viernes, 30 de diciembre de 2011

Ilusión para que la verdad no nos destruya

Seguimos con nuestro especial colectivo sobre discos de 1991, esta vez con un disco clásico de inicios de la década grunge: Use your illusion de los Gun’s and Roses. El crítico invitado, que nos tiene acostumbrados a textos sobre ítems más excéntricos, roza la confesión personal pero a la vez acomoda, con subjetiva objetividad, este disco dentro del contexto de su producción.

Por Javier A. Rodriguez

“19 homos think Justin Bieber is a musician”

Skela961,


Siempre he sido un pobre carajo, desde chiquito. Tendría cinco años pero me acuerdo bien cómo me podrí de la envidia cuando, así como suelen hacerte contar los autos rojos que hay en la calle o te muestran fotos de chimpancés en una revista, uno de mis tíos le enseñó a su hijo un retrato de Elvis Presley. Yo no tenía ni idea de quién era Elvis, pero no me gustaba que mi primo me superase en algo. La maldad y el rencor son rasgos muy fuertes en mi familia (amén de ser cochabambinos, los juicios entre hermanos llegan a la docena), así que era de esperar que me encaprichase con eso de saber más de rock que cualquiera de mis parientes. Igual puede que mi tío lo hiciera para mandarse la parte, queriendo probar qué él era tan cosmopolita que podía reconocer a todos los famosos del mundo –y una simple coincidencia puso ahí la fotografía de Elvis y no la de Hemingway o Paz Estenssoro. Y vaya que me empeciné con la idea, aunque con cinco años, en la casi rural Cochabamba y sin hermanos mayores, había pocos lugares a los que uno podía confiarse para descubrir qué era el rock. Tampoco iba a creer que la programación de Radio “Centro”, siempre sintonizada en casa de mi abuela, o esa revista “Life” con Pau Casals en la tapa, tenían alguna pista… ¿verdad?

Apenas un par de años más tarde, mi mamá atendía a un paciente que supongo iba a la consulta directo de sus clases. No me pregunten su diagnóstico, nombre o señas particulares, pero hay algo de sus visitas que recuerdo con claridad. Es probable que no llevase siquiera polera negra, pero sí tenía una carpeta con el logo de Guns and Roses, ese con las calaveras sobre una cruz. Algo en aquel dibujo debió impactarme, pues cuando en un recreo nos pusimos a hablar de bandas de rock, tabú total en un colegio como el “Don Bosco”, arranqué con un monólogo sobre los Guns. No había escuchado ninguna de sus canciones, pero comencé a inventarme las tonterías más extremas que se le pueden ocurrir a un chango de esa edad: baños de sangre sobre el escenario, destrucción de instrumentos, rituales satánicos… todo lo que sonara convincente para adjudicárselo a una banda liderada por un tipo que –esto era todo lo que sabía– solía usar poleras con la cara de Cristo, shorts de ciclista y una bandana. No sé si fui convincente, pero para mí toda esa farsa, el espectáculo que sugería un logotipo como poderosa declaración estética, era rock en potencia.

Desde hace poco más de un lustro, a consecuencia del agotamiento posmoderno de los referentes canónicos, el revisionismo ha consentido el rescate de la música más cuadrada como latente influencia cool: Journey, Fleetwood Mac, Hall & Oates, Ace of Base… y así hasta el extremo de Daniel Lopatin reivindicando a Chris de Burgh como protomártir del pop hipnagógico. Es curioso que no haya pasado lo mismo con GnR, en teoría mucho más afines al rock que Phil Collins o George Michael. Es que con los Guns hay una diferencia fundamental: siguen activos, el affaire “Chinese democracy” está demasiado fresco y –lo que es definitivo– su ethos se contrapone sin remedio a los puntales simbólicos del grunge, mojón con el que la cultura popular ha querido marcar ese 1991. Ni hablar de rescatar su desmedido disco doble del aquel año, aunque sí hay quien ha querido leer en “Apetite for destruction” (1987) el finiquito rabioso del metal ochentero y la incisión punk en el mainstream –méritos que normalmente se le atribuye a “Nevermind”. Más o menos como cuando Simon Reynolds dijo que los Pistols en realidad eran la última banda de rock y no la primera del punk, pero eso tampoco es del todo cierto. Los Guns no son la primera banda grunge, sino más bien la cosa excesiva y arrolladora en la que habrían mutado los Pistols si es que John Lydon hubiese sido un megalómano con ganas de tener un jet privado y no el tímido situacionista que era en el fondo. En cierto modo, Guns and Roses era la última maquina del rock con el input de una década de fogueo punk. En un universo paralelo, Nirvana se fundó tocando “Nightrain” y no covers de CCR. Y no hizo falta nada más.

Pero no hay que tirar demasiado hacia la ciencia ficción para encontrar cierto traslape. Incluso si nos atenemos a su genealogía oficial como desgaje del hair metal, los Guns y el grunge comparten raíces: The Who, Led Zeppelin y Kiss aparecen en la lista de influencias de Pearl Jam y GnR (también de Poison, pero esa es otra historia). Vista fríamente, la sensibilidad melódica inserta en una matriz de rock duro de Cobain y Rose son casi imágenes especulares; como si Axl fuese Kurt con un poquito menos de horno indie y una coraza-ego más dura, el gemelo que en lugar de “Surfer Rosa” descubrió “Madman across the water”. Por supuesto, también está ahí la común devoción por los Stooges, la versión de Soundgarden que se coló en “The Spaghetti Incident?” (1993), el abrazo casi ideológico al rock de los setenta… Sin embargo, por sólida que parezca la hipótesis de los Guns y el grunge como rutas paralelas de una misma expresión, sólo funciona para explicar el primer disco de la banda. ¿Qué hacemos con la que se supone fue su obra definitiva, el cuádruple tan desbordado de ambición que sólo podía ser fruto del inestable matrimonio del genio y la locura? Pues sí, fue “Use your illusion” y no “Appetite for destruction” el disco que lanzaron los Guns en 1991. Y es el que a mí me parece vale más la pena recordar.

Lo extraño es que “Use your illusion” no se ajusta a ninguna de las narrativas elaboradas en torno a 1991. Está claro que no cuadra con lo que de este lado del indie se leyó como “The year punk broke”, pero tampoco cabe entre el establishment enranciado al que se supone que “Nevermind” jubiló. Igual, por mucho que “Use your illusion” retuviese parte de la intensidad de “Appetite for destruction”, los músicos que lo habían grabado se movían en un universo distinto. Los Guns modelo ‘91 eran la banda liderada por un tipo que montaba delfines y dormía rodeado de crucifijos rotos, una pandilla que se había gastado al menos un par de vidas en noches de juerga y carretera. Si “Sandinista!” fue un disco ridículo y excesivo, pero un esfuerzo honesto que se enfangó por no estar al alcance de los medios de sus autores, “Use your illusion” se regodeaba en una perfección artificial, era el producto deliberado de una ambición calibrada a ordenes de unos egos descomunales. Pero eso es algo de lo que se podría acusar a la mejor parte de la discografía de David Bowie, y lo cierto es que en sus más de dos horas de duración, “Use your illusion” guarda momentos inspirados (“Pretty tied up”, “Yesterday”, “Locomotive”, “Estranged”), conmovedores (“You ain’t the first”, “14 years”) y de genuina furia (“Right next door to hell”, “Back off bitch”, “Get in the ring”). Así, “Use your illusion” es el disco de una banda que no sólo tuvo la osadía de querer inscribir su nombre entre las leyendas del rock, sino que se atrevió a grabar un disco para resumir la historia del rock, una colección de canciones que pudiese gritar: “Rock’n’roll c’est moi”. ¡Y lo peor de todo es que los muy hijos de puta lo lograron!

Siendo GnR la única banda de metal que se atrevió con el punk –eso si olvidamos la versión de “Anarchy in the UK” que solía tocar en sus shows Mötley Crüe–, es raro que hayan elegido “Dead horse”, una canción que suena a los Stones circa “Goats head soup”, como single de presentación para “Use your illusion”, pero es incluso más extraño que el grand finale haya correspondido a una canción guiada por… ¡una flauta travesera! Bueno, esas excentricidades eran parte de la identidad de la banda desde un principio, pues “Appetite for destruction” tampoco es una colección de chicotazos, ahí está el galope funky de “Rocket queen” o ese corte extraviado de Grand Funk Railroad que es “Mr. Brownstone”. Lógico, no todas sus canciones eran “Welcome to the jungle”. Aún así, sorprende que la banda consiguiese cuajar tantos palos estilísticos en un todo largo pero compacto, arriesgando sin desprenderse de su anclaje punk-metalero. No fue fácil y no siempre salió bien. Comencemos por los covers, tan crasos que ni Queen (la banda totalitaria por excelencia) los firmaría. Entre el material propio, “Coma” es un mal chiste (cuando necesitemos narrativas metaleras siempre tendremos a “Lulu”), ”Civil war” es una canción protesta tan torpe que hace quedar al Bobby Gillespie post-“Screamadelica” como un sutil ideólogo, y la fichita rockera de “You could be mine” falla pues… ¿Qué clase de punk usa condicionales? Sin embargo, eso es lo hermoso de “Use your illusion”, un disco que como Ícaro consigue tocar el sol pero termina de bruces contra el piso, con la banda destrozada por el disco que se supone tenía que convertirlos en los más grandes de todos los tiempos. Y desde que Robert Johnson le vendió su alma al diablo hasta que Cobain se destapó los sesos, esa ha sido la historia del rock.

Puede ser que todo en “Use your illusion” sonara demasiado limpio para seguir creyendo que había punk o metal en eso. Claro, si somos honestos tendríamos que admitir que “Nevermind” tiene también un lustre sospechoso. El grunge como nos lo vendió MTV suena a la mierda pasteurizada de Brendan O’Brien y Scott Litt, nada que ver con la agresión de Dinosaur Jr. o Hüsker Dü, que condensaron la toxicidad rabiosa de “TV eye” y “A hole in the sky” en riffs. Si de melodías se trata, Teenage Fanclub (robándole a Big Star o no) jugaba en otra liga, y los Replacements ya habían despachado a toda la competencia con sus canciones que capturaban a la perfección la experiencia adolescente. Lo que rescata a las bandas grunge era el sudor, el nervio, mirarse a los ojos con y desde el público. Sí, hay tanta demagogia en esos gestos como en los brazos abiertos de Bono, pero que me hablen a mí de demagogia cuando tengo quince años y estas canciones son el mundo entero y más. Y con Iggy Pop pre-jubilado, en 1991 el amo de los escenarios era Axl Rose. Además, su comportamiento de diva malhablada y pendenciera no era tan distinto de lo que yo había imaginado en los pasillos de mi escuela primaria. Sólo en su gira de 1991 los caprichos de Axl habían provocado dos revueltas –y de las de verdad, dignas de estudiantes de la UPEA. Incluso ahora, obeso, con una gabardina de Dick Tracy y rodeado de mercenarios de la más baja calaña, Axl Rose es capaz de poner a hacer pogo a medio Brasil. Ah sí, algunas noches todavía los siguen corriendo a botellazos.


Obvio, 1991 me encontró demasiado chico para poder experimentar de primera mano todo esto. Sin embargo, los Guns, el grunge y el resto de bandas emblema de aquel año no me son distantes (como todo el mundo, tuve casetes de Nirvana y cambié el canal con “November Rain” infinidad de veces), pero soy lo suficientemente escéptico para poder comparar a Kurt y Axl sin por ello sentirme como si estuviese insultando a mi mamá. La verdad es que, si dejé de escuchar a Nirvana muy pronto, los Guns nunca me dejaron en paz. Desde los días del “Don Bosco”, mucho antes incluso de escucharlos por primera vez. Renegué de ellos sin asco, pero igual se las arreglaron para ser el soundtrack de mis primeras farras, en los bares menos cool de este mundo (a pesar de que luego me encerraba en un auto para escuchar “Where is my mind” mientras todo me daba vueltas). También parecía que tenía que encontrarme con un mega-fan en cada nuevo semestre de la universidad; tipos repulsivos que insistían que Slash era el mejor guitarrista vivo de todos los tiempos. Con todo, uno de los mejores conciertos de mi vida fue un tributo a Guns and Roses en el “Felix Capriles”, al que llegué por accidente, siguiendo a unos amigos y con entradas regaladas, pero del que nos fuimos tan contentos (y severamente intoxicados) que el lunes salimos en “Los borrachitos del fin de semana” de Unitel. Pero lo más inquietante de todo era la foto de Steven Addler que dominaba la banca donde hacia mi rutina de cuádriceps, en un gimnasio que parecía una mazmorra. No estoy seguro si había algo gay en eso o no, pero hace no más de un mes dos turcas se peleaban por ver quién se quedaba conmigo, mientras un tipo cantaba “Welcome to the jungle” en un karaoke chino del Paseo de Gracia. Como se ve, esta no siempre ha sido una persecución molesta, pero sí muy rara. Casi tan rara como ese poster de Axl Rose sin camiseta que adornaba las paredes de uno de los micros de la línea “L” de Cochabamba. Casi.

Parte de esa ubicuidad se debe a los esfuerzos de la propia banda por sintetizar una época. Ya hemos hablado de lo que eso significaba en términos musicales, pero lo que puso a los Guns por encima de la competencia fue que entendieron que su mito se debía construir por los ojos. De ahí que hayan dominado el vídeo musical con la trilogía “November Rain”, “Don’t cry” y “Stranged”, derroches presupuestarios en los que ya Slash tocaba un solo mientras caminaba sobre el agua, la banda zapaba sobre un portaaviones o Axl iba del matrimonio al cementerio en un estribillo. Un amasijo de clichés rockeros perfeccionados con obsesión y desmesura tales que no hay por donde quebrarlos, estos vídeos son la leyenda de Guns and Roses. Claro que hoy provocan risa y vergüenza ajena, pero estos opus desaforados son esenciales para entender las pretensiones y ambiciones de GnR, cómo esperaban ser vistos en la memoria larga del rock. Además, explican tanto la perseverancia de la banda como las motivaciones detrás del boom alternativo: es probable que, más que el rock radial ochentero, los ELP del grunge fuesen los Guns. ¿Por qué recordamos tanto 1991, un año cuyas credenciales para la posteridad incluyen el álbum negro de Metallica, “Out of time” y “Nevermind”? ¡Es como recordar 1977 por “Saturday night fever”, “Rumours” y “Hotel California”! Si no vamos a apreciar el alegato marciano de “Loveless” o recuperar los seminales “Death certificate” y “The low end theory”, revisar gemas malditas como “Laughing stock” o reconocer la audacia de “Achtung baby”, en el que la banda pop más grande de sus días decide comerse el brazo antes que morir de artritis, parece poco adecuado celebrar el espejismo del rock alternativo –en realidad, el sagaz legerdemain con el que las discográficas se garantizaron el futuro éxito de Silverchair, Bush, Creed y Nickelback. Ahí, la gran farsa que nos proponen los Guns puede ser la salvación. La ilusión como única forma de evitar que la verdad nos mate de pena.

¿A dónde queremos llegar con todo esto? “Use your illusion” está demasiado distanciado de lo indie como para reivindicarse hoy como algo cool, pero a pesar de haberse convertido casi en muzak a fuerza de repeticiones radiofónicas, está lejos de minar la leyenda de la banda. Hay gente a la que esto le gusta de verdad y no están mal. Suele pasar. En mi caso hizo falta la versión de Dean Wareham para que reconociese la majestad de “Sweet Child O’Mine”, una canción tan quemada como “Wish you were here”, pero no por ello menos perfecta. De “Use your illusion” podemos decir que es un disco que no se deja reducir a sola de sus facetas –lo que no sucede con la mayoría de los álbumes del ’91. Ha pasado 20 años desde el estallido grunge, el mismo tiempo que separaba 1991 del zenit hippie. De aquella época sobreviven sólo Dave Grohl y Axl Rose, aunque sólo uno de ellos podría presumir de estar calificado para unirse al grupo de rockstar de la generación anterior. Y en un negocio en el que lo ideal es dejar un cadáver joven y hermoso, ese no es un mérito menor. Lo mismo pasa con los discos de esa época. Excepción hecha de “Be here now”, sólo “Use your illusion” tiene el aura de obra maestra del exceso, de esas que son capaces de consumir a sus creadores en el intento de rebasar la realidad por el camino de la épica. Pero hay algo más importante, Guns and Roses fue la única banda que consiguió responderme una cuestión fundamental: ¿Qué demonios es el rock? Y lo hizo con un disco que le podía hablar a un chango en el mismo idioma que “Patoaventuras” o “Full House”, o los vídeos de Michael Jackson disfrazado de egipcio que veían mis padres. Los términos en los que yo entendía las cosas allá por 1991. Cierto que nos introdujeron a los Misfits y al Bob, pero el pasaje que me ofrecieron fue mucho más valioso. Por eso “Use your illusion”, un disco que casi no he escuchado, es más importante en mi formación melómana que un “Steady diet of nothing”. Enamorarse del rock por un artista desencantado y posmoderno no tiene nada que ver con hacerlo por culpa de una banda que te dice que el rock es espectáculo, algo lúdico y ridículo, pura ilusión. ¿Qué GnR es una banda de mierda?, ¿Qué estoy viejo y me estoy empezando a ablandar en el gusto? A lo mejor es verdad, pero me vale. Igual para recuperar la credibilidad siempre tendré historias cool como esa vez que encerré a toda una fiesta adolescente con el soundtrack de “Batman Forever”, o cuando un UMOPAR amigo de mi viejo nos copió “The Wall”. En fin. Si todo el grunge suena a Bon Jovi, no me jodan.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Sobre La era de la boludez

Continuando, con retraso y apuro para variar, nuestro especial colectivo sobre discos de 1991, antes de que se acabe este agitado e intenso 2011. Esta vez Juan Terranova se salta la cerca y escribe sobre un disco editado en 1993 pero que es muy 1991: La era de la boludez de Divididos. Por Juan Terranova

1. El último boy scout de Tony Scott con Bruce Willis se estrenó en 1991. El crítico de cine Javier Alcácer la describió así: “Alguna vez la década entera se leerá desde esa película”. La era de la boludez, el tercer disco de Divididos, es de 1993 y ya desde el título tematiza las transformaciones esenciales de la última década del siglo XX en la Argentina. Las esenciales y las no esencial, los detalles, las minucias también, porque finalmente son las que terminan definiendo una rutina, un estado de época.

2. La relación con El último boy scout no es solamente cronológica. Ni siquiera hace falta recordar California como meca oscura, las influencias de cada obra, el funk y el neo-funk. Digamos –alcanza- que ambas obras son piezas que combinan tradición y modernidad, o mejor, lo telúrico y el costumbrismo con la violencia del presente.

3. Detalle: el sonido del tambor de Federico Gil Solá, muy cerca del beat de Chad Smith en los Chilli Peppers, que ese mismo año sacaban Blood Sex sugar magic,, acompaña, casi que imita, los golpes que Bruce Willis le da a los malos. Repetición, constancia, eficiencia, sincronía, muy clara en la famosa escena de “si me volvés a tocar te mato”.

4. Desde luego se pueden ir a buscar las marcas evidentes. En las letras de La era de la boludez tenemos “Salir a asustar” y “Salir a comprar”, el miedo y el consumo, etcétera. Se sabe: un crítico astuto puede hacerle decir casi cualquier cosa a una letra de rock. La letra de “Rasputín”, por ejemplo, es permeable a fáciles lecturas anti-neoliberales. Posiblemente se trate de lecturas acertadas.

5. ¿La era de la boludez se deja fascinar por el objeto que tematiza? A veces pienso que sí, a veces pienso que no. En todo caso, la denuncia no es parte de la obra. Aparece más bien una reflexión. La idea de incorporar elementos telúricos y géneros populares, el bombo legüero, el folclore nacional electrificado, o canciones hechas sin más, casi acapella, son formas de llamar la atención, de hibridar un discurso que durante mucho tiempo fue único. El recurso del indigenismo, presente en más de un tema, se vuelve a veces, casi siempre, remanido. La cronología señala los 500 años del descubrimiento para 1992. El “esfuerzo contemporáneo” del disco es evidente.

6. Como fuere, la mano de Arnedo en la tapa no es un saludo. Más bien es un gesto de límite. Arnedo intenta detener algo. Esta frente a nosotros, su público. Hay en ese gesto, entonces, algo de aviso, de preocupación, de negativa. Sobre el final también aparece, el track más deforme de un disco contundente, ajustado, bien producido, bien compuesto, es una ironía, otro llamado de atención. En “Tajo C” el grupo se divierte pero al mismo tiempo intenta salirse de la etiqueta de banda radial, masiva, integrada al sistema. Y desde luego, para los que lo entienden, para los que entienden su humor, el tema se convierte en un hit.

http://www.youtube.com/watch?v=6WGW85tR8B0&feature=BFa&list=PL250A79BD1A106963&lf=results_main