EL FESTEJO OCULTO
El primero de enero, J.D.Salinger, el mítico escritor ermitaño cumplió 90 años. Objeto de culto durante sucesivas generaciones, no concede entrevistas ni deja que lo fotografíen. Vive en un perfecto aislamiento.
Por Maximiliano Barrientos
Ningún otro silencio ha sido mitificado como el de J.D. Salinger. Un silencio que dio otro sentido a sus cuatro libros publicados. Se los lee a la luz de esa desaparición, de todo lo que ésta implica.
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Hace 43 años se alejó de la vida pública y se convirtió en un ermitaño que vive en una cabaña de New Hampshire. Se despidió con un cuento de 25.000 palabras publicado en el New Yorker. Los críticos, los mismos que años atrás lo compararon con Shakespeare y William Blake, lo vilipendiaron. Dijeron que era lo peor que había hecho. Hapworth 16, 1924 es una extensa carta escrita a sus padres por el más raro de sus personajes, el suicida Seymour Glass. Una carta escrita desde un campamento de verano, cuando sólo tenía siete años. Nunca se publicó en formato de libro.
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La única foto que se conserva de él en la vejez es una que le tomaron al descuido, mientras salía de un supermercado. Iracundo, mira a la cámara e intenta agredir al fotógrafo.
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Pensar en Salinger como en una hermosa utopía: la obra sin el autor, la obra por sí sola. Sin embargo es imposible, su desaparición aumenta su presencia, la vuelve luminosa. Saber que sigue vivo en alguna parte la hace aún más intensa y misteriosa. Un fantasma pegado a sus libros, a la excéntrica familia Glass que ha sido tan imitada en el cine, en la literatura.
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El escritor misántropo cumplió 90 años el primer día del año. Los libros no envejecen a la par de los autores. Salinger, el seguidor del budismo zen y de la comida macrobiótica, el neurótico que prohíbe terminantemente que le tomen fotografías, está a una década de cumplir un siglo. El guardián en el Centeno --esa biblia del adolescente disfuncional— sigue tan fresco ahora como en 1945, fecha de su primera edición.
La novela de las grandes conspiraciones: Mark David Chapman la leía cuando mató a Lennon. Y Lee Harvey Oswald cuando asesinó a Kennedy. Y Robert John Bardo cuando acabó con Rebecca Schaeffer. Y John Hinkley Jr. cuando intentó matar a Ronald Reagan.
Cada año se reimprimen 250.000 ejemplares.
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En Holden Cauldfield --el emblemático personaje de esta novela— la confusión es un privilegio. La adolescencia como un lugar donde la guerra adquiere una rara fascinación, donde las preguntas duras y difíciles tienen un magnetismo único que luego se pierde. Holden como un límite problemático, la línea divisoria que separa dos tipos de mundos: el corrupto y decadente propio de la adultez del juego irresponsable típico de la infancia, esa tierra que también fascinó al polaco Witold Gombrowicz.
Mucho se ha escrito sobre el papel de los niños en la obra de Salinger. Los más maliciosos ven tendencias pedófilas. Otros, conociendo la inclinación religiosa que fue devorando al escritor, ven una más de sus rarezas zen. En la parte más entrañable de El guardián en el centeno, Phoebe le pregunta a Holden qué quiere ser cuando sea grande. Él, glosando un poema de Robert Burns, contesta que quiere ser el único adulto en un campo de centeno viendo a un montón de niños jugando, el único adulto que evita que caigan al vacío, que crezcan.
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Holden como un héroe trágico. Él crece, se entrega al mundo corrupto, para evitar que los niños caigan, para evitar que ellos se conviertan en lo que él se ha convertido. El protector de un lugar vulnerable que desaparece.
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El culto a la obra de Salinger sigue tan vivo ahora como hace cincuenta años porque las generaciones que siguieron a la suya intentaron prolongar, hasta límites que a veces resultaron ridículos, el derecho a la inmadurez. Peter Pan tardíos. Hay algo trágico y valiente en es gesto. Pelear en una guerra perdida siempre resulta conmovedor.
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Todos en algún momento quisimos ser Holden Cauldfield.
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Pero lo cierto es que hay muchos Salinger. El Salinger de El guardián en el centeno no es el mismo de Seymour, una introducción, así como tampoco es el mismo de Franny y Zooey. A pesar de que varían los registros, las obsesiones se mantienen intactas, eso que hace que siempre volvamos a un autor.
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Mi Salinger favorito es el de El tío Wiggily en Connecticut. Un cuento menor en su obra, pero un cuento perfecto. Dos amigas, ex compañeras de la universidad aun cuando ninguna llegó a graduarse, se reúnen y se emborrachan. Los años pasaron. Ambas se casaron, Mary Jane se divorció, Eloise tiene una hija pequeña que habla y juega todo el tiempo con un amigo imaginario. Cuando bebieron suficientes tragos, Eloise recuerda a un novio que murió en la guerra. No murió en combate, sino por un accidente tonto con una garrafa. Él la hacía reír. Nieva y hace frío y las dos ya están ebrias. Es un cuento que precede a todo lo que años más tarde se conoció como realismo sucio. Ahí está retratado con sutileza, con frialdad, el drama doméstico, los desarreglos microscópicos. Un cuento cuyo antecesor más inmediato es Los muertos, esa obra maestra de James Joyce. Ambos relatos tratan del pasado, de vivir con la responsabilidad de mantener intacta la memoria de los muertos –personas que conocimos cuando éramos jóvenes, cuando éramos jóvenes de verdad. Cuentos sobre la pureza y sobre cómo la intensidad de los afectos no merma cuando la experiencia no ha intercedido. Cuentos sobre la irrupción peligrosa de la nostalgia en los momentos de celebración, cuentos sobre la infelicidad de la vida adulta.
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Seymour, el personaje más próximo a ser el alterego de Salinger, escribe en una carta a su hermano Buddy Glass: “Si se me puede aplicar un nombre clínico, soy una especie de paranoico al revés. Sospecho que la gente conspira para hacerme feliz” (Levantad carpinteros la viga maestra).
Y ahí está la paradoja, el koan zen que siempre lo deslumbró: Seymour, impenetrable como pocos personajes en la literatura norteamericana --su hermetismo quizás sólo se equipara al de los villanos de las novelas de Cormac McCarthy--, se suicida. Pero en ese suicidó no hay ningún acto desesperado ni histérico, ninguna reacción emotiva. Es, como en la de los antiguos estoicos, una muerte serena, asumida, consciente. Una muerte tranquila, para nada histriónica. Responde a un orden completamente distinto. Lo hace en su luna de miel, después de bañarse en la playa y de conversar con una pequeña niña sobre peces bananas. Lo hace después de ver a su esposa durmiendo, en el momento de mayor calma e intimidad. Saca el arma, la lleva a su cabeza. No duda siquiera por un segundo.
Salinger opta por una salida igualmente radical. Se retira en pos de una privacidad absoluta. No concede entrevistas ni deja que lo fotografíen. No firma reseñas ni publica ningún libro desde 1955. Se trata, nuevamente, del silencio. Pavese, ese otro artista del suicidio, lo dejó claro en su diario, en la última anotación de su diario: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”.
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Primero de enero. Las fotos imposibles. La celebración solitaria.
8 comentarios:
Qué linda idea saludar a Jerome David, el ermitaño de Cornish, NH.
Un poco tarde, claro, pero bueno, qué importa eso --dejemos la preocupación por la puntualidad del festejo de aniversarios a las cortejas histéricas.
Da para comentar largo y tendido este texto. Pero tengo pena de adelantarme, tal vez, a cosas que leeremos en las siguientes entregas del homenaje. Quiero decir, si este post cuerváceo reza “Parte 1”, habrá, al menos, “Parte 2”, ¿no ve, k’awallero?
Y sin embargo, un par de intromisiones.
Lo del escritor elusivo. Saligner inaugura la estirpe que habrán de seguir, famosamente, Pynchon y Delillo. (Una actitud ante el circo que Pynchon ha elevado a una especie de forma artística, casi). Hay un libro de un tal Ian Hamilton que es quizás la consagración del mito Salinger: Hamilton tuvo la curiosa idea de escribir la biografía de JD. Nada menos. Idea que vendría ser el equivalente a organizar una exposición de fotos del hombre invisible, ¿no? Salinger lo vuelve loco a Ian. Cualquier obstáculo, traba, impedimento o abierta zancadilla que uno se pueda imaginar, Salinger la pone en ejecución. Hamilton insiste, persiste y no desiste: vuelve a insistir una y otra vez y todo acaba en un desopilante episodio judicial. Es como un sketch del Correcaminos y el Coyote. Bip-Bip Salinger. Entonces, esa “biografia” de Hamilton es la crónica de la imposibilidad de la biografía (de Salinger). El prólogo de Hamilton quiere ser un escrache, dolido y poco elegante, a JD, pero uno no puede evitar mearse de la risa.
En un artículo que salió hará un par de semanas en Pagina12, Bodio ensaya una idea interesante: que Catcher se puede leer como una variación sobre la leyenda del Buda. No está mal. Uno piensa, por supuesto, de inmediato en el Siddharta, de Hesse. Que es más o menos contemporáneo del Catcher. Se parecen mucho, ¿verdad? Son, por lo demás, lecturas de adolescencia, iniciáticas. ¿Vos, Maximiliano, adviertes eso? Yo, sinceramente, no lo había percibido, pero podría ser: la leyenda del Buda traducida en términos de los años 50 en USA. Ya que, como indicas, esto de los misticismos orientales (perdón pero no me sale llamarlos “filosofías orientales”) es una de las constantes en toda la obra de JD. Excepto el Catcher. Alli no hay nada. Al menos no explícitamente. (¿Por qué crees vos que Salinger no se tomó la molestia de crear un link entre Holden y los Glass? ¿Por qué divide su obra entre la historia de Holden y la saga de los Glass? Habría sido tan fácil inventar un parentesco…).
Me gustó que mencionés el cuento del Tío Wiggily. Resulta que es el único texto de Salinger que fue llevado al cine. Y con autorización de JD, creo yo, ya que es producción hollywoodense, circa 1950. Yo la vi una sola vez esa peli. Y de pura casualidad. En TNT, un sábado que mi madre estaba enferma y yo le cebaba mates, mientras veíamos algo en el cable. Y pusieron esta peli. Que mi madre ya había visto en sus épocas de rocanroles. Es con Susan Hayward (una de las ídolas de mi madre). Y cómo decirte… es una peli de esas que le gustaban a Manuel Puig (no recuerdo que tomen en cuenta la historia de la niña, les interesa más la historia de amor de la madre, así que es una peli resuelta a puro flashbacks, las dos amigas se beben todo lo que hallan y una de ellas catarrea corintelladescamente). Yo no había leído el cuento todavía. Tiempo después, cuando lo leí, caí en cuenta, pero era demasiado tarde. De todo esto han pasado como 25 glaciaciones. Yo no sabía de la leyenda de Salinger, nada de nada. Pero vi la peli, sin saber lo que era. No tuve la chance de verla otra vez. El título en TNT era, si no estoy mal, “Un corazón loco”.(¿La has visto?)
¿Será por esta peli la mala onda que Holden tiene con Hollywood? Su hermano, DB, era su escritor favorito, pero DB se va a Hollywood y se vuelve, según Holden, un “prostituto”, ¿no?
(JD tampoco quiere mucho a la “industria de los sueños”, por supuesto).
Hace rato que no vuelvo a los cuentos de Salinger. Se me olvida quién era el tío Wiggily en este cuento. Recuerdo bien a las dos amigas y a la niña, pero no al tío en cuestión. A pesar de ese detalle (que debe ser de peso, ya que da título al cuento), me acuerdo bien del cuento, es uno de los primeros del libro. Lo que me gusta es el efecto que usa JD: enmarcar al interior de la historia macro una historia secundaria que parece distinta pero que en realidad es la misma historia: mejor, ahondar en la historia macro a través de un desvío aparentemente distinto, pero que, puestos lado a lado, definen la tensión del cuento in toto. Esto es, lo de la niña y su amigo invisible es el equivalente directo de lo de su madre con su amor fantasma, ¿no? Ambas hablan de/con alguien ausente (muerto/inventado). Ambas apelan a una instancia no-presente físicamente (no hay memoria exenta de ingredientes ficcionales) para soportar sus vidas. (Ese amor fantasma de la madre de la niña es uno de los Glass, creo). De ahi que la madre tenga verguenza de su hija y la trate mal delante de su amiga y la criada (la mirada del Gran Otro): es consciente del reflejo especular.
Ese efecto de enmarcar una historia dentro de otra lo usas vos también, en ese cuentote tuyo, “Alfaro” (y lo usa Giovana Rivero en su cuento de alacranes).
Puestos a elegir favoritos, sin caer en la trampa snob de las referencias arcanas, me quedo nomás con “El pez banana”. Razones sobran. Una, por ejplo: es la ilustración perfecta de una de las tesis de Piglia sobre el cuento: Piglia usa el motivo truchísimo de un apunte de Chejov, un borrador sobre la historia de una mujer que va al casino, gana un montón de dinero, vuelve a su casa y se mata, para montar su teoría de la historia secreta que ilumina la historia inmediata. Bueno, “Un día perfecto para el pez banana” hace exactamente eso.
Hablaba el otro día con nuestra común amiga poeta y salió el asunto del nombre, la famosa idea de Ortega y Cassettes de que “quien asigna un nombre, impone un destino”. Qué puntería que tiene old Jerome para dar nombre a sus criaturas, ¿ah? Los nombres de los integrantes de la familia Glass son geniales. Sólo comparables a los de la familia Wilburys (en serio).
El nombre de Holden es muy interesante. Más allá de su desamparo, de su búsqueda de alguien capaz de “hold him”, y más allá de su resistencia a madurar, de su estar atrapado en ese limbo entre infancia y madurez (“to hold on to it”), en la parte que citás (tal vez el gran momento de la novela), cuando él confiesa que quisiera ser el guardián que protege a los niños, el que evita que los niños caigan por esos barrancos metafísicos que paralizan a Holden, es inevitable oír entrelíneas que lo que él quisiera es to “hold them”, ¿no?
Hold them> hold’em> Holden.
Otra cosita. En esa escena, Holden está también (o sobre todo) proyectando su búsqueda de alguien que le haga de “catcher” para sí mismo, ¿no? Es más, la escena es capital porque deja esa sensación en el lector. Holden está a punto de tirar la toalla. Porque si se piensa que en la novela los padres están ausentes (no aparecen para nada, excepto como figuras de castigo: Phoebe le recuerda todo el tiempo a Holden: “papá te va a matar”) y si se piensa que Holden reniega de todas las instituciones, se ve claramente que Holden intuye que no se puede sobrevivir en la intemperie, que está buscando algo que lo salve (de caer). (de ahí la proyección que hace de sí mismo en Phoebe, cuando ella juega en el carrusel: él sabe, siente, que su vida es un carrusel, girando al pedo en torno a un eje inexistente).
Ese rechazo a las instituciones está concentrado/condensado en la escuela, en los profesores (aparecen al menos tres profesores en la novela).
Entre los dylanomaníacos (oh, bestezuelas bellas) hay una teoría muy zarpada respecto a una canción de Bob que sería una especie de aproximación a Catcher (o que estaría basada en la novela de Salinger). Se trata de “My back pages”. Que aparece en el disco en que Bob se aleja de las cuestiones sociales, cuando se aparta de todo y sale en busca de su propio rollo, digamos. 1963, más o menos (el disco es, por supu, Another side of BD). A mí, al menos, no me quedan dudas de que Bob leyó bien leído su Catcher (ha confesado haber leído en su etapa de formación a Kerouac, Steinbeck, Brecht, etc, además de haber tenido por héroes al Brando de La patrulla salvaje, y al James Dean, otro JD!, de Rebelde sin causa).
Esta canción habla, con desdén, sin apelaciones, como ninguna otra del joven Bob, de los profesores(1. “A self-ordained professor's tongue, too serious, too fool”. 2. “I aimed my hand at the mongrel dogs who teach, fearing not that I'd become my enemy in the instant that I preach”), del patriotismo, de las lecciones de Historia, de un mundo que se sostiene en base a mentiras y prejuicios (“Lies that life is black and white”). Y en una parte habla de la “phony jealousy”. “Phony” es la palabra clave, ¿no?
Y por supuesto, el estribillo: ese “I am younger than that now”. Que, como ha notado alguien, es una movida dylanoide medio zen respecto al famoso aforismo de Oscar Wilde: “I am not young enough to know everything”. En fin, que, con sus bemoles, “My back pages” sería nomás una versión dylanesca de la celebración del evangelio de la inocencia adolescente según Salinger. Algo por ahí.
La seguimos siguiendo.
Hold on!
PS. No se me pasa el bajón de no haber visto a Dylan en los festejos por la asunción de Obama. Si había alguien que DEBIA estar allí era el querido Bob. Pero bueeee, por suerte la realidad no depende de transas entre representantes: hace dos semanas murió William Zantzinger, el tipo de quien Dylan habla en su canción “The lonesome death of Hattie Carroll”. Hacia 1963, este Zantzinger mata a Hattie, que era una camarera, y le dan apenas seis meses de condena y fianza de 500 dólares. Bob había leído la noticia en los periódicos e hizo su canción al toque. “No cambié nada, sólo algunas palabras”, dijo (es fabuloso que en la canción en ningún momento Dylan menciona el detalle de que Hattie es una mujer negra). No pocos periódicos sacaron la noticia de la muerte de Zantzinger en la portada (empezando por el NY Times). “Hombre escrachado en una canción de Dylan muere a los 69 años”, fue, por lo general, el estilacho de tales títulos. Por si acaso, acá va un link: http://abcnews.go.com/Entertainment/wireStory?id=6618219
Sí, la cuestión de los escritores que desaparecen es miel para los periodistas. Ahí está Pynchon y Delillo, pero también el francés Julien Gracq que murió hace poco, el año pasado. Digamos que ese acto de desaparecer es la mayor publicidad que un autor puede hacerse en un mundo donde el chisme y el culto de la personalidad está a la orden del día. No creo que sea el caso de Salinger. Quiero creer que ahí hay algo verdadero, porque a diferencia de estos otros escritores, no sólo desapareció (digamos que Delillo tiene salidas públicas, con su última novela concedió entrevistas. Recuerdo haber leído una que le hizo Muñoz Molina) sino que también dejó de publicar. Eso dice mucho.
Hay un link entre Holden y los Glass, está en alguna parte de Seymour: una introducción. Y es algo curioso, hay un juego de metaficción ahí. Buddy Glass, el hermano escritor, habla de una novela que escribió. Una novela que tiene todas las características de El guardián en el centeno. Holden es algo así como la versión ficticia de Seymour. Buscalo, está en alguna parte de esa nouvelle.
Curiosa la analogía con Sidartha. Sí. Imagino que podría pensarse de esa forma. Esa novela posibilita muchas lecturas. Los lectores más seculares ven en Holden únicamente a un adolescente disfuncional, y es esa figura la que se explotó al final de los 90 con algunas pelis que trataron de emularlo. Otras lecturas ven esa disfuncionalidad como consecuencia de su instinto religioso. Un malestar similar al que asaltó a Buda. Yo me inclino por esta segunda lectura, esencialmente ahora que los desvaríos religiosos de su autor son tan conocidos.
Seguramente Dylan había leído a Salinger. En alguna nota de Fresán leí que él quería interpretar a Holden si alguna vez se hacía la peli. Bueno, eso era antes. Hace unas cuatro décadas atrás.
No sabía lo de la peli de Tío Wiggily. Muy curioso. No me puedo imaginar ese cuento como peli. Ahí, el personaje que me interesa, es la niña. Un personaje rarísimo, algo que no conecta con el mundo de las dos mujeres, como si fuesen dos realidades completamente distintas. Dos universos paralelos irreconciliables. Hay mucho de eso en Salinger, dividir radicalmente el mundo de los adultos del los niños, por eso estos últimos aparecen en sus cuentos como extraterrestres.
Afirmativo, móvil 9: en Seymour hay ese jueguito. No se menciona El guardián, pero queda sugerido.
Y en la contratapa de Franny y Zooey, Salinger dice que Buddy es su "alter ego y colaborador".
Todas las piezas cuajan.
Más que en lo religioso (si bien todo gran espíritu religioso está en contra de las instituciones: Jesús contra la ortodoxia judía; Siddharta Gautama contra la institución brahmánica, etc) yo entendía esa idea de Bodio en que, como Buda, Holden sale al mundo, y es confrontado con la corrupción, la inautenticidad, etc. Y que su conflicto es sucumbir o mantener la pureza.
Seguro, se podrán decir muchas cosas sobre Salinger, pero nunca poner en duda su radical autenticidad --ese firmar la obra con la vida, digamos. De haber podido, de no haber cedido los derechos de sus libros, no me cabe ninguna duda de que JD no habría admitido siquiera que se re-impriman. Lo más que puede hacer es exigir las tapas en blanco, sin diseños carnavalescos.
PD. Hice una buscadita y hallé que la peli del tío Wiggily originalmente titula My Foolish Heart.
No se olviden de Maurice Blanchot, que desapareció sin desaparecer; y es por ello, para uno, el maestro de esas lides.
Es casi seguro que la figura de Blanchot (y su pensamiento) pusieron la semilla para la teoria foucaultiana/postestructuralista de la muerte del autor. Blanchot fue el maestro de todos ellos, por supuesto (Barthes, Deleuze, Derrida, Lyotard, la Kristeva).
En esa famosa entrada para una enciclopedia que Foucault firma con el alias de Maurice Florence (Maurice!), acaba diciendo: "uno escribe para poder quitarse el rostro". Ese programa ES Blanchot.
Un lema kamikaze.
Me parece que Salinger estaria de acuerdo con eso. Y ahi volvemos a lo que decia Maximiliano de la acaso paradojica gravitacion de la ausencia, o el retiro, de Salinger.
Un efecto zen: la ausencia como la instancia de plenitud de la presencia.
Todo bien señor Gonzáles, pero la kristeva no merece estar en el mismo tiempo verbal que cualquiera de los enlistados. Pongame a Guattari si prefiere, pero señoras no, eh. Esos chamuyos conmigo no.
Aunque sospecho nos estaremos adentrando en situaciones y territorios discursivos que tangencialmente (si acaso) tienen que ver con Salinger, le firmo eso de que el caso de J.D. está más cerca -en una traducción bien e-prime- de pasar de "Yo he desaparecido" a "Yo escribo" (y viceversa) que de cualquier otra cosa.
¿Me permite una gambeta más? Si tomamos la escritura como el máximo [ultimate] plano de inmanencia, lo de la desaparición viene a ser como una forma de clausurar el (innecesario, indeseable) proceso de formación de nuevos sentidos sobre una obra ya clausurada. Ah, no se violente... “el mapa no es el territorio ni el nombre la cosa nombrada”, así que si jugamos por una unicidad significativa aún ajena al autor, ya está resuelto lo de su desaparición. ¿No le parece? Pongamos a Lakoff a sudar, si hace falta; pero ya Foucault la tenía bien clara.
No, no le permito ni una finta más, Frank.
Primero. ¿Cuál es el problema con Julia? No será una chica Almodóvar, pero uno le debe muchas cosas. Sigue en el asunto, además. Uno de sus últimos libros, el de la revuelta, es excepcional, y Pouvoirs de l'horreur, es de cabecera desde siempre. O sea.
Segundo y tercero. Blanchot y Salinger son casos muy distintos. Vienen de tradiciones muy diferentes. El día que yo sepa que un fan de Blanchot mató a un rock star inspirado en, digamos, L'Entretien infini, me hago fan de Branko (y hasta de Kiko, el llajteño) al toque.
Cuarto. No hay obra clausurada. De eso se trata, justamente. De resistir la infatuacion fascistoide de los sentidos unicos, definitivos.
El futuro es largo...
Quinto y final. No me acuerdo.
PD. ¿"Chamuyos"? ¿Es ud. pariente de Pituco? De ser afirmativa la respuesta, ¿sabría usted por qué Pituco habla de sí mismo en tercera persona? Me descuajeringa los tamarindos ese tic. Maradona tampoco puede decir "yo", dice "Maradona". Como es apenas natural, hay un episodio de Seinfeld donde se explora esto. Lembra voce?
Jeff Magnum califica en el modelo Salinger de cajón, ¿no?
Buenísima nota Maximiliano!
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