En el marco de la Fiesta de la Lectura el Centro Cultural Franco Alemán presenta: Coloquio de Escritores Contemporáneos, con la participación de: Claudia Bowles, Giovanna Rivero, Emma Villazón, Maximiliano Barrientos, Saúl Montaño. Jueves 8 de octubre, a horas 19:30, Café Literario “Puntos Cardinales” (Auditorio del CCFA Calle 24 de Septiembre Nº 36). No falten.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
Coloquio de escritores
domingo, 27 de septiembre de 2009
Hank Williams sigue sin contestar
por Javier Rodríguez C.
Canciones de amor y odio. Apenas eso, que no es poco. Al contrario, con unas cuantas variaciones sobre estos dos temas hasta podría efectuarse un tratado que resuma las horas del mundo, que son demasiadas. La resolución del odio y el amor, sus intrigas, placeres, daños y repeticiones, abarcan una gama tan posiblemente total, que alcanza para capturar la plenitud de lo humano. Describen extraordinariamente sus comportamientos y entrelazan los patrones de sus movimientos. Es aquella una lógica tan implacable –e indescifrable– como la que rige la gravitación universal. Nadie logra huir de ninguna de esas dos fuerzas. Maximiliano Barrientos, en su libro de cuentos Diario (Editorial El Cuervo, 2009), entiende y articula esa máxima con sofisticado oficio. Tanto así que en los cinco cuentos de su más reciente volumen seguimos a personajes, diminutos y familiares, que representan con gran precisión la deriva que solemos experimentar al cruzar las primeras tres décadas de nuestras vidas. Con un registro que alcanza la madurez en su estilo y universo narrativo, Barrientos construye sus historias de forma compacta y clara –como diálogos– mientras, cual si se tratara de las canciones excepcionalmente narradas que firman muchos de los músicos que el mismo Barrientos admira, extrema los alcances de esas cinco historias, haciéndolas parasitarse en tiempo y espacio. Todo eso sólo para seguir tentando, desde ellas, las posibilidades desplegadas en el trayecto que va de la vida a la muerte. Y es que todo se resume a cómo nos ocupamos durante ese lapso. Igual, debería estar clarísimo: ¿qué otra cosa puede esperarse de un libro que toma su epígrafe de Leonard Cohen?
Pero es necesario replantearse los prejuicios que, comprensiblemente, nos atacan al acercarnos a un libro de estas características. ¿Se tratará de otro de esos “retratos generacionales”, ya a estas alturas tan deslavados?, ¿Cabrá esperar –en un “Diario”– los angustiosos berrinches juveniles previos al vahído de la vejez?, ¿Será otro de esos pastiches de (second rate) americana usualmente tramados por los autores transculturales –en este caso desde un emplazamiento waaaaaaay to the south? Pues ni lo uno ni lo otro. Diario contiene cinco relatos prácticamente impecables, que recurren al pié generacional/personal sólo cuando es indispensable. Son cuentos con toda la universalidad que hace falta para acercarse a las continuidades de lo humano, para hacer narrar los espacios semi-artificiales que las articulan. Es más, ya “Años luz”, el primer cuento del volumen, amplia su mirada hacia el dilema de la narración, hacia la permeabilidad del escritor y la siempre difusa separación entre su persona privada y su persona creativa. Confrontando ese “¿Qué contar?” mientras evalúa su pasado reciente –en un juego retrospectivo, como lo es el de cualquier narración– nos encontramos a Esteban Olivares, que se detiene para percatarse que el acto narrativo presupone un fortísimo deseo de aislación (en verdad, uno siempre lee y escribe rigurosamente solo). Refugiado en bares y hoteles de carretera, tal vez últimos reductos de lo real, el personaje-escritor continua un viaje que lo llevará, sin entender el misterio de las relaciones humanas, sobre una carretera en la que –muchas veces desde los otros y a través de la ficción– encontrará las sensaciones que experimentó en un pasado cada vez más difuso, pero que siempre ha querido convertir en la materia de su narrativa. Cómo tender las variaciones correctas entre el relato y su registro vital es el dilema que mueve estos cinco cuentos.
Algo en lo que Maximiliano Barrientos ha logrado gran pericia es el manejo de las imágenes narrativas. Sea por medio de metáforas que se autocontienen o por el uso, casi simbólico, de objetos visuales recurrentes, Barrientos está permanentemente involucrando la sugestión plástica en su narrativa. Parte de esa obsesión se halla en la persistente aparición de fotografías y fotógrafos en sus historias –un recurso que, por excesivo, a veces rompe con toda verosimilitud (¿Cuántas personas andan todo el tiempo con una cámara a cuestas?). De cualquier modo, la presencia del paisaje urbano es notablemente reconstruida por Barrientos, que consigue uniformidad y solvencia al evocar esa repetición demente de metal, arena, asfalto, concreto y vidrio. Son, sin embargo, las imágenes de carretera y su cadencia hipnótica, las que conducen y enlazan los relatos en Diario. A veces rondando las debilidades estereotípicas de cierto cine filo-yanki, pero logrando una general pulcritud, son estos espacios (lugares sin presencia, paisajes condenados al tránsito, al vacío) los que construyen el ethos de todo el volumen de cuentos. Las paradas de camiones, como en su cuento “Hermanos”, los desiertos apenas tapizados por islotes de vida que se extienden a los costados de las carreteras, los autos que se destrozan al colisionar o los animales aplastados sobre el pavimento –ambas efímeras señales del trauma y el final; esos son los elementos que tejen la realidad devastada en la que se mueven los cuentos de Diario, una realidad en la que lo íntimo se reduce a lo orgánico y la vida se transforma en una lucha permanente por evitar la asfixia de la modernidad.
“Necesidades”, el tercer relato del volumen, regresa sobre la idea de la escritura como crónica de los inciertos movimientos de lo humano, esos desplazamientos que parecen seguir ciclos impredecibles. Tomando cierta distancia respecto a su temporalidad actual –algo por demás presente en sus otros relatos–, Barrientos establece aquí, desde su personaje, una exploración de las dolorosas señales del envejecimiento. Y esa es una constante en su narrativa, plagada por hombres que envejecen sin querer o poder evitarlo; hombres que no tienen la voluntad para cambiar sus rutinas, a menudo opuestas al desenlace natural de sus propias existencias. Esa colisión perpetúa ciertas tensiones, que con el rodar de las edades parecen afilar su naturaleza contradictoria. Así un adolescente solitario es, en otro cuento, un proyecto fracasado de hombre de familia; o, más adelante, un escritor recuerda cómo estuvo eligiendo sistemáticamente la soledad, incluso cuando muchas veces no sabía qué posibilidades se le abrían en el horizonte. Estos personajes particularísimos, contenidos probablemente en un solo recipiente que puede atribuirse ya al personaje-escritor que deambula las páginas de Diario (Esteban Olivares) o al mismo Barrientos, son los que logran que uno no encuentre repulsión en las situaciones extremas que dominan sus vidas (a su vez los argumentos de estos cuentos, es obvio). Pues, ¿cuántos de esos “desastres cotidianos” escuchamos cuando nos subimos a un micro, una tarde cualquiera, o cuando nos ponemos a caminar cerca de un bar un sábado por la noche?
Precisamente en el cuento que da título al libro, “Diario”, es que encontramos la puerta a un circuito de intimidades en el que, a lo mejor con el voyeurístico afán del que ve las carreras de autos solamente por los choques, hallamos un posible cierre al ciclo narrativo que entronca los tres volúmenes de cuentos que hasta ahora ha publicado Maximiliano Barrientos. La soledad, el gran tema del autor, sigue siendo explorada en este como cada uno de los cinco relatos de Diario; aunque aquí ya por personajes que enfrentan el compromiso y la institucionalización que inevitablemente sobrevienen con la edad. Olivares, esa “otra forma” que tiene Barrientos de verse a sí mismo, observa su pasado como si se tratasen de fotografías desfiguradas bajo el agua. Así es como aborda, a través de la ficción de su propia existencia, el relato de vidas arruinadas por el magnetismo dominante de astros mayores, las historias que encontramos en estos cuentos. El mejor ejemplo de esto es, quizás, el último relato de Diario, “Desplazamientos”, en el que nos presenta la historia del “Gordo” Vélez, mientras lo desmonta como si se tratase de uno de esos tétricos hombres clásticos, y así nos empuja a contemplar el previsiblemente trágico final de esa historia.
Lo cierto es que “Desplazamientos” apuesta por doble banda, pues por un lado desarrolla la idea de la vida vista como una continuidad de confusiones, como una traslación hacia nuevas dudas, mientras –sin necesariamente vincularse con la primera línea temática– expone el efecto que tiene sobre nosotros la desaparición de la frontera de la muerte. Solitarios por naturaleza, los personajes de Barrientos intentan desaparecer, alejarse de algo que no comprenden, aunque los tiene en una persecución sin tregua. Pero, por supuesto, ese afán de permanente escape va produciendo una distancia insalvable –mayor que la interpuesta por el tiempo– entre ellos y las personas que los rodean. Cuando se percatan de esto, de que han encontrado un camino distinto para ser víctimas del mismo destino, ya es imposible (para estos personajes infinitesimalmente trágicos) retornar a ese punto en el que pudieron ser capturados. Ese registro, de una persistente avería humana, permea todos los relatos de Diario, y se ha convertido en elemento esencial para la configuración de la voz narrativa de Maximiliano Barrientos.
Con Diario, Barrientos parece pretender inscribir su narrativa en una tradición de importantísimo arraigo en la literatura anglosajona de los últimos cincuenta años. Y esto, en primer lugar, lo consigue empleando los automóviles como metáfora de la transformación personal y del avance moderno (en un camino que va de Kerouac a Springsteen con desvíos en Algren, De Lillo, Wallace y Portis); una práctica tan común en la literatura de los Estados Unidos que puede rastrearse hasta Mark Twain o John Steinbeck, haciendo por ello de estos cinco cuentos al menos pioneros en lo que a ese aspecto de la literatura boliviana se refiere. Dejamos aquí completamente aparte, porque no hace a la valoración del texto en sí, el debate sobre la adecuación de querer afiliarse a dichas escuelas desde nuestra latitud. Por otra parte, el manejo de un lenguaje muy libre en la recursión de las frases, con un registro de intensidad sugestiva si bien arrítmica, hace que los cinco cuentos ofrezcan dosis de poética y narrativa muy bien calibradas. Quizás encontremos los primeros escollos, en el rodaje de esa prosa tersa, en los diálogos de los personajes de Barrientos; muchas veces logradísimos en su tono coloquial, pero saboteados por algunas frases que jamás en nuestras vidas escucharemos decir a alguien, y que cacofónicamente se aparecen en los relatos. También hay que lamentar algunos abusos estereotípicos (como el del “tipo rudo” en “Hermanos” o de las imágenes “sureñas” en “Necesidades”) en los que incurre el autor como queriendo reproducir lo visto u oído en la obra de aquellos creadores que efectivamente vivieron tales contextos. Pero esas son cosas que, como la inverosimilitud de ciertas situaciones narrativas, terminan achicándose frente a un libro tan prolijamente preparado. El resultado de ese esmerado proceso lo tenemos en cinco historias redondísimas y en una prosa construida con la estructura concisa de la poética musical y los tonos cotidianos (e intimistas, si vale el término) de la penúltima generación de escritores norteamericanos. Sea por la lectura ágil e impecable que ofrece, o buscando indagar en la feroz exposición de la soledad y el envejecer, que unifican temáticamente el volumen, Diario merece más que una oportunidad. Y es que, ¿cuán a menudo se encuentran libros que puedan dialogar, con esta franqueza, con los grandes temas de Cohen o Williams? Por supuesto que jamás recibiremos respuesta (“Hank Williams hasn’t answered yet”), ya lo sabemos; pero eso no quiere decir que sea momento de dejar de llamar.
martes, 22 de septiembre de 2009
La esquiva madurez de los años
Superando, al fin, la típica depresión postparto editorial volvemos al ruedo. En este texto, publicado el domingo en La Ramona, Christian J. Kanahuaty se aproxima los efectos de lectura de Diario, de Maximiliano Barrientos, y también intenta acomodar esta lectura en un contexto.
por Christian J. Kanahuaty
El nuevo libro de cuentos Diario, de Maximiliano Barrientos, publicado por la Editorial El Cuervo, es una experiencia sobrecogedora. Nos encontramos con personajes que trascienden las páginas donde aparentemente tienen vida, pensamos que esos personajes son personas de carne y hueso que deambulan entre nosotros.
Los cuentos nos ponen en el lugar de personas que a pesar de su edad están aún en una encrucijada, al parecer lo que indican en sus dudas es que no desean saber a dónde van y no intentan apresurar el momento de resolver su ruta. Son personas que suman años y restas decisiones a su vida. El mundo interno es más fuerte que el mundo externo, y sin embargo, lo social o lo político no son temas que quedan excluidos de la narrativa de Barrientos, sino que gracias a no nombrarlo su fuerza adquiere mayor trascendencia, es decir, que los personas al parecer están como están debido a aquellas condiciones sociales, culturales y políticas que borden su realidad. Nombramos esto porque últimamente se vienen haciendo reclamos sobre la literatura intimista de la cual Barrientos podría ser parte. Como si “literatura intimista” fuera una nueva categoría o más aún, un nuevo criterio de clasificación de lo que se produce en Bolivia en el ambiente literario, y claro se dice “literatura intimista” con cierta carga negativa como si lo interior fuera desprecio por lo exterior y lo exterior fuera sinónimo de lo político.
Ciertamente no son cuentos que tratan del mundo de la mina, o de los campesinos, ni de las ideologías. Cuentas historias de músicos frustrados, de personas silenciosas y prejuiciosas, de personas que aman y odian al mismo tiempo o que confunden amor con sexo y sexo con amor. Pero como dije anteriormente, todo ese mundo de sensaciones se desarrollo en un contexto y ese contexto, que no es nombrado, delimita todo lo que harán sus personajes. Y lo interesante del caso es que los personajes de Barrientos saben esto. Y no necesitan repetírselo.
Ahora que hay que tener cuidado con creer que es un libro de cuentos en que se hacen reclamos. No es el tipo de literatura que se encarga de polarizar las acciones ni las actitudes, sobre todo, no trabaja con la idea de estereotipos, sino con la idea más fecunda de la ambigüedad. Los personajes creados por Barrientos no son ni buenos ni malos, ni desilusionados ni idealistas; implemente son contradictorios y se aferran incluso a lo que ya no tienen.
Un eje que une todas las historias es esa sensación casi fotográfica, de que los cuentos sí son instantes, pero no en colores, sino en claroscuros. Hay cierta porosidad en esa foto. Hay también algo de vulnerabilidad en todas ellas. Me parece que ese giro es importante, porque el lector no está en un afuera. Sí, son fotos que uno mueve al verlas por primera vez y las guarda de tanto en tanto y al verlas de nuevo, recuerda que uno fue aquel que sacó la foto. O que en otros momentos fue aquel que decidió no salir en la foto sólo por pereza.
Como lector uno no queda al margen de las historias que nos cuenta. Es un libro que propone muchas miradas sobre situaciones mínimas que aparentemente son agotadas en las reuniones de amigos, pero Barrientos conoce la forma de hacer que esas anécdotas se conviertan en dramáticas búsquedas de identidad.