No es ninguna novedad. Síntomas aislados de
Hoy robamos –procedimiento que el hijo de Bettie y Abe suele practicar en sus horas libres- uno de los textos que la revista británica Mojo publicara hace unos meses, en vigilia y celebración del lanzamiento del disco Tell Tale Signs. Lo firma Robben Ford, un músico de sesión que compartió con nuestro héroe no pocas horas en estudios de grabación y escenarios.
Bob Dylan, el último dinosaurio, está por lanzar un nuevo trabajo. Es nuestro Shakespeare. Alabado sea el inexistente dios que nos regaló el lujo de ser contemporáneos de este chaval. Habrá alguno por ahí que piense que nuestro entusiasmo por Uncle Bob es exagerado, de mal gusto, fuera de lugar, corrido al rojo en el padrón biométrico. Blablablá. Habrá, tal vez, más de uno. Pero, sinceramente, a nosotros nos chupa un huevo lo que digan. Olímpicamente.
Va.
Por Robben Ford
Coincidí con Dylan un par de veces a lo largo de mi carrera. La primera vez, yo estaba trabajando con Joni Mitchell. La segunda vez, cuando yo trabajaba con George Harrison. Y en ambas ocasiones, a decir verdad, fue como si yo no hubiera conocido a Dylan. El estaba por ahí, charlando con Joni, bromeando con George, y nada más: Bob evita todo contacto con otros humanos en la medida de lo posible. Es Dylan, ¿sabés?
Para la grabación del álbum Under The Red Sky, la producción manejaba el concepto de que cada día se probaría una diferente combinación de músicos. Sólo el bajista y el de la bata fueron los mismos de principio a fin. Aparte de esos dos, los músicos cambiaban a diario. Un concepto muy interesante para trabajar en estudio. El día que me llamaron, yo fui la primera persona en llegar. Si Dylan te hace llamar, ¿sabés?, tratas de ser puntual. Yo caí el primero, los otros empezaron a llegar como una hora después.
Finalmente, al cabo de varias horas, Bob apareció. Llevaba puesta una especie de pulóver con capucha, gorra de beisbol, pantalones de gimnasia y botas de motociclista. Una combinación bastante loca. Cuando Bob llegó, cada uno de los presentes se puso a alistar sus instrumentos. De pronto, por alguna razón, resultó que yo estaba en el estudio chequeando equipos a solas con Bob Dylan. Por unos momentos, éramos sólo él y yo. Entonces, tomé coraje y le dije: “Hey, Bob, nos conocimos hace unos años, con Joni Mitchell. Yo hacía el tour con ella y vos te sumaste al grupo para un par de conciertos”.
El no había emitido una palabra hasta entonces, abre la boca y dice: “Awww, Joni, maaan”.
Y nada más. Eso fue todo. Ni una palabra más. Ni sobre Joni. Ni sobre aquel tour. Momentos más tarde, tomé coraje nuevamente y le comenté: “Y también estuve con George Harrison. Hicimos un montón de millas durante el Dark Horse Tour. Vos estuviste en el avión con nosotros un par de noches”.
Y Dylan que me oye en silencio y dice: “Awww, George, maaan”.
Y eso fue todo. Ni un pío más. Nunca supe si me recordaba o no. Te digo, este hombre no habla nunca. Por eso le creo a sus canciones, sobre todo a “Up to me”, que él eliminó de su álbum Blood On The Tracks, cuando dice “en tres semanas no hablé una sola palabra y cuando lo hice se me salió involuntariamente”. De todos modos, lo que importa es que evidentemente él ama a Joni y a George. Y me parece que aquella vez le gustó que hubiera, a través de ellos, de Joni y George, una especie de conexión entre nosotros dos. Me pareció. Pero, bueno, él no dijo nada ni en un sentido ni en otro.
Cuando empezamos a grabar, Dylan, básicamente, se ponía a jugar con la guitarra mientras la banda estaba en contacto con él, pero en otro cuarto. Aislados. Oyendo lo que hacía Bob. No había mucha distancia. Desde donde estábamos podíamos ver a Bob trabajar: tiene una gran mesa frente a él, con páginas y páginas cubiertas de textos escritos a mano. A lápiz. Bob no usa tinta. Sólo lápices. Son letras para canciones. El toma una de esas páginas y empieza a seguir algo en la guitarra. Y desde nuestro cuarto nosotros seguimos esa guía. Y así comienza una jam session. Tan pronto Bob se sienta a gusto con lo que estamos haciendo, tomará una de esas páginas, o varias, hojeará al azar, corregirá algo con el lápiz que tiene en su oreja izquierda, y empezará a cantar sobre la base melódica que tratamos de mantener los de la banda (un grupo de músicos profesionales que no sólo nunca antes hemos tocado juntos, sino que acabamos de conocernos). Si Bob se aburre, se levanta de su silla y busca otro manojo de textos y vuelve para testear qué pasa con esas nuevas letras y ese patrón melódico. Si no le interesa aquello, se irá del cuarto sin decir nada.
La primera vez era, de verdad, muy difícil saber qué pasaba por su cabeza. Porque él no dice nunca una sola palabra a nadie. Pero yo tengo la impresión de que Dylan estaba contento durante esas sesiones. Es más, cuando algo nuevo empezaba y salía muy bien podías ver que él realmente se entusiasmaba: tomaba una de sus armónicas y se ponía a soplarla con gusto, mientras con la mano que le quedaba libre buscaba entre la pila de páginas manuscritas algo que pudiese cantar. En algún momento, dejaba de tocar la armónica y empezaba a cantar las letras, que él va leyendo de esas páginas pero que no necesariamente canta tal cual las lee. Bob cambia sus letras hasta el último momento. No hay otro músico que entre a la sala de grabación con un lápiz en la mano. Son páginas sueltas. Literalmente, pilas y pilas de páginas, escritas a mano, 50 o 100 páginas cada vez, amontonadas sobre la mesa. ¿Te acuerdas que él decía que “Like a rolling stone” era una especie de novela, que él tuvo que cortar para que pudiese caber en seis minutos? Yo siempre le creí. Y después de haber visto cómo trabaja, mucho más aún. El toma esas páginas y las va usando al azar, mientras toca la guitarra, el piano o la armónica y canta. Es un proceso endemoniado. No entiendo cómo puede controlarlo. Nadie trabaja como Dylan. La mayoría de los músicos entra a grabar y sus asistentes le acercan páginas impresas desde una computadora, en las que les marcan qué partes se deben cantar de una manera u otra. Y ellos nunca se salen de ese formato. Bob en cambio trabaja en torbellino. Y de allí emerge con obras maestras. Da para preguntarse por horas y horas.
Mientras eso sucede, en las pausas, uno puede oír que Bob le pregunta a Don: “¿Cuántos takes van ya? Es para partirse de risa. Ni Don puede llevar la cuenta y contesta cualquier cosa: “No sé, cinco, diez tal vez, ¿te parece bien?”
Y Dylan que dice: “OK, bueno, lo dejaremos ahí por ahora”. Dicho lo cual, desaparece. Sólo toma unos segundos, de pronto Dylan se ha desvanecido.
La sensación que recuerdo más vivamente es que yo no quería que las sesiones acabaran. Había algo muy poderoso y muy extraño en el solo hecho de estar en un mismo lugar con un tipo capaz de manejar tanto poder --un poder propio, intrínsecamente suyo.
Como digo, Dylan no habla con la gente. Durante las sesiones, de verdad que nunca habló con nadie que no fuese Don. Y eso que con Don nunca pasaba de monosílabos y exclamaciones. No había necesidad de palabras. El estudio estaba protegido por su aura. Uno se sentía, se sabía, parte de algo muy especial, único. Yo he compartido escenarios y estudios con gente excepcional, como Miles Davis, o George o Joni, pero la sensación que produce Dylan es incomparable.
En el 2000 me tocó estar en tour con Phil Lesh. Dylan y su banda hicieron algunos shows en con nosotros. De ese modo viajamos juntos por más de dos meses, de una punta a otra del país. Dylan jamás admite que haya gente cerca de él. Su gente se ocupa de ello. Simplemente, no dejan que te acerques. Si estás en un hotel, por ejemplo, no puedes ni pensar en caminar por un pasillo y cruzarte con Dylan. Ni lo sueñes. Si Dylan va a cruzar un pasillo hay gente que se asegura que nadie ocupe ese pasillo hasta que él haya pasado. Esto te muestra qué tan extremo es. No recuerdo cuándo fue la última vez que vi a Bob, pero tiene que haber sido durante ese tour con Phil Lesh y su banda, en el 2000.
1 comentario:
y mientras la espera del nuevo disco llega a punto caramelo, Bob se pasea por Europa, añadiendo capítulos a la Gira de Nunca Acabar. actúa casi todas las noches.
ayer cantó en Roma.
una reseña en El País de Madrid cuenta el asunto con lujo de detalles:
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Dylan/majestuoso/conquista/Roma/elpepucul/20090418elpepucul_2/Tes
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