrientos, se delimita el espacio de construcción ficcional, se abre un lugar desde donde es posible imaginar y crear estos personajes particulares, este mundo particular. Pero no es un espacio físico, un lugar en específico, son palabras, frases e incluso imágenes: “la imagen es más o menos esta: una mujer se pinta las uñas sentada sobre la alfombra de una habitación de hotel con la espalda apoyada en la pared”, continúa Saúl, son fragmentos de vidas de personas que en conjunto forman este espacio ficcional.
Así se construye este cuento y los dos siguientes. Retazos, fragmentos, pedazos que pertenecen a una construcción que poco a poco va tomando forma y construyendo un espacio ficcional, un universo particular, o bien, un “paisaje privado”, utilizando las palabras de Tero, que desde ya pertenecen a Maximiliano Barrientos.
Primer fragmento: múltiples personajes
El todo se entiende por las partes, las partes se refieren al todo, es la figura de sinécdoque que se encuentra presente en la narración. En Hoteles todo es fragmentario, divisible, dividido e escindido. Ya no hay unidad, solo retazos, pedazos que a la vez se dividen en más partes. Son tres cuentos, tres historias dentro las cuales se cuentan otras historias. Historias que cuentan más historias, personajes que cuentan su historia presente, narradores que anuncian el futuro y regresan al pasado.
Saúl y Claudia, el joven músico que conoce a una estudiante de arquitectura después de su primer fracaso como cantante; Javier y Alejandra, una relación disuelta sin razón; Javier y Lucía, un encuentro casual en una noche lluviosa; Tero y Abigail, compañeros de trabajo que inician un viaje que durará 12 o 13 semanas; Alfredo (el mismo Tero) y Laura, el joven que decide casarse y convertirse en padre de familia, sólo para nombrar algunas de las parejas, entre una lista aún más extensa, pues las posibilidades se multiplican, incluso el director que filma un documental sobre el viaje de Tero y Abigail se imagina a sí mismo con ella, y la llama, escucha su voz en el teléfono. Pero en realidad, cada pareja es una de las posibilidades, uno de lo ángulos de enfoque, un momento, un fragmento que forma parte de “la pareja” que se va delineando gradualmente. No hay diferencia entre Alejandra, la argentina que regresa a su país natal dejando a Javier, y Cristina, quien pronto dejará al director de cine. La unidad amorosa es pasajera, efímera, el amor no es más que una suerte de unión momentánea: Tuvimos suerte, eso es todo, dice Alfredo sobre su relación con Laura. Y cuando la suerte termina, la unión se deshace. Se deshace esa pareja y se forma una nueva. Pues aunque son dos, aunque viven juntos, aunque escriben un presente en común, los personajes siguen solos: “La soledad es una forma de confort contemporáneo, piensa Claudia” [18]. Se siente el placer de vivir en completa soledad, pese a tener a alguien a tu lado, a ese “otro”, siempre mutante, siempre reemplazable.
Algún día estaremos separados y viviremos vidas distintas y a veces pensaremos en quiénes fuimos. No pensaremos en lo que estamos haciendo en este momento. Tendremos vidas con otras personas y recordaremos lo que no queremos recordar, así sucede casi siempre. No seremos lo que somos ahora y no tendremos pena por dejar de serlo [176].
El mito del andrógino ha muerto, no existe la mitad complementaria única, sino múltiples posibilidades con quienes se mantiene una vida en común. La unión es un proceso de construcción (o quizás autodestrucción) personal. Se es a través del otro, por un momento, mientras dure la suerte, y después queda proseguir, continuar el peregrinaje hasta encontrar el siguiente.
Segundo fragmento: imágenes incompletas
De manera análoga a la fragmentación de personajes, la narración se construye sobre un sin número de: “Cuadros. Imágenes. Instantáneas” [83]. Son detalles, miradas que rescatan un pequeño suceso, una nimiedad que construye el “paisaje privado”. Quizás no recordemos la historia completa de Tero y Abigail, pues en realidad no importa qué pasó en el viaje, sino importa lo que queda en la memoria, lo que podemos aprehender en el presente:
Si me quedo con alguna imagen del viaje, me quedo con ésa. Una imagen en la que no participan las personas, sólo partes de personas, las entrañas del auto, los ruidos que hay al otro lado del mundo. Ruidos mortales. Todo es mortal, tengo polvo en la cara y estoy inspeccionando la movilidad. Por un momento no hay pensamientos, hay mucho calor pero no pensamientos. Todo es mortal y todo tiene un ritmo que se va enlenteciendo paulatinamente [128].
Desde tres puntos de vista se ensaya una imagen precisa que describa el viaje completo. Pues el peregrinaje ha terminado y solamente podemos aprehender y guardar en la memoria un instante. Tero escoge retazos de momentos: partes de personas, el interior del auto, ruidos y sensaciones, el calor, el polvo en la cara, una imagen que paulatinamente se hace más lenta hasta quedar fija, como una foto, como un cuadro, como una instantánea.
Se anula todo proceso de linealidad. Ni siquiera se puede grabar una imagen como una escena, pues ésta se convierte en un cuadro sin movimiento, sin continuidad, sin futuro. Se deshace, se fragmenta, se destruye para construir detalladamente un mundo.
Tercer fragmento: mirar y ser mirado
Mirar, ser mirado, dejar que te miren, verte en el pasado, verte en el futuro, son formas de coleccionar más imágenes. Como si se escribiese un posible guión cinematográfico de la vida, el narrador juega con la idea de filmar: “Si hubiera una cámara de seguridad en el baño, se los vería desnudos, comienza el narrador, si hubiera una cámara de seguridad, se podría poner pausa y se formaría un plano de la mujer mientras ríe cuando el hombre asienta una mejilla en sus rodillas” [11,12]. Si hubiese la cámara se registraría y permanecería inmutable, eterno, el instante compartido entre ambos. Pero,” [n]o hay tecnología reteniendo cada uno de estos momentos”, concluye el narrador, no hay cámara de seguridad, el momento se registra en la escritura, en la palabra escrita.
El narrador se convierte en el director de la película, o más bien, del documental, de la historia de las múltiples parejas. Él retiene las imágenes que desea, él nos deja ver lo que le apetece: “Véanla a los diecinueve años, todavía no conoce al hombre [14], y nos va lanzando detalles del presente y aún del futuro: Claudia estudia arquitectura en la UPSA. A diferencia de Saúl, acabará la carrera, pero al igual que él, todavía no lo sale [17]. La cámara es sólo un medio para registrar esos instantes. La palabra, la imagen creada a través de la palabra es tanto más poderosa que la imagen misma.
En “Hoteles”, el juego de miradas se multiplica. Inicialmente se narra la historia de Tero, Abigail y se incluye a Andrea. El viaje de doce o trece semanas se narra desde tres ojos: él, ella y la niña. Por que lo que sucede puede mirarse a través de los ojos de él, de ella y también a través de la niña. Lo que perdura de la experiencia, lo que se preserva del suceso en realidad son paisajes privados, tres paisajes privados que luego se convertirán en un documental, en una filmación del director.
La cámara nos mira, es cierto, la cámara nos graba y nos inmortaliza, pero la mirada es doble, pues incluso esto se quiebra, los personajes también pueden mirar a la cámara: “Andrea acaba de subirse a un banco y husmea a través del vidrio. Afuera hay gente de distintas razas. Mira a la cámara y sonríe, se baja de inmediato, siempre que mira a la cámara se sonroja. Otros niños nos miran, Andrea se esconde detrás de un montículo de ropa, escucho su voz” [136, 137].
Casi al final de la novela, luego de filmar y registrar imágenes, este juego se revierte, y con una mueca graciosa e inocente, incluso con un poco de vergüenza, Andrea mira de frente a la cámara. La cámara también se convierte en una imagen.
Cuarto fragmento: objetos, lugares, situaciones, es decir el universo de particularidades
Se viaja, se deja atrás lugares impersonales (hoteles, cafeterías, bares, estacionamientos, lavanderías, etc.) para inventar lugares íntimos (en esto Tero está en lo cierto: el viaje como la construcción de un paisaje privado) [120].
Aquello que al principio denominábamos como el universo particular de Borges es expresado por Barrientos como un “paisaje privado”. El viaje narrado en realidad está presente en la escritura, en la construcción de hechos o sucesos que se convierten en íntimos. La narración logra convertir aquellos lugares impersonales en lugares particulares y llenos de sentido. Los hoteles, las cafeterías, los bares, los estacionamientos, las lavanderías, etc, se convierten en puntos de encuentro, en lugares habitados por estos personajes en búsqueda de entenderse y aprehender su vida, o el instante de ella.
Piano, tecnología, ojos, placas, hoteles, lluvia, canta Saúl y con estas seis palabras define el paisaje particular que es común a lo largo de los tres cuentos: la música, el piano que suena, las innumerables referencias a canciones, melodías que se escuchan y definen la sus múltiples personalidades; la cámara como tecnología que permite aprehender un instante; lo ojos que miran desde uno y otro punto de vista; las placas de lo autos, lo vehículos que permiten alejarnos, distanciarnos, recorrer grandes distancias para autoconstruirnos (o quizás autodestruirnos) y autoescribirnos; los hoteles como casas múltiples, pertenecientes a todos, a quien desee pasar el día o la noche en ese espacio habitable; y finalmente la lluvia o la relación inseparable con la naturaleza, el frío –hace mucho frío en sus relatos, solamente hay algunas escenas con extremo calor-, el sol, el polvo, el paisaje, elementos que dialogan con los personajes. Todos estos son espacios por los que transitan estas parejas, son elementos que se mantienen presentes en este universo particular.
Cuatro fragmentos de un universo particular, ésta es apenas una aproximación de los detalles con los que se construye esta obra. Detalles que construyen un universo estructurado y ordenado. Nada es gratuito en la narración, ningún personaje está de más, ningún gesto es insignificativo. Hoteles está escrito con sumo cuidado, con mucha precisión, con muchos detalles que aguardan ser descubiertos -¿por qué son cinco los dardos que utiliza Claudia?, ¿por qué faltan cinco minutos y luego cinco segundos para que despierte Saúl? Abigail se despierta a las cinco, el comerciante bordea los cincuenta-. Queda todavía material para descubrir, pues, recordándonos el estilo de J. D. Salinger, la cotidianeidad es solamente una forma de disfrazar la trascendencia de lo propuesto, es una forma de digerir aquello que se desea transmitir.
Bibliografía
Barrientos, Maximiliano. Hoteles. Santa Cruz: La Hoguera, 2007
Borges, Jorge Luis. “Borges y yo” en Páginas escogidas. La Habana: Casa de las Américas, 1988.
1 comentario:
¿Otra vez le están chauqueando sus colaboradores?
Dejeme hacerles una sopranística visita y verá cómo se ponen piano piano.
Saludos a todos
Publicar un comentario