domingo, 19 de abril de 2009

Implantes lectores en los muertos que vuelven

Como sabemos desde Derrida, el revenant, el muerto-vivo (ese mitema clave para entender la cultura presente, interpelada por el imperio de lo virtual), es aquello que insiste en retornar. El revenant hace su trabajo entre las fronteras de lo visible y lo no visible. Tal y como la lectura. Tal y como esta lectura de Fernando Barrientos.
Y si la “hauntology” –i.e. la teoría derrideana del fantasma- entiende que la estrategia del revenant se despliega entre los polos de lo intempestivo y el desajuste, Barrientos se detiene a observar el trabajo de lo espectral sobre ciertos cuerpos. Uno, el corpus saenzeano (sobre todo, Santiago de Machaca); el otro, el de un personaje de un cuento de Miquel Esquirol.

Continuidades, desplazamientos, pliegues temporales, robo de cadáveres, textos que se seducen, se solapan, se autoexpulsan, se miran en abismo. Todo eso. Y también, por supuesto, la construcción de un bildungsroman: la educación sentimental de un lector.

por Fernando Barrientos


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Demasiado cerca de la edad de Cristo examino mis filias y fobias. Hace catorce años leía todo lo disponible, escaso y en su mayoría “malo”. En esa época un sociólogo, Alfonso, me inició en los deleites y afanes de la literatura saenzeana (además de muchas otras literaturas, entre ellas la sociología). Ese año se cumplían 20 años de la muerte de Jaime Sáenz. Alfonso tenía casi todos sus libros publicados hasta entonces, raras joyas para bibliófilos fetichistas. La Obra Poética del Bicentenario cerca a la Fenomenología de la percepción, Felipe Delgado debajo de Economía y Sociedad, Los Cuartos e Imágenes Paceñas junto a El Suicidio y, mi favorito, Vidas y Muertes conviviendo con Vigilar y Castigar. Me decía algo como ‘este, Flaco, es más duro que una losa’ y extendía alguno de esos míticos libritos que me llevaba a casa y devolvía rápido para que me prestase otro. Me los leí todos y quedé impresionado. A base de insomnios me puse al día sobre algunos tópicos básicos de su mitología. Se convirtió en mi autor favorito, teniendo no mucho para elegir. Pero pronto accedí a nuevos libros que me ampliaron la perspectiva y como Pedro negué tres veces a Sáenz.

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Catorce años después soy otro lector. Leo la nouvelle Santiago de Machaca, que Alfonso no tenía en su biblioteca por entonces. “Tengo la teoría, nada original, de que la suma de experiencias particulares que uno vive a lo largo de su existencia es lo que lo hace único y distinto de todos los demás. […]Los libros leídos, por supuesto, también son experiencias vividas, y la suma de todos los libros que uno ha leído también lo hacen único en ese aspecto. Esa «biblioteca» personal nunca es igual a la de otro; podría serlo, por una grandísima casualidad, si uno ha leído unos pocos libros y se ha limitado a lo convencional; pero con cada libro nuevo que se lee las probabilidades de coincidencia disminuyen exponencialmente” (César Aira, Cumpleaños).

3

La historia de Santiago de Machaca [SDM] se inicia con el encuentro entre El Narrador (un novelista) y Santiago de Machaca, un “muerto”:

“El muerto cayó de cabeza, con un ramo de margaritas amarillas –pero no se lastimó la cabeza.

Yo le pregunté si le dolía la cabeza y él me dijo:

-Ni tanto ni tan poco.”

Este inicio es muestra cabal de todo lo que sigue. Santiago de Machaca está más muerto que vivo: la fiebre exantemática lo ha llevado a la tumba pero no lo ha podido matar. Es decir, vive en la tumba. Cuenta que vive en compañía de tres piojos Pío, Venancio y uno que Santiago guarda, que no está bautizado, al que llama Pedro, “[un] piojo que nunca deja de crecer […] era casi invisible, pero ha crecido a mi costilla. Dentro de poco, será más grande que yo. Dentro de un año será más grande que una casa. Dentro de dos años será más grande que la Garita de Lima” y al que no puede matar porque si lo mata Santiago muere. Hasta para El Narrador es difícil decir quién es este personaje. Apenas unos rasgos. Se lo ve al final de la tarde en la Garita de Lima, “lleva un saco de cuero, pantalón de lona y enormes zapatos, con herrajes y clavos. Un sombrero de paja redondo y de anchas alas, cubre su cabeza.” Vagabundea, lleva y trae encargos; sabe de minería y es experto en soldadura autógena y maneja ponchos de vicuña, finos aguayos y colchas de alpaca, pero no hace negocio. Solamente vende y trabaja porque le gusta. A veces va a la morgue y habla con los muertos. Atraviesa oscuros, terribles lugares. Y roba cadáveres y se los regala a los estudiantes de medicina. Santiago es lo que se conoce en el imaginario popular como ‘condenado’: una persona que ha sido dada por muerta o que ha muerto momentáneamente; lo que la hace extraña y conviene no estar muy cerca de ellos. Santiago ha muerto en el nivel simbólico, pero aún no está muerto en el nivel real. Así, vive una muerte, muere una vida, como podría decir Sáenz. Puesto en cuestión el orden simbólico, la gramática se chipa.

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La mirada que contempla los desplazamientos del objeto en el tiempo. La ciudad retratada por Sáenz no es nunca la de una sola época: igual que en Felipe Delgado, La Paz que se representa en SDM es un abigarrado patchwork de diversas épocas en un solo tiempo (un presente anacrónico) y el estilo saenzeano es un saco remendado laboriosamente con varios niveles de la lengua paceña de la generación pre-52 (giros de larga sedimentación) encima de dichos, refranes o frases hechas y la marca indeleble de una incómoda ambigüedad: en la realidad que se refiere, en el misterio que se plantea y en la sintaxis. “Poeta de contenidos herméticos, atmósfera neorromántico-surrealista y muy prolongado aliento en su prosa poética o versículos. Tiene excelentes momentos algo diluidos por la extensión; con todo, la insistencia del discurso agrega misterio a sus fantásticas visiones; podría emparentárselo con los chilenos Rosamel del Valle y Díaz Casanueva o con el mexicano Ortiz de Montellano: de los primeros tiene el lirismo profuso, del segundo la inspiración onírica. El alcoholismo de su juventud, llevado a extremos escandalosos, sus hábitos nocturnos, su provocativa simpatía por el nazismo (para nada evidente en su poesía) le crearon un hálito de poeta maldito[...]” (“Jaime Sáenz”, en: César Aira, Diccionario de Autores Latinoamericanos). ¿Qué libros de Sáenz habrá leído el polígrafo de Pringles?

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Antes de leerlos, los libros reposan previamente en la mesa de noche, días, meses, años. Títulos acumulados que se posponen y otros que ni pasan por la mesa de noche y son leídos de una sentada, por olfato, necesidad o capricho. Libros hurtados, libros míos, libros regalados, libros obtenidos en truque, libros prestados (hasta páginas fantasmas de libros perdidos). Interrumpo, comparo, combino la lectura de SDM con un libro prestado: Memoria de Futuro, de Miguel Esquirol. Busco Cementerio de Elefantes”, un relato de ciencia ficción de casi 40 páginas, que podría recibirse como un cover tecno de Santiago de Machaca (entre otros textos). Hay algunos sampleos de los aparapitosos remiendos saenzeanos, loops de sus atmósferas, y algunas secuencias con el ritmo de ese antecedente del género (algo como ‘novela ciber-andina’) De Cuando en Cuando Saturnina de Spedding. Cuenta la historia de El Escritor, que un día se inicia, sin mayor explicación, en el oficio de cargador (uno de estos cargadores es la voz que narra, a quien podríamos llamar El Narrador) uniéndose a un grupo del gremio (con auspicio de El Narrador y en compañía de El Pipas, El Tubos, El Indio y otros). La ciudad futura de CDE (que no es La Paz) exhibe, como en el presente actual, rastros del pasado pre moderno (personas que aún lavan ropa a mano, p.e.) y nuevos elementos característicos de ese futuro (p.e. los implantes mecánicos en los cuerpos como marca de status). El estilo es neutral y funcional al avance del relato, que prioriza detalladas descripciones (se proyectan imágenes exactas y logradas en algunos pasajes, pero en otros son obstáculo y ripio para el lector). Estas descripciones por momentos son más viscarrianas, por etnográficas, que saenzeanas.

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En el segundo encuentro hablan sobre la extraña condición de Santiago, que perturba a El Narrador: “[…] yo te conozco pero no sé quién eres. Ya sé que vives en la tumba pero no sé en dónde está”. De nuevo un monólogo paradojal sobre lo misterioso que es el mundo. Luego van hasta las faldas de El Alto, a una casa de adobe, donde vive una vieja enana con aire de bruja, doña Natividad. La vieja le cuenta a Santiago algunas noticias de conocidos (se habla en cierto momento de la urgente necesidad de revocar las “tumbas en miniatura”, donde duermen los inocentes). En CDE, El Narrador y El Escritor acompañan al Pipas a la boda de su hija. Todos los invitados regalan a la pareja presentes convencionales y/o absurdos. El regalo de bodas del Pipas (que no está invitado) es “un eco-jardín”, “una cara miniatura viva”: un pedacito de jardín dentro de una esfera de cristal: un bonsái del futuro. Dejo sobre la mesa de noche, es decir para después, esta recurrencia constante en algunas narraciones paceñas.

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El alcohol en SDM comunica, tonifica, ilumina (aunque “bajo un oscuro resplandor”). En CDE es la válvula de escape del lumpen-proletario de ese ejército de cargadores, no comunica (no hablan mientras beben) puede ser usado para suicidarse, y ni siquiera es alcohol (sólo en el mercado, el físico, no el abstracto de los economistas, parece haber posibilidad de encuentro y mínima ‘igualdad’.)

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SDM y CDE son también relatos sobre la literatura. No sólo porque ambas historias se ponen en marcha a partir del encuentro de dos escritores (en ambos casos con pares de escritores “en potencia”) sino también porque los dos relatos parecen plantear dos (est)éticas respecto a la escritura.

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En SDM ser escritor es algo más allá de la escritura: El Narrador (escribiendo una novela “entre dudas y desalientos”) y el raro amigo de Santiago, Joaquín Bermúdez (quién lleva 20 años componiendo un poema épico, que va a quedar inconcluso) son escritores, pero Santiago, que no escribe nada, también lo es. “Aquel que se cree ya poeta –dice El Escritor– por haber escrito un miserable poema, está perdido. En realidad habría que morir para ser poeta. […] El haberte conocido, ha sido providencial para mí. Yo diría que eres poeta, porque no necesitas escribir poemas para ser poeta. Aquel que escribe poemas para ser poeta es un pobre infeliz. El poeta es poeta, escriba o no escriba poemas. Como tú sabes la poesía es oscuridad y conocimiento. El poeta se adentra en caminos siempre peligrosos, se place en transitar por el borde del abismo, es afecto a escudriñar en las profundidades, y muchas veces se pierde en las tinieblas. Y por eso el poeta es poeta y no necesita escribir poemas para ser poeta”. Por lo tanto Santiago es poeta, porque está muerto.

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En el caso de CDE El Escritor le da la posta a El Narrador (se implanta la pantalla procesadora de El Escritor cuando muere). En CDE la escritura es memoria escrita en el cuerpo, está “implantada” en el cuerpo. También hay un acento en la performatividad de la escritura (y un más allá) que se expresa en la trayectoria de El Escritor en llegar a ‘sacarse el cuerpo’ (el pasaje en tres actos, con los que trasgrede las leyes de las comunidades a las que pertenece: cargador-aparapita-cadáver). Y una visión testimonial: no por nada lo último que deja escrito El Escritor es la carta a ser entregada a la hija del Pipas, para que sepa la historia de su padre.

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En SDM la “escritura” se manifiesta como pulsión: la novela truncada pero siempre atendida de El Narrador y el poema épico de Joaquín Bermúdez en el que se demora 20 años. Pero el mismo Santiago es también presa de la pulsión: como es un ‘condenado’ a lo único que se dedica es a intentar limpiar el honor de su nombre, mancillado por lo que se dice o cree sobre él: narrar y corregir, invalidar, las narraciones de los otros. En CDE la escritura tiene también el signo de la pulsión: es un objeto parcial incrustado al cuerpo, un órgano privilegiado, que cumple una constante y mecánica función: registrar. Además es una pulsión removible y transferible.

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En SDM hay una relación casi alquímica con el dinero: Santiago no lucra y no se dice de dónde saca dinero El Escritor para comprar esas urgentes recetas de cocaína. En CDE el trabajo es central (las descripciones más logradas son las que tocan a las leyes del microsistema de los cargadores) y no hay lugar para redenciones (además hay un cambio de significante de lo que es un aparapita: en CDE un aparapita es una especie de reciclador ultrapauperizado y marginal).

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No puedo dejar de observar, tal vez por esta época hiperpolitizada, en Santiago de Machaca el perfil de un intelectual orgánico indigenista: defensor de los indios abusados, ha estudiado en colegios y universidades, y habla mejor que un doctor, pero nunca ha querido serlo: “Así es. Yo nunca he querido ser doctor. Yo siempre he sido indio.” También es ‘político’ el desplazamiento de la voz narradora en CDE: narra el que debería ser personaje y se retrata a El Escritor. Y ya.

A volver al silencio de la lectura.

6 comentarios:

maximiliano barrientos dijo...

Esta idea del cover en la literatura es bastante nueva. Leí por ahí que una editorial coqueteaba con la idea de pedirle a una serie de escritores jóvenes que reescriban cuentos de escritores del boom. ¿Desde cuándo surge esto? Antes no se entendía la literatura como homenaje. Era plagio y punto. Hay que pensar en la enorme influencia de la música en la literatura contemporánea, no sólo por una cuestión de ritmo, sino también en algo estructural. Se escriben cuentos porque no se puede componer canciones.

Frank dijo...

Esa idea también fue mía, Maximiliano. Creo que antes, pero, fue de unos rockeritos que quisieron destrozar el "Stranded" del Greil Marcus. Yo quisiera -no me escuche el editor presente- hacer algo parecido pero para la literatura boliviana, nada más que obviando lo del cover, jugándonos por una reescritura "a favor" o "en contra" de este o aquel producto cultural nacional.

Bueno, en cuanto a lo que escribe Fernando, me parece sumamente interesante. Pero, creo que el asunto de la poética y la muerte tiene más pedestre origen: ¿Vio alguna vez los viejos avisos necrológicos? De esos en los que se estilaba poner "el que en vida fue Juan Pérez". Ahí está toditinga su respuesta, ¿n'est pas?

Y lo mismo con eso de que los escritores son los principales traficantes de futuros. ¿Es tan distinto leer un libro de despanzurrar un faisán para observar su hígado?

Saludos a todos,

Editorial El Cuervo dijo...

:
ke linda idea esa de recopilar covers literarios. me parece igual muy complicado: como en la realidad puede salir algo muy distinto a la cancion original. si, la musica es una gran influencia literaria, permite pensar cosas nuevas o no tanto. y tienes razon maximiliano: uno hace historias porke no pueee hacer canciones. y tambien el cine, no? p.e. vi Synecdoche NY (gracias a la recomendacion siempre acertada de Juan: no me salio una onda cover de lo ke hace el juan? solo ke trucho)y se me cerrto la idea pa hacer una cosita sobre La Paz y su lite
buena idea la de frank, eso de meterle uno de esos experimentos a favor/en contra. la verdad lo ke me salio no es ni uno ni otro: avatares de un lector nada mas.
abrazones

JG dijo...

y en el cine esto del cover se llama "remake". y es una institución.
para no abrumar con ejemplos, la remake -escena por escena- de Psycho por Van Sant.

duda: ¿alguna remake supera a la peli original?

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Qué super texto Cuervo. Esos apuntes dicen más de Saenz que las toneladas de escritos babosos y la invasión de voces guturales que pueblan la osscura noche paceña y, al final, lo único que aportan es una sobredosis de tufo en la pirámide del conocimiento (no estoy en contra de la bebendurria descarriada pero no es necesario levantar el nombre del poeta para ponerse como un estafermo). Como dices, creo que para amar a Saenz es necesario negarlo tres veces. Creo que él lo hubiera preferido así. Su destino en la historia de la literatura boliviana es quizás similar al de Poe en los U.S.A., se manejan más estereotipos (spooky) a su alrededor que un conocimiento real de su obra y de su alquimia.
Me encanta que analices Santiago de Machaca (primer relato que leí de Saenz allá cuando estaba en tercero medio, creo), un texto un tanto marginal en su obra: un relato hermoso, complejo, tierno, oscuro y radiante, du Saenz à tout cracher. No hay nada que me crispe los nervios más que esos alcoholo-intelectualoides que hacen "lecturas" de Saenz en los bares alcoholo-intelectualoides y se dedican a leer "La noche" con pucho en boca, barba casposa y una copa de cognac en la mano. El poeta ha de revolcarse en su tumba.
Lo de Aira, lo leí completo y no me pareció una aproximación muy precisa a la obra de Saenz pero bueno, cada cual con su visión ¿No?
Por último, si hay algo que admiro en Viscarra (en realidad admiro muchas cosas de él y bien puedo decir que es un autor que me gusta y punto) es su alejamiento estético y ético al saenzeanismo barato. Lastimosamente, vendrá el viscarrismo y al final todos nuestros escritores futuros van a terminar con el hígado cocinado, habiendo comprendido la epidermis del aporte a la literatura de estos dos escritores sumamente diferentes e interesantes (Saenz me parece mayor).

Saluds (y viva Saenz)

El cuervo dijo...

:
Ke bien ke te guste, Diego. estos apuntes son un primer acercamiento a Saenz, luego de años de no leerlo. Ahora voy a leer Vidas y Muertes. A mi me lo ke me canso mas fue el saenzeanismo, lo ke ocurre también con Viscarra, como bien señalas: conoci una vez unos fans nada lectores de Viscarra, fans solo de la leyenda. También creo me salió la conciencia de los años pasados (como a vos con lo del pasajero Iggy, jeje). Saenz es un escritor muy fuerte, te impone sus tics, no?. Hay ke estar bien amarrado al mástil y taponearse los oídos pa leerlo. Me interesa como puede servir pa estos tiempos, doblarle el codo. Profanarlo un pokito, secuestrar el cadaver. Ke ya no sea el fantasma del padre, o ke ya no pese tanto. Es interesante por eso el cover de Eskirol.
[Deje en el jato de don frichman la SNY ke seguro disfrutaran en el lar(JG tenia mucha razón)]
Abrazones y saluds