En la presentación de Los abismos posibles de Mauricio Murillo, realizada en la Cinemateca, Wilmer Urrelo leyó este texto inteligente e hilarante ante miradas atónitas, comentarios susurrados y risas cómplices. Queremos compartirlo con ustedes para que se diviertan como nosotros esa noche memorable.
Foto vía Página 7
por Wilmer Urrelo
Voy a comenzar esta presentación con una anécdota personal, o más bien, con una anécdota personalísima. Resulta que hace unos años atrás pude ver un documental que versaba sobre el cáncer testicular. Fue horroroso. Imágenes que prefiero no recordar y que es mejor no describirlas. Y desde ese día, el que habla tiene una obsesión más: el cáncer en las pelotas. De manera que venciendo la timidez y el recato propio de los paceños y de los hombres ante un tema tan delicado (seamos sinceros: nuestras pelotas, no el cáncer) es que acudo con cierta frecuencia a un especialista para que me dé la mala o la buena noticia. Si bien antes hay una revisión previa de mi parte siempre que espero ante la puerta del consultorio y cuando estoy con los pantalones en las rodillas y mi médico juega (es un decir) con mis huevos para constatar si ahí hay o no algún «bultito extraño», como les gusta a los galenos referirse a los tumores, tengo la sensación de caminar cerca del abismo.
Una imagen similar (es también un decir) me ocurrió cuando comencé a leer Los abismos posibles. En esta novela hay una gran obsesión, la cual es vista a través de su protagonista, Tariq Usuriaga. Sí, una obsesión y, además, habría que agregar, un miedo. Tariq vive en una ciudad. Y esa obsesión es el mar, o mejor dicho: es el fondo del mar y todo lo que viene con él. Los mapas. La gente que se ahoga. Las embarcaciones. Los capitanes. Tariq escribe en alguna parte de la novela y cito: «Me obsesionan estos mapas perdidos. Todo lo que los rodea, y los mapas en sí…». Este magnífico libro es como un espejo al que apuntamos una linterna encendida: el reflejo producido no va hacia una sola dirección, sino que se dispersa por varias. De igual manera pasa con la novela de Mauricio: el mar y sus consecuencias son inabarcables, son enormes, como cuando pienso en qué pasaría (toco madera) si un día aparece el mentando «bultito»: las consecuencias morales, físicas, e incluso literarias que eso podría acarrear. Pero en fin, la cosa es que Tariq decide hacer algo con esa obsesión, decide ir en busca de ella y como pasa con el Ismael de Moby Dick ese llamado es mucho más fuerte que cualquier otra cosa. «En el mar, en el fondo, en el abismo de su oscuridad. Había algo que lo llamaba. En un principio la oscuridad era aislada y subrepticia, luego empezó a vivificarse y aumentó su presencia». Pues bueno, esa presencia casi obliga al protagonista a hacerse a la mar y con ese acto empiezan a llegarle las historias que siempre ocurren en los viajes: un misterioso y atemorizante capitán, la sombra perenne de Juan de la Cosa, Natalie Wood y su terror al agua e incluso Alf, sí, ese extraterrestre que vimos en la tele en la década pasada, es parte de este extraño tejido.
En este momento, al llegar a este punto de la lectura me hacía las siguientes preguntas: ¿es ése el fondo del mar?, ¿el fondo del mar son en realidad los miedos y las historias con las que se encuentra Tariq a lo largo de su recorrido? Yo pienso que sí, pues al fin y al cabo parece que para el autor todo está en el mar o que todo el mundo de la novela se explica a través de él. El ingreso a las ciudades, la modernidad, el cine, las epidemias, las invasiones piratas, la literatura, la poesía, el encuentro con un escritor: los libros de éste e incluso su propia muerte nos dirigen de manera ineludible hacia el fondo del mar.
Si el fondo del mar es así, entonces hay que verlo o por lo menos retener su imagen, sin embargo hacer eso es como el miedo a esa enfermedad, será para su protagonista como si el dichoso «bultito» se apoderase de él. Cito: «Tariq caminaba a la deriva. No sabía qué hacer. Sentía esa oscuridad que le perforaba la nuca, que lo seguía, el fondo del mar que lo observaba, aguas negras que lo humedecían sin lograrlo».
Las obsesiones, y por lo tanto el miedo, son peligrosas hasta que se hacen reales, hasta que te tocan de alguna manera, hasta que aparece el famoso «bultito» en una de tus bolas: ¿cómo creen que Tariq las paga? Esa no es otra historia, esa es la historia y que no voy a contarles porque tienen que leerla. Lo único que puedo decirles por el momento es que las obsesiones, amigas y amigos, suelen pagarse tarde o temprano.
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