Hace una semana, en el recompuesto Fondo Negro de La Prensa, Sebastián Antezana comentó Vacaciones Permanentes (recientemente presentado en XI Feria del Libro de Santa Cruz de la Sierra) y entrevistó a la autora, Liliana Colanzi. Nosotros reproducimos la nota con orgullo.
Vacaciones permanentes, mucho más que un primer libro
por Sebastián Antezana
Cada cierto tiempo aparece en la narrativa nacional una propuesta original, un texto que se constituye en obra superior a la suma de sus capítulos, de las partes que la componen, un libro de cuentos, en suma y en este caso, que no es solamente un libro de cuentos. “Cada vez es más complicado develar el enigma de qué es un buen cuento y cómo debe ser. Una de las posibles y más sabias y acertadas respuestas a semejante misterio son los cuentos de Liliana Colanzi”, dice Rodrigo Fresán en la contratapa del libro de la joven escritora cruceña, como presagiando el alcance del desafío establecido en sus páginas. El tamaño de las afirmaciones de Fresán encuentra su justo equilibrio en el tamaño de lo que se juega en Vacaciones permanentes, el primer libro de Colanzi que se presentó el pasado jueves 3 de junio en la XI Feria Internacional del Libro de Santa Cruz, por Editorial El Cuervo, y que llega a inaugurar con violencia y sutileza una literatura que nos es muy cercana y a la vez profundamente nueva, un discurso cargado de gestos que descubrimos como innovaciones y a la vez reconocemos como nuestros.
Entre los siete cuentos y las 120 páginas que componen el libro, el lector encuentra personajes e historias interconectadas, nacidos de una compleja tradición estética literaria y visual, ya que el papel de las imágenes en Vacaciones permanentes es trascendental y crea una lógica interna que, sin embargo, quizás no vale tanto por su carácter físico —la descripción de lugares específicos que se repiten o no en el libro, calles de Santa Cruz, Estonia o Inglaterra, carreteras anónimas, cuartos de hotel— como por su naturaleza emocional, su cercanía a una cadencia que es en realidad un estado de ánimo generalizado. Entre los momentos más destacados de este conjunto notable, “1997” y “Banbury Road” son dos pequeñas obras redondas, de lo mejor que se ha escrito en el género en los últimos años en el país.
Cuando se le pregunta por el origen del libro, Colanzi comenta: “Me fui del país a los 23 años, cuando aún tenía todo el tiempo del mundo para derrochar con los amigos, creyendo que podría prolongar ese estado de suspensión indefinidamente. Pero el tiempo nunca es generoso. A mi regreso en 2008 me encontré con que la imagen que guardaba de esa época —en buena parte mitificada por la soledad y la distancia— había desaparecido casi por completo. Obviamente, yo tampoco era la misma. Cuando descubrí que el territorio —físico y emocional— de mi adolescencia y de mis primeros años de juventud estaba perdido para siempre, deseé con más intensidad que nunca recuperarlo a través de la ficción. Así nació ‘Rezo por vos’, y el primer borrador del relato ‘Vacaciones permanentes’, y varios otros cuentos que deseché porque se me escapaban el tono o el ritmo adecuados. Me faltaba la distancia necesaria para escribir lo que quería, y esa distancia la encontré cuando volví a irme del país. Sólo entonces recobré el tiempo y la soledad que precisaba para convocar a algunos fantasmas. Finalmente, al escribir creía, como Natalia Ginzburg, ‘que no debía contar nada que me resultara indiferente o extraño, que en mis personajes debían esconderse siempre personas vivas a las que estuviese unida por vínculos estrechos’”.
Y de personajes vivos se trata, sin duda. En ese sentido, el gesto que relata al mismo tiempo los dramas del individuo marcado por los rigores del crecimiento y las despedidas, y la vaguedad estilística que los antecede y finaliza son una especie de marca generacional en la narrativa boliviana contemporánea. Sin alejarse del todo de esta característica —que cuando es considerada como valor de legitimación pierde todo rigor—, los cuentos de Colanzi proponen una propuesta estilística más afín a una búsqueda propia del relato: la lucha por encontrar un ritmo narrativo que no interfiera en la exploración sin concesiones de sus personajes. “No creo mucho en las etiquetas generacionales; a fin de cuentas, a la hora de escribir cada escritor se encuentra solo, enfrentando sus propias batallas”, añade Colanzi. “Al momento de escribir los cuentos de Vacaciones permanentes no se me pasó por la cabeza en lo más mínimo explorar el estado de la sociedad y la cultura. Mi intención era transmitir ciertos estados de ánimo, experimentar con el ritmo y la cadencia de los textos, crear personajes de los que se desprendiera algo vivo y encontrar una manera de narrar sus historias de la manera más directa posible”.
Así, Vacaciones permanentes se muestra como una exploración a las zonas trascendentales del ser humano, allí donde los límites entre amor, desencuentro y nomadismo se revelan permeables y difusos, allí donde el hombre batalla por y contra sí mismo mientras se da cuenta de que el entorno cambia inexorablemente y de que quizás allí se encuentre el mayor drama de todos: el hecho de que el fin implica siempre un aprendizaje doloroso en el que a veces uno llega a perderse. Así, algunos de los personajes están marcados por una profunda soledad, un desamparo mayor a la suma de sus circunstancias individuales. Al mismo tiempo, esa desconexión esencial con el resto del mundo parece pasar por una falla de origen en el núcleo de las relaciones sociales más íntimas: la pareja y la familia. Si bien Vacaciones permanentes es también fruto de experiencias personales, en la misma medida en que todo libro es fruto de ciertas experiencias personales, no se trata de un texto autobiográfico. Comenta Colanzi: “Alguna vez Michael Chabon dijo que todos los libros se leen como autobiografías. No en el sentido literal, por supuesto, sino aludiendo a que cada texto es, de alguna manera, el mapa de las obsesiones, los miedos y las inquietudes de un autor. Sin embargo, el escritor es totalmente innecesario como vehículo para llegar a su obra —en muchos casos, creo que la presencia del autor es más bien una interferencia. Cada libro se defiende por sí mismo, navega o naufraga solo, pero en cualquier caso prescinde de su autor”.
Vacaciones permanentes no es un primer libro cualquiera. Viene precedido y acompañado por la brillante intuición estética de su autora y un fuerte compromiso con el hecho de narrar cruda y profundamente un mundo y unos personajes que, salvo algunas excepciones, podrían bien desafiar la prueba del tiempo. Entre ellos, la Analía de “Banbury Road” se mantiene entre los más logrados del libro, una de las propuestas más interesantes y mejor llevadas actualmente, mediante la que es posible llegar a conocernos mejor desde la ficción.