domingo, 8 de marzo de 2009

La mirada de la reina

“Ella viste jirones y plumas y te enseña a mirar entre medio de la basura y las flores, pero tú muy bien sabes que ella está un poco loca”, canta Leonard Cohen en “Suzanne”. Recuerdo esta canción ahora que leo las impresiones y reflexiones de Julia Peredo tras haber asistido al estreno nacional de O filme da Rainha (La Película de la Reina), del argentino Sergio Mercurio. Con este texto, que elude las restricciones de la reseña y el comentario para buscar la forma de una entrada de diario privado, Julia inicia sus colaboraciones en este su boliche amigo.
Y si Julia -según nos cuenta- salió del cine con una “canción en los oidos”, al leer su texto, al enterarnos de la vida de la anciana Efigenia (hay nombres demasiado pesados), la música y la poesía de Cohen se instalan en nosotros en modo
repeat. Por un buen rato.
“And you know that you can trust her, for she's touched your perfect body with her mind”.



Julia Peredo Guzmán

El hecho de que la ficción busque crear realidades bien lo tenemos conocido y experimentado, hasta podría decirse que es ése su sentido primero. Al trabajar la realidad, como lo hace el documental donde el personaje es el actor, la pregunta se invierte para renovarse: ¿Cómo crear una ficción a través de la realidad? Atención: no hablo de partir de la realidad a la manera de las ficciones históricas, sino de crear ficción a través del registro de una realidad específica. Es tal vez, la apuesta más clara en O filme da Rainha (La Película de la Reina) de Sergio Mercurio.

Así se asiste al relato de Efigenia Ramos Rolim, una mujer de 74 años nacida en un pueblo de Minas Gerais, en un barrio brasileño de esos que vemos repetidos en toda Latinoamérica: la tarde cae en una calle donde los niños juegan descalzos mientras su ombligo mira pasar eventualmente un par de bicicletas a través de las nubes de mosquitos. Esta anciana flaca y de trenzas blancas comienza su discurso de realidad en entredicho diciendo que mucha gente la considera loca, mostrando de principio que su voz probablemente no sea la más confiable a la hora de hablar en primera persona. Por otra parte, ninguna lo es, dado que la percepción que uno tiene de sí no necesariamente refleja la realidad, no importa entonces si el discurso de una loca habla de realidad o ficción, sino que en última instancia cuenta la realidad de ésta (o su ficción que para el caso es lo mismo): es el reflejo de una mirada que una mujer tiene de sí misma, donde el grado de locura será decidido por cada espectador –piénsese, casi quinientos años después, en las largas discusiones acerca de la cordura del Quijote.

A partir de esta mirada, lo documental cambia de sentido: algo en la imagen, en lo escuchado, va más allá de una búsqueda de veracidad. La imagen es pues (se lo ha dicho muchas veces) una mirada doble: a la vez la de la anciana y la del director que tras su hombro decide observarla. Esta imagen-mirada se ve obligada a hablar de sí misma para llegar al público, construyendo así al personaje de Efigenia: una viuda de sesenta años, mendiga, que descubre en la calle algo que le llama la atención. Parece una joya, pero “afortunadamente” (dice ella misma) resulta ser un papel de caramelo que desde su mirada es un ser humano desamparado en la calle gris, brillando como una lágrima, algo que necesita un sentido nuevo. Mercurio, más de quince años después filma a Efigenia representando el momento entonces vivido y de esta manera anuncia, matiza y prepara el advenimiento de la reina: una poeta, una artista popular que se construye a partir de la basura; un ajuar tejido de pequeños papeles brillantes, humanidad abandonada y reconstruida, una persona nueva, espontánea, viva. Es Efigenia, la reina que habla entonces desde su traje brillante, cuenta sus propias historias, canta sus canciones, corre por las calles, juega con el viento, ríe con los niños, festeja, se sabe una estrella que, rodeada de oscuridad, “brilla más que el sol”.

Así, y en simultáneo, la cámara no olvida los instantes íntimos: Efigenia reza en un cuarto pequeño, a solas, en la penumbra de un cuerpo anciano, mirando al cielo con uno de sus ojos nublado por las cataratas: es el tiempo que pasa, que ella decide dejar pasar cantando. Su vida, cuyo brillo está formado por los deshechos de otros, tiene también cierto sentido de santidad; su mirada nos obliga a mirarla: para ser santos sólo hay que creer. Así lo comprende su hijo que, en un gesto especular, decide vestirse con la túnica de San Francisco y salir a la plaza. Efigenia, conmovida, mientras prepara un café en la hornillita de su cocina, le acaricia la cabeza: “haces reír y haces llorar”.

Así, riendo y llorando, el público puede ver a esta anciana ponerse el vestido de reina, hacer una corona con una damajuana vacía, convertir una bolsa de papas fritas en una muñequita a la vez frágil y fuerte, que apunta al cielo con una mano firme de trapo y plástico.

Lo sabe Kundera: un mismo gesto es repetido por infinitas personas. Así se puede ver al hijo en la madre, a la reina en la cámara que se arroja al público al registrar una de las frases más determinantes a la hora de ver este documental: “Tú todavía no te has dado cuenta de que estoy en ti”. No sólo se trata a estas alturas de un inevitable presagio (estamos todos condenados a la vejez, a la soledad), sino a la posibilidad de una felicidad armada por sus propias cáscaras.

Al salir del cine, muchos, que entraron en la ficción que construye la reina, salen con una canción en los oídos, con el brillo de los papelitos de caramelo desdibujándoseles en la sonrisa. Alguien, molesto ante mi conmovido silencio me dice: “como esa mujer hay miles en el mundo”. Lejos de molestarme, me da una pista; tal vez ése el sentido primero del documental: recuperar el gesto infinito, presente y repetido en todas partes para mostrarlo a través de una mirada que estamos acostumbrados a recibir, pero rara vez logramos adoptar.

¿Qué hace entonces a la reina excepcional? Precisamente los fragmentos escogidos por la cámara: un ser real limitado por un mensaje, una imagen que la mirada construye y representa. La ficción escogida de la realidad documenta un personaje, es decir, un perfil: una faceta limitada de una persona que tendrá un efecto en el público. Hay fingimiento, pero no hay engaño, pues se limita a mostrar lo que Efigenia puede ver en sí misma. Quizás la muestra más precisa, pues el director entra también en la ficción de la reina y toma prestada su mirada para poder mirarla desde ella misma; la realidad vista por la cámara (o su ficción que para el caso es lo mismo) es ella cantando, construyendo, habitando un tiempo que pasa, “fingiendo que sabe nadar, corriendo el riesgo de ahogarse”.

Publicado previamente en el suplemento La Era, de La Época


7 comentarios:

JG dijo...

Me deja picado este comentario. A ver cómo le hago para conseguir la peli.

Me hizo acordar de esas inolvidables locas de Onetti y de la figura de la loca que recorre la obra de Piglia (que Renzi roba de Onetti, claro --desde el nombre: Angélica Inés).

Muy curiosamente, Suzanne, la mujer que inspiró la canción de Cohen, es actualmente una homeless, frecuenta la zona de Venice, en Los Angeles. Vagabundea, dicen, rodeada de gatos. Ella es ya una mujer mayor, cerca de los 70. Ya les cuento más [si quieren]

Editorial El Cuervo dijo...

:
si, hay ke pillar eso che!
una reseña lucida y sensible.
lo de las locas, esatamente!!!
conta pues lo de la Suzanne, kerido Juan!!
salud!

Frank dijo...

¿Y si yo les cuento la de Suzanne?

Ah, y cambiando de tema, era "Four horsemen of the apocalypse" en la que Glenn Ford -que no Anthonny Quinn- baila el flamenco/tango en una impresionante confusión geográfica.

Narf.

JG dijo...

Pero, por el jardín de las huríes de Alá, Frank, contá el asunto de Suzanne Verdall de una buena vez!

Zu lëten dijo...

lo jodido es que, salvo La Negra, niguno de nosotros ha visto la peli. De todas formas, queda la imaginación, y pienso en lo que imagino de la peli, a través de la reseña; en una imago, digamos, que se me forma, a través de lo que leo. Pareciera que Mercurio abre el lente lo suficiente para enfocarse en mostrar y entregar un aura luminosa de una realidad, que como toda, es también lo opuesto. Sobre todo tratándose de un barrio pobre del Brasil. Interesante, siempre, decidir qué muestras: Pienso en una antología que leí recién de Dalton Trevisán (el definitivo top del cuento breve brasileño: un outer radical de las favelas, sin fotos, sin entrevistas, sin teléfono, sin visitantes, no sale de su casa, manda representantes a recoger sus premios; digo, ya que se estuvo hablando de Salinger). El "vampiro de Curitiba" se enfoca en el lado "oscuro" de realidades que asumo relacionadas a las de la peli, de una manera tan obsesiva (y precisa, y sintética, y "poética") que logra desatar emociones tan fuertes como as que describe la Julia en "La reina". cosa curiosa, que la visión engorde hacia un lado, para poder decir algo.

Pienso también en Herzog y sus intervenciones ficcionantes de la realidad que captura, qué sé yo: "la cultura es sólo juego" como dice el "señor Barriga"

saludos!

JG dijo...

vaya, Zu lëten, qué buena sorpresa leerte.
no te pierdas, hombre

Zu lëten dijo...

así es JG, un saludo y ya nos vemos por acá