miércoles, 13 de octubre de 2010

El (real) lado oscuro del corazón

Continuando con el complot maligno que hemos tramado en asociación con el gran Salvador Luis, ahora desde Ecuador, el escritor Eduardo Varas comparte con nosotros su lectura de La Banda de los Corazones Sucios.
por Eduardo Varas

El agujero nos permite observar lo que hay detrás de la pared; permutar ese pequeño espacio de alivio por un universo en el que la ficción escoge mirar hacia el lado oscuro, a ese estado seductor que en voces de actores de telenovelas se vuelve una sentencia: “Uno la pasa mejor haciendo del malo”. Los malos son los que más se divierten; los villanos son los que celebran sus vidas gracias a una conciencia sobre el mundo que los otros no tienen; los malos son los que bailan en la fiesta, porque si bien saben que lo que están haciendo está mal, no les importa… ellos trascienden cualquier consideración social fuerte. Y lo peor que hemos hecho en nuestra vida es tratar de entender por qué. La excusa va por reconocer qué opera en ellos para así contenerlos, pero en realidad lo hacemos para tratar de comprender qué parte de nosotros no obtuvo esa conciencia “quemeimportista” del otro. Qué parte de nosotros se quebró para volvernos seres gregarios por excelencia. Incluso esa precisión puede ser objeto de duda. Al final, la maldad es todo acto que se ejerce en la relación con el otro. La maldad es un acto social.

La banda de los corazones sucios, una antología del cuento villano, recopilada por Salvador Luis, no sólo es un ejercicio que nos enfrenta a toda esa vileza presente en cada uno de nosotros, sino que nos demuestra cuán posible es compendiar un buen puñado de relatos en torno a esta premisa. Catorce en total, de diversos autores, todos fabulosos y algunos de ellos imprescindibles. La banda... es un libro que se lee y se disfruta, sobre todo si lo que buscamos en la literatura es aquella ficción que extienda un puente entre nosotros y aquello que intuimos y no conocemos. El villano es el más común de todos los seres que tenemos a nuestro alrededor, el que se gesta de a poco, el que se consume de golpe, el que no lo sabe, el que es arrastrado, el que lo acepta, el que comete el acto más deplorable de todos, el que lo imagina, el que se confunde, el que reflexiona sobre sus acciones.

La maldad, la presencia del ser abyecto, puede ser motivo de múltiples cavilaciones. Lo que nos atañe como lectores, en este caso, es salir (a través de estos cuentos) de aquellos remansos morales y enfrentarnos al valor de la escritura. Leer es un enfrentamiento, claro está, y no hay mejor detalle, mejor acto, que entablar diálogos con ese lado realmente oscuro. La banda de los corazones sucios es un libro que nos permite recorrer este camino. De los cuentos que lo integran se pueden obtener chispazos de lo que hay detrás de la fabulación y del encanto por estos seres despreciables, así como las consecuencias y la gestación de actos terribles. Esos son los tres senderos que permiten abrir todo el abanico posible alrededor del villano: desde una versión del inicio de los tiempos con criaturas desechadas que luego encuentran su propio sendero (como en “Un anexo al Génesis”, de Jon Bilbao), pasando por la reflexión del monstruo sobre el acto injustificable, alrededor de conceptos mucho más fuertes (dos ejemplos de ello son “Acerca del alma”, de Alberto Chimal, y “Manhattan pulp”, de Matías Candeira –uno de los relatos que más disfruté por esos guiños personales, pues ahí descubro que cumplo años el mismo día que Doc Oc, el archienemigo de Spiderman) y la transformación de alguien en un ser nefasto (como en “Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo”, de Mariana Enriquez, “Hermanos malditos”, de Wilmer Urrelo –cuento incluido en la hermosa versión boliviana del libro, de editorial El Cuervo–, y “Pavura” de Antonio Ortuño), hasta la concreción del mal como única posibilidad en un universo desprovisto de soluciones y repleto de tragedias (como es el caso de “El limpiador”, ese gran cuento de Rocío Silva Santisteban).

Este es un libro sobre lo inevitable. Salvador Luis lo define en el prólogo, haciendo referencia al deleite de San Agustín por el robo de unas peras, a ese descubrimiento del horror en las cosas cotidianas convertidas en algo incómodo, pero atractivo, a ese acto de revelación de la maldad como algo ominoso (siguiendo a Freud); esa facilidad que existe “de alejarse de las cosas que rompen con determinado orden” para configurar lo abyecto (como perspectiva cultivada por Georges Bataille)… siempre hay un espacio para la herida, sin duda.


La banda de los corazones sucios es un conjunto que he leído y releído con fascinación. No sólo por lo que contiene, sino por esas extrañas coincidencias que hay siempre alrededor de la literatura (y que me hacen pensar que la ficción es la única experiencia útil que existe). Leía “El color exacto de la mandarina”, cuento de Javier Payeras, la mañana del 30 de septiembre pasado, cuando fuerzas policiales atacaban al presidente Rafael Correa y la democracia ecuatoriana estuvo a punto de irse al demonio. Yo tenía ante mis narices este relato que me hablaba de una crisis política y de su manejo al interior del poder. Ya con todo acabado, una frase que leí esa mañana todavía me sigue dando vueltas: “Es cuestión de tiempo”, dice un personaje. Y así es. Jamás se me ocurrió pensar que la realidad imita a la ficción o algo por el estilo. Entendí de una vez por todas aquel poder clarificador de la ficción y cómo fabular es un acto de comprensión, también… Quizás el mejor de todos.