sábado, 2 de mayo de 2009

Charla con Juan Terranova

No a pocos se les ha ocurrido eso de conocer una ciudad por su literatura. Pero aún así –y no siempre sin razón– solemos descreer del guía, del sesgo de su visión e intereses. Por eso es que cuando encontramos alguien que parece patear las mismas calles que uno, cargar los mismos libros y hasta pinchar los mismos discos, el regocijo es supremo. Entre el idiotizante ruteo turístico (equivalente literario de la TV guía) y el imperio de lo universal-cosmopolita dado sobre muchos de nuestros creadores, casi no queda otra opción que ir sondeando microuniversos afines, trazando links entre interés y personas antes que operar sobre las densas cartografías de lo total.

Atravesando Buenos Aires en la más clásica de sus líneas de metro –buscando la casa de un escritor con quien, tras leer un par de sus novelas, sospechábamos gran afinidad; mientras decenas de fanáticos buscaban, a su vez, formas de acudir al Monumental, pues debutaba Maradona como DT de su selección–, llegamos finalmente a Caballito, un barrio muy barrio, que se parece –como ya pocas cosas– a esa Buenos Aires apenas superviviente en las fauces de la megalópolis globalizada que amenaza con engullirla. Allí nos esperaba Juan Terranova, uno de los más interesantes y respetados autores del nuevo panorama literario argentino. Intenso y contundente desde su recordado debut (el poema largo “El Ignorante”, que aún causa escozor en la intelligentsia a la que atacó), Juan extendió sus intereses y narrativa por el (nuevo) tango, la comunicación de masas, las nuevas tecnologías como formas literarias y también sobre esos temas eternos que son el deseo, la espera y la tensa enunciación que los empata. Conversamos con él sobre su más reciente libro, “Mi nombre es Rufus”, que triangula perfectamente lo biográfico, la erudición musical y el registro vital de una generación.


Escribiendo para ser contemporáneo de uno mismo


por Javier y Luis Rodríguez


JR: Con el advenimiento de una nueva generación de escritores, lenguajes, formas e ideas, se hizo bastante común que apareciesen novelas cruzadas por música, cine y otras manifestaciones extraliterarias. Sin embargo, hasta “Mi nombre es Rufus” (Interzona, 2008) no habíamos tenido una novela que se animase a ponerse dentro de ese movimiento tan fascinante que es el punk. ¿Qué te llevo a escribir ésta novela?


JT: Bueno, sí… igual me parece que le faltó algo a la novela. Que es un libro escrito como para neófitos. Vienen mis amigos punks, o amigos con los que compartí –porque yo todo eso (la historia de “Rufus”) de alguna forma lo viví– y fue como volver. Yo siempre viví en este barrio [Caballito], me moví acá. Fui al colegio de al lado 13 años, soy hincha del club que tiene su cancha aquí atrás [Ferro]. Este siempre fue mi barrio… y es un barrio pequeñoburgués, no es un barrio obrero; más bien todo lo contrario. Es un barrio de la clase media. Mi familia siempre fue profesional… ingenieros, arquitectos, psicoanalistas, etc. Entonces mi lectura del punk iba un poco ligada a esa clase media.

Bueno, en algún momento alguien me dijo, “¿Por qué no escribís eso?” Fue como volver un a una época que viví. Sin embargo, yo nunca tuve un grupo. Nunca toqué en grupo de punk.

Sí tengo formación musical. Estudié música erudita, pero nada de tocar en una banda de rock. Nunca lideré un proyecto musical ni formé parte de uno. Esta fue otra de las razones por las que escribí el libro. [risas] Un poco la explicación es esa. Como nunca tuve un grupo de rock… Y siempre estaba como por tocar, o iba a ver a unos amigos que tocaban, y tenían libros muy autobiográficos en ese sentido. Mi hermano es músico profesional, tiene grupos ahora también [Fútbol], por más que se dedicó a hacer tango y otras cosas. Entonces como que siempre estuve cerca de todo esto.


JR: Lo que se nota definitivamente en el libro es que eres un melómano acabado.


JT: Me parece, más bien, que el libro no representa completamente eso. Me gusta escuchar música. Tengo mis CDs –como los viejos, que conservaban sus vinilos y les decía “¡Estos viejos de mierda, que guardan sus vinilos! Si ahora tenemos los CDs, que son buenísimos”. Y ahora yo, que aunque descargo música, me gusta explorar y uso la herramienta de internet, tengo mis CDs y cada tanto los escucho, me siento ya un viejo, ¿no? Porque no tengo Ipod, por ejemplo, y escucho en la compu pero me gusta más la cosa esa de escuchar discos.

Y sí, te decía que no representa tanto porque fue un libro que podía haber sido mucho más críptico. Poner bandas mucho más desconocidas, trabajarlo más, pero me pareció que eso lo iba a poner más pesado, y no quería narrar una enciclopedia; quería hacer un libro que se leyera con ese ritmo.

LR: Tu novela tiene una facultad interesante, bastante emocional además, que hace que muchas personas vean alguna parte de su juventud reflejada en ella. Le pasa a uno que va leyendo y de pronto, “Wow, esto yo también lo he vivido”.


JT: Sí, el libro tuvo una recepción bastante buena en eso. En la gente que tiene entre 25 y 35 años, impacta de una. Y después también en las clases medias –así como yo; porque si uno se va más para el norte de la ciudad, el punk ya pasaba por otro lado, había otra cultura, etc.

No es que dije “Voy a escribir un libro para la gente que tiene mi edad”, pero salió eso y un poco terminó apoyado en la cosa biográfica.


JR: “Mi nombre es Rufus” ha sido comentada como una novela punk, cosa que no comparto pues se sale de lo que –en una enorme contradicción– se podría llamar “canon punk”. ¿Cómo la ves tú?


JT: Bueno, en la escritura seguro que no. ¿Qué entendemos por “escritura punk”? Una escritura pringosa, farragosa… William Burroughs, un poco por ahí Bukowski –narrar eso. De repente esa forma, especialmente la Burroughsiana que es tan pringosa, enrevesada, está buena, me gusta; pero no veía que para la novela se pudiera recuperar otra cosa que el ritmo. El ritmo de la canción de tres minutos: 1,2,3, vamos.

Por eso los capítulos son tan breves. Casi una cosa epigramática, de no perder el tiempo, de la urgencia de las frases. Tal vez lo punk estuvo más en las cosas que quise evitar.

Bueno, no sé si al final es una novela punk –no me interesa mucho esa discusión. Pero lo que quería rescatar era esa escritura del ritmo. Quizás faltó un poco de oscuridad, pero el punk yo lo viví así, de una forma muy luminosa.

”Nunca me metieron preso y no me siento incompleto por eso”, dice el personaje; y mi vivencia de esa música fue así. Como buscando un lado bastante conceptual del punk, que tiene justamente un lado muy conceptual y después una cosa bien visceral.


JR: Esto mismo se ve en lo estrictamente musical de la novela, donde junto a los Pistols citas a Mingus –por ejemplo.


JT: ¡Y es que escuchábamos eso también! El punk te duraba, fácil, dos años y después escuchabas Rolling Stones. Y después Mick Jagger decía que Piazzolla era un genio, entonces empezabas a escuchar Piazzolla. O después te ponías a revisar los discos que tenías es tu casa, de tu abuelo, de tus viejos… y bueno los Beatles también –siempre presentes ahí.

No era una cosa cerrada el punk. Vos escuchas The Clash, esos tipos sabían lo que estaban tocando. Con el groove que tenían ellos, hay acordes en sus canciones que suenan jazzísticos. Por ejemplo [toma la guitarra y empieza a tocar] un acorde dulce, Maj7, y de repente es el acorde de [canta]… “Sharif don’t like it, Rock the Casbah, Rock the Casbah”. O sea, el punk lejos de lo que parece –y lo pongo en el libro– no es una cosa cerrada. La música era un refugio en ese momento. Por ejemplo los Beastie Boys, cuentan que cuando iban a clubes chicos, donde se hacía hardcore, en los cortes pasaban soul. Y aquí eso parecía una cosa normal. Ibas a escuchar una banda y cuando cortaban por ahí te ponían cumbia.


JR: Una característica, digamos, rizomática o antropofágica de la música, que consigues traducir muy bien en la novela.


JT: Sí. Yo cuando leí en la facultad los conceptos que tiraste recién, nos mostraban “Antopofagia = Oswald Andrade”. Yo decía “No, boludo, ¡pará! ¡Nosotros venimos haciendo esto desde la secundaria! ¡El rizoma, qué!” [risas] Vos ibas a Parque Rivadavia y era un lugar en el que tenías a un tipo que estaba fumando pipa y te decía: “Tomá, lee (no sé) una tragedia griega”, o “Leete “Facundo” ”.

Uno llegaba a la facultad con eso, y obviamente que la facultad te ayudaba y estaba bueno, pero en Buenos Aires, y en Caballito –que es mi barrio, el que conozco bien–, pero en todos lados, encontrabas esa gente que, si uno quiere y se mete y es curioso (y en el punk había mucha curiosidad) te enseña mucho. Después los músicos de jazz por ahí son más cerrados. Muchos pibes empiezan escuchando rock, después llegan al jazz y ahí se quedan. El jazz los consume. El rock no tiene eso, siempre es más “para afuera”. Agarra Rimbaud, agarra candombe, qué sé yo.


LR: En tu novela precisamente rescatas esos otros elementos. Por ejemplo Birmania [banda del protagonista] rescata Pere Ubu, que es una suerte de desprendimiento más artístico del punk


JT: Sí, más intelectual incluso.


LR: La misma novela va dando disparos que indican que la música, y el personaje, van dejando de ser tan punk. Algo que le pasa a todo el mundo. Los gustos se diversifican, uno toma bifurcaciones en las cosas que hace y termina circulando tangentes distantes.


JT: Después te encontrás con un amigo por la calle y te pregunta, “¿Estás tocando?”. “No, no. Porque la verdad que…”. “No, boludo, ¡Hay que volver a lo primitivo!” te dice. [risas] Y vos, “¡Sí hay que volver a lo primitivo!”. [más risas] Cuando cumplís los treinta años decís: “Hay que volver a lo primitivo”. Y cuando volvés ahí, todo es mucho más rico.


JR: Regresando a lo de la literatura punk, parece que hay autores que toman la idea muy en el sentido literal. Abordan el punk más como un espacio –como es el caso de Giddeon Sams, que ambienta su novela, de otro modo bastante estándar, “The Punk” en ese contexto…


JT: La bibliografía ensayística del punk, de la cultura del fanzine, me copa.


JR: Greil Marcus, “Rastros de carmín” es central.


JT: Es un hijo de puta, hizo todo ese tipo.


JR: Y es un dylanófilo a muerte. Cosa que uno no imaginaría como pasión mayor de un punk.


JT: Claro. Yo no lo quise citar en el libro porque me parecía un lugar común. Hay uno muy bueno de un argentino que se llama [Juan Carlos] Kreimer, que fue publicado en Bruguera [“Punk, la muerte joven: 1977, el año que el rock se comió a sí mismo”]. Y es muy rara la historia de ese libro, pues el autor se fue exiliado a Londres, pero presentó una novela a Bruguera, en Barcelona. Y le dijeron: “¿Vos no estás viviendo en Londres? Esto no nos interesa.” Le corrieron la novela y le propusieron “¿Por qué no haces algo sobre el punk?” Y el tipo se mandó un libro buenísimo sobre el punk.

LR: Ese sí lo citaste.


JT: Claro, y pensé, “Como lo escribió un argentino…”. [risas] Igual a Kreimer lo conozco, es un viejo choto ahora, que anda en bicicleta por ahí… hace unas novelas de tipos que tienen cáncer y esas cosas de la vejez, tiene una editorial, y qué sé yo, pero es cero punk, ¿no?

Igual ese libro es muy bueno.


JR: Hablábamos de Gideon Sams, pero pasa algo parecido con Kathy Acker –que capaz toma el punk más como una estética– o Chuck Palahniuk, que se adueña de la provocación del punk. Pero a lo que me iba, añadiendo también la ensayística punk, es que parece no existir una literatura punk como tal. Sí formas, ritmos, temáticas o estéticas. Esas cosas, igual, con “Mi nombre es Rufus” parecen tener muy poco que ver.


JT: Palahniuk es un escritor que me interesa. Le he robado bastante en otros lados, no en esta novela. [risas] Entiendo lo que me querés decir. Me parece que mis otras escrituras están, tal vez, más cerca de esto. Tal vez no “El pornógrafo”, que siento que le falta horno. Que le falta negatividad.


JR: Lo interesante en “Mi nombre es Rufus” es cómo se construye una trama meditativa sobre el punk, unas apostillas al paso de un personaje por ese momento.


JT: Lo que pasa es que –y puede que tenga que ver– yo tuve una hija, me casé, empecé a trabajar sistemáticamente, a tener cuenta bancaria… también a cultivar placeres mucho más reposados que ir a un recital, o pasarte la noche fuera de casa. Y me parece que esto tenía que estar en el libro, como que la liberación de esa energía –de la juventud– es algo que está bueno, pero después pasa lo otro y si no te suicidaste, si no te moriste (tal vez de sobredosis), qué pasa. Y el libro tenía que contar un poco eso.


JR: Es como el “capítulo perdido” de “La naranja mecánica”


JT: [Risas] Claro, dónde el tipo dice: “Bueno, ya está. Ya hice todo lo que tenía que hacer. ¿Qué me queda? Ya está, listo.” [Risas]


***


JR: Algunas críticas han aproximado la forma de esta novela al desarrollo de un blog, aparentemente similar en su uso de textos cortos, rápidos, tal vez personales. ¿Te parece una analogía válida?


JT: Puede ser. Yo creo que está bien esa relación.


JR: En “El pornógrafo” tomas elementos del chat. No sé si, a lo mejor siguiendo ese camino, tu próxima novela va a tener que ver con el Facebook o Twitter. ¿Te ves todavía cerca a la literaturización de estas “nuevas tecnologías”?


JT: Al contrario, yo ya hice lo que quería hacer con eso. No voy a estar por allí con mis novelas. Ahora escribí un policial larguísimo sobre la política argentina; estoy escribiendo ciencia ficción también. Después tengo una novela ya publicada que se llama “El caníbal”, que es sobre los medios gráficos, y “El bailarín de tango” que tiene también mucho de las cosas que leemos en el diario.

Igual me interesan esas tecnologías, pero si tengo que volver a eso creo que me gustaría más tematizarlas. Describir sus usos más que sus formas. Aunque entonces yo tendría que reescribir “El pornógrafo”, porque lo escribí en un momento en que usaba mucho el chat pero tenía poca reflexión. Tendría que, si ahora fuera a escribirlo, ser el doble de largo y tener una fuerza negativa mayor.

O sea que no me voy a separar de esas formas, porque es algo que me obsesiona. No el estilo, las formas. Cómo hacer para narrar con una forma contemporánea.


JR: En eso es, tal vez, interesante el Twitter. Que puede terminar siendo una derivación poética –con sus 140 caracteres y demás.


JT: ¡Es una genialidad! Yo hace poco escribí una nota, pues Andrés Neuman sacó un libro de aforismos que son horribles [risas], de un optimismo estúpido, en fin. Y yo puse, “Si uno quiere aforismos hoy día tiene que ir a Twitter”.

Hay una energía ahí… alguien pone algo que no se entiende y de pronto tiene una fuerza tremenda.


JR: Justo en “Mi nombre es Rufus” el personaje dice que el internet es punk. Entonces ¿Taringa es su País de Jauja?


JT: ¡Taringa es con todo! Es una administración extraordinaria de esa libertad. Y sobre esas características [del Internet] se ha escrito mucho y muy claro. No estoy inventando nada.

De hecho, en el Parque Rivadavia antes se vendían libros, discos, y se cambiaba información de tipo “analógica”, podríamos decir. Y ahora esa misma información pasa por los discos copiados, los programas y las películas, etc.


JR: Ahí, y en el internet, la violencia sonora del punk se podría transformar en una violencia de la información, más de Baudillard.


JT: Claro, la violencia siempre está. Sigue estando en su forma “Caín y Abel”. No dejamos la violencia del garrote todavía.


***


JR: Es curioso cómo el internet ha contradicho a gran parte de la vieja ciencia ficción, pues es algo como la distopía de una distopía. “Attrocity exhibition” de Ballard, por ejemplo, iba hacía una dominación a partir de la presencia de esa red de medios, información y pantallas. Nada que ver con la libertad que disfrutamos estando “on-line”.


JT: Igual me tirás unos nombres buenísimos, de escritores que me gustan mucho, pero no sé si me compararía.

Yo tengo 33 años y hasta ahora mis libros fueron bastante ingenuos –me da la impresión. Legibles, historias que se pueden leer, y qué sé yo, pero por ahí quizás ahora comience (desgraciadamente) a escribir más seriamente. Y a robarle a Ballard y toda esa gente.


JR: Son historias, las tuyas, de un grupo social –digamos– situado en un lugar que tanto no te agobia, pero que produce una espera extraña. Que puede ser la del que hace la cola en el banco o del que sale de la facultad y no sabe qué va a hacer.


JT: Y bueno, eso me es muy afín.

Siempre leo a Cucurto –a quién conozco y es amigo mío– que es el narrador de la parte más “latinoamericana” de Buenos Aires. De las clases más “bajas” respecto a eso, y que trabaja con eso porque lo conoce. Y a mí, eso no me interpela. No me dice nada.

En cambio me atrae tratar de ver qué hay adentro de las clases medias, y de las clases medias cruzadas por la comunicación de masas, por cierta cultura de élite, y qué hacen con eso... eso y el presente, la idea de presente, de ser contemporáneo con uno mismo. Hegel decía eso, ¿no? Que hay que intentar ser contemporáneo de uno mismo. Y a mí me parece que me obsesiona, en algún punto, la idea de presente. Si bien éste es un libro que va un poco para atrás, o bastante para atrás.


JR: Aún así, “Rufus” que es un libro que se escribe sobre los noventa, no se narra desde los noventa. Y me pasó que en una clase de historia unos estudiantes discutían: “Ya todo está inventado” decía uno, mientras el otro le contestaba, “No, eso pensaban en los noventa”; y de pronto es cierto. La de los noventa fue una década que se vivió como después de que se hubiera terminado el mundo, ¿no? Eso es algo en lo que “Rufus” no incurre.


JT: Pero fue todo verso. Fukuyama tuvo que salir a decir “No. Me equivoqué”. Y es que para que todo ya se haya inventado el tiempo tiene que detenerse. Y el tiempo nunca se detiene. Siempre estamos pasando por el mismo lugar pero de una manera diferente. Me alegra que eso se note en la novela, porque esa es la idea.

Bueno, los escritores argentinos que me gustan son los que recuperan ese espesor histórico. Nunca me comí la mentira esa del escritor encerrado en el lenguaje. El escritor está relacionado con lo social por las historias, que son núcleos sociales. Lo social entrama todas las historias. Obviamente el lenguaje es muy importante porque es tu herramienta; y conlleva ideología y una serie de toma de decisiones, y es difícil luchar con él y es un gran desafío… pero las historias viven en entramados sociales, y a mí me interesa meterme con eso.


JR: Me parecía precisamente encontrar evidencias de eso en “El bailarín de tango”, que era como una revelación (para nosotros afuera, seguro una especie de revuelta para ustedes adentro) contra ciertos elementos medio caricaturescos/turísticos de la ciudad. Una reconexión con otra intensidad vital de, particularmente, el tango.


JT: Sí, y en “El pornógrafo” me tomo el pelo a mí mismo porque empiezo a hablar del tango y el tango parece como una cosa gay. Para mí “El bailarín de tango” es mi novela más redonda. La que tiene más pliegues, la que más me gusta.

Bueno, ahora escribí una novela que se llama “Los amigos soviéticos”, que va salir en el invierno, que es sobre un ruso que se vino de la Unión Soviética para vivir en Buenos Aires luego de la caída del Muro –y que tiene mucho de Buenos Aires y me gusta– pero la que todavía me gusta más, de las publicadas hasta ahora, lejos, es “El bailarín de tango”. Porque es la más porteña (en el buen sentido), porque tiene un par de reflexiones que me gustan, me enamoré de las chicas que hablan ahí, me parece que retrata bastante bien el ambiente del tango de la actualidad, etc. Es una novela a la que le tengo mucho cariño.

6 comentarios:

JG dijo...

Suena raro, pero sinceramente yo no estoy de acuerdo con Terranova en lo que dice él de sus propios libros. Para mí, el libro clave es El caníbal, con todo y sus excesos puanescos; con todo y sus excesos (inevitables) de primera novela publicada. Rufus es otra cosa, claro. Pero El caníbal es todo un programa: hay están ya El pornógrafo y El bailarín de gotán.
Hay un pasaje en El Caníbal en que el narrador está charlando con el viejo que acabará publicando la novela. El tipo, viejo zorro en esas lides, tantea al artista cachorro y le pregunta a quiénes lee. El narrador responde que le gusta Piglia, porque en sus novelas siempre hay tipos en un bar, charlando. “¿Como nosotros?”, pregunta el viejo. “Claro, como nosotros”, añade el joven alter ego. Esa idea define las tres novelas que menciono --que, de de más de una manera, son la misma novela: dos personas charlan, comentan a su aire sobre lo que informan los medios (impresos, generalmente). En El caníbal y El pornógrafo son varones, en El bailarín son dos mujeres (y aquí Terranova se acerca peligrosamente a Puig: logra hacer hablar a esas chicas de un modo tal que –como nos pasa con Puig- a veces sentimos vergüenza ajena). Como pasa en Bolivia, que todo el mundo dice estar cansado de hablar de política, pero en realidad lo que se hace es solamente comentar los noticieros, sin incidir de ninguna manera sobre el flujo de esa masa de eventos, en las novelas de Terranova dos personas comentan sobre noticias más o menos delirantes, que están siemrpe fuera de sus vidas (o que cabe como accesos a lo extravagante, pongamos). Y hay un hilo que sostiene esos diálogos, un hilo más o menos ajeno a la trama esa de charlas sobre las noticias: la historia de un tipo que está metido en negocios con pornografía; la historia de una de las chicas con un tanguero; la cuestión antropófaga. Y siempre me llama la atención que Terranova elija esos títulos: es decir que nombre sus novelas en función de una historia que no alcanza a ocupar el 25% de los asuntos del texto, pero que actúa como factor generador de intriga y de cohesión de las charlas. Con un detalle: el pornógrafo en realidad no es pornógrafo; el bailarín en realidad no es bailarín; el caníbal tampoco es caníbal (como se dice explícitamente hacia el final de la novela, por lo demás). No acabo de entender esa estrategia. Y con el tiempo, me queda en la cabeza como una sola novela: un volumen único en el que estos tres bloques de charlas funcionan como capítulos, a la manera de módulos. En ese volumen único, se repiten algunas de las noticias si bien los comentarios de los amigos que charlan varían, etc, etc.
No me parece que El bailarín sea más cerrada que El caníbal: ese final en que desaparece la chica que tuvo el asunto con el tanguero para dar paso a una voz que no había asomado para nada en todo lo anterior no me acaba de convencer.

Lo que dice Terranova sobre Twitter recuerda una boutade de G. Steiner: él dijo hará unos quince años atrás que la poesía entendida al modo clásico ya no tenía lugar en la sociedad contemporánea, que ese lugar que supo ocupar la poesía lo había ocupado la publicidad.

Finalmente: albricias por el debut de Luis en el blog. Geez! I can’t find my knees!

PD. Lo que me parece que Javier no ve es que el tango es una cultura, un circuito con sus códigos y demás. La manera en que trabaja Terranova sobre esto es similar a la de Casas con la cultura rock de los 70 en Los lemmings: al estar todo ahí, te resuelve un montón de problemas porque es un espacio sobresemantizado. Por ejplo, basta decir Winco y ya hay todo un aire de época recreado. Lo mismo con la cultura del tango (que, exagerando un poco, hasta podría prescindir de la música en sí). Algo que no pasa/pasó con el punk (al menos entre nosotros, en los sures).
PD2. Se me pasaba que tengo otro problema con los libros de Terranova: los abro y no puedo parar, tengo que acabarlos de un saque. Me ha pasado con todos.

Javier Rodríguez dijo...

Debo admitir que tenía miedo de quedar como un boludo con esa pregunta (la del tango), pero debía ser fiel conmigo mismo. Es decir, mi primera visita a Buenos Aires (hace ya seis años) me tenía pensando en el tango como o una cosa arqueológica/folklórica diseñada para turistas o un asunto muy lejano en el pasado. Evidentemente, pero no antes de la segunda visita, fui dándome cuenta -felizmente- que el tango era esa cultura de la que habla Juan, no una cosa atávica de compadritos y milongas, sino una otra conexión con el espíritu de la ciudad. Parte de esa revelación vino con "El bailarín de Tango", y por eso la pregunta. Y por eso -en la cuarta visita a la ciudad y entrevistando a Juan Terranova- mi descargo por quedar como quedé. Lo del ejemplo del rock y Casas me recontra suena, porque soy de esos a los que la palabra Winco (nunca tuve uno, por la edad, claro, pero en fin) teletransporta a un escenario claro, definidísimo. Igual, sigo intentando acoplarme a los desplazamientos semánticos que involucran al tango (nuevo o no) en esa misma forma.

Juan, Bolivia es el país de los analistas políticos, acordate de eso. Ahora, te firmo lo de la continuidad de esas conversaciones en los libros de Terranova (me falta solamente leer "El Caníbal"), y acordate que el mismo narrador de Rufus ni es (ya) punk ni es (ya) músico profesional. Que estructuralmente se parezca el libro un poco más a la autobio de David Antin me parece es secundario, pues lo conversacional sigue estando ahí. No en vano la comparación (de otros, pero confirmada por Terranova) con un blog.

Ah, sí. Y me pasa lo mismo que a vos con los libros de Terranova. Tal vez esto de la conversación tiene algo que ver, ¿o no hemos escrito mails bastante más largos que varios cuentos? Je

Saludos a todos

JG dijo...

“¿Te acordás cuando escuchábamos a Almendra en el Winco desinflado de una siesta?”, dice una canción, preciosa, de Alejandro del Prado ("Tanguito de Almendra"). Y si no me acuerdo mal, una foto del citado artefacto parece en la portada de Los lemmings. El Winco como el update rioplatense y setentón de la magdalena proustiana.

Ahora que volvés, Javier, sobre lo de la cultura del tango, me está gustando pensar que el tango ha acabado por crear una “comunidad imaginada” (es una noción más cerrada, más fértil, que la de “cultura”). Seguro te acordás que Anderson postula que el censo, el mapa y el museo son las máquinas simbólicas que articulan a las comunidades imaginadas. Tal y como el tango y su mitología/iconografia y su circuito de milongas. Me interesan mucho esas formaciones y al leerte me quedé pensando en otras músicas que ha(ya)n generado fenómenos semejantes (no son muchas, el flamenco sería una de ellas). Y de ahí salté a la literatura: una comunidad imaginada surgida de un escritor, o de un libro. Por supuesto, Israel y el Islam serían ejemplos de eso: "peoples of the Book", como lo puso Carlyle. Y aquí va un chisme, pero que quede entre nos: hace rato yo trabajo en una novela sobre esa idea. Una comunidad surgida de una literatura, de un libro. A la manera de un culto, pero esta comunidad no tiene nada de religioso. Es una saga de ciencia ficción, o una saga futurista, en el modelo de Dune, de algunas cosas de Dick, del ciclo sobre El Río de Philip Joseph Farmer. Es una tetralogía. Y tengo ya como tres mil páginas de un borrador bastante aparatoso. Como Herbert, que en Dune usa mucho el subtexto del Islam, yo uso las mitologías guaraníes (eso de la eterna errancia en busca de la “tierra sin mal” es fabuloso), y cada volumen de la tetralogía, si bien sigue cronológicamente la saga, está narrado según un sesgo diferente: el primero es etnográfico, muy onda Maggie Mead (impresionante la fuerza del regreso de la etnografía, ¿no?: y cómo no, si ahora todos pertenecemos a una u otra tribu, virtual o no); el último es hermenéutico, en onda Foster Wallace, y este volumen es el más rompebolas porque al llegar ahí abandono el español y caigo en una especie de esperanto. En fin, que tengo trabajo para los próximos quince años. Por supuesto, no es nada original, no creo en las “originalidades”: es una gigantografía del episodio “La isla”, de La ciudad ausente, texto absoluto que narra justamente eso: la constitución de una comunidad organizada en función de un libro (Piglia usa a Joyce y el Finnegan’s –¡qué perro!). Obviamente, “La isla” es una reescritura del “Tlon, Uqbar, etc”. Y “Tlon” reescribe la Nueva Atlantis de Bacon, etc

Sí, esa cuestión del diálogo tiene mucho que ver con la fuerza o la adictividad o el gancho de las novelas de JT. Tal vez sea su formación de músico la que le afina el oído. Y, claro, el diálogo es una de las tradiciones más sólidas de la lite rioplatense. Viene, por lo menos, de las payadas del Martín Fierro. Y fijáte que lo que decís de una novela dialogada por twitter ya estaría en el Martín Fierro. Claro, en época de Hernández no había computadoras: dialogaban por medio de guitarra. Y no usaban 14 caracteres, usaban ocotosílabos pareados.

Un trabajo similar al que JT hace en Rufus, lo tenemos en la primera parte de Fantasmas asesinos, del Wilmer. Son como 350 subcapítulos, breves, brevísimos. Y también es de mencionarse el update a Cloderlos que se manda Urrelo en la parte final de esa su novela: el copioso acopio de emails entre Richi y su mami.

PD.Oiga, DOn Q, ¿no sabe usted si se puede conseguir la segunda parte del video de Terranova con Kohan y Oyola, que hay en Eterna Cadncia? Es lo más ese video. Terranova se pasa la charla tomando toda la cerveza que halla y hacia el final cae en un homérico pedo. Y empieza con unas teorías sobre culinaria y literatura, sobre estrategias para garcharse a los editores (coirarets, Don Q, coirarets). Y en esa parte se corta el video. Me sospecho que lo que sigue es todavía mejor. Pero no lo consigo y la duda me consume: ¿siguió JT tomando birra y elaborando teorías?, ¿lo sacaron de un puntapié en la parte anteroposterior?

Editorial El Cuervo dijo...

:
al canibal no lo lei, y sigo esperando ke un friendo me preste el rufus. una lectura con buena punteria sobre la novelistica de Terra. si, che se lee de una sentada media larga. che y leyendo el Ignorante recien cai en cuenta porke Terra fue el ke la entrevista a Pola en EC: El Ignorante es uno de los precursores de LTS.
me parecio leer entre lineas ke Terra dice ke ahora va a buscar "un estilo", no?.
parece ke esa segunda parte del video ke menta Juan y ke solo se puede leer no esta pa vista del publico. era un documento eso.
Ambos entrevistadores habian leido bien a Terra, por eso creo salio asi de buena.
saluds

Editorial El Cuervo dijo...

:
tsk!, no adelante pues esos planes de la tetralogia, Juan.
ya habran unos tomando nota

Lefty Wilbury dijo...

Aira, el César, estuvo en Madrid, por el asunto de la fiesta del libro. Le preguntaron por el ibérico que ganó el Cervantes, y contestó: “No estoy muy al tanto de la literatura española actual. Como decía una vieja profesora mía, creo que después de Quevedo el surrealismo decayó mucho”.
Es un genio por más que no pertenezca al Comité del Significante.