Picado muy
temprano y para siempre por el bicho de la literatura un autor de la casa, Maximiliano
Barrientos, acaba de recuperarse de la picada del aedes aegypti, transmisor
del dengue. En su recuperación, Maxi escribió este
texto breve en el que saluda y despide a uno de sus ídolos, Mike Bernardo, sobresaliente
exponente del kickboxing y ramas afines y se pregunta por lo que se pregunta un
peleador.
Por Maximiliano Barrientos
a Mike Bernardo (1969-2012)
Estaba
enfermo y escuchaba, insomne, la radio en el cuarto. El mundo estaba vacío en
esas horas. Un hombre, como todas las noches, trotaba alrededor de la cuadra.
Cerré los ojos e imaginé su corazón, un corazón distinto al mío, que latía con
rabia, con vitalidad. Las canciones eran viejas, pertenecían a la generación de mis padres. Todo lo que
quisimos decir estaba ahí, en esas letras directas y duras y sencillas. El
corredor y yo estábamos unidos por el mismo número de preguntas. Por los mismos
miedos. Por esos pequeños momentos de lucidez en los que descubrimos que nunca
volveremos a ciertas tardes de los años 90, pero igual buscamos como perros eso
que quedó diseminado en el aire.
Me envolví en una frazada y salí a
la calle. Esperaba verlo pero esa noche no tuve suerte. El corredor ya se
encontraba lejos. Me senté en la acera y vi la silueta de uno de mis vecinos
mirando televisión. Eran las dos o las tres de la mañana, tenía fiebre. La otra
noche no había podido dormir porque entre los delirios sentía que mis dedos
caerían a pedazos. Esa noche era más tranquila, el dengue había bajado la
velocidad, pero tenía el cuerpo empapado de sudor. Devoraba paracetamoles como
si fueran caramelos. Me gustaba la lentitud de mi cerebro. Todo ese espacio que
ocupaban los pensamientos, se movían lentamente echando luz, abriéndose paso
como camiones pesados. Estaba solo ahí y pude estar en cualquier otra parte del
mundo y hubiera significado lo mismo. Cargaba conmigo la pequeña radio que se
empecinaba en pasar canciones de José José. Hacía algunas semanas se había
suicidado Mike Bernardo, un peleador sudafricano que tuvo sus años de gloria en
K-1. Se había quitado la vida luego de una ardua lucha contra la depresión.
¿Los peleadores se matan? ¿Los peleadores en algún momento confunden el camino?
Hasta entonces pensaba que ellos, a diferencia de los escritores, tenían las
cosas más claras, pero Mike Bernardo había contradicho esta idea al quitarse la
vida en su residencia de Muizenberg. Joe
Frazier también había muerto hacía unos meses, pero él, a diferencia de
Bernardo, perdió una pelea contra el cáncer hepático y no contra la vieja
tristeza, contra el zumbido en la cabeza. Mientras estaba afuera envuelto en
una frazada recordé una pelea emblemática que Bernardo tuvo con Andy Hug en
1996. Hug era otro que había muerto a causa de una leucemia a mediados de 2000,
esa noche estaba rodeado por peleadores muertos. Hug había perdido en otras
ocasiones contra Bernardo porque este era más fuerte, pero esa vez lo que hizo
Hug fue una de las cosas más inteligentes que he visto en un combate: lo
debilitó sistemáticamente atacándolo en la rodilla mala, hasta que Bernardo
simplemente se derrumbó y no pudo seguir. Esa noche, ardiendo en fiebre y
aguardando que pasara el corredor, pensaba en viejas peleas. Pensaba en lo que
hace un peleador cuando regresa a su casa después de perder o ganar. Pensaba en
esos primeros minutos a solas, en la ducha, cuando la adrenalina comienza a
bajar y el mundo real con todo su frío, con toda su bulla, con toda su
frivolidad entra en el cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario