sábado, 6 de diciembre de 2008

Escrutando el iPod de Pierre Menard (Volumen 2)

En la anterior entrega de esta interesante exploración melómana hablábamos del cover como instrumento de resucitación, de acceso a una vita post-mortem al margen del autor y en la que éste adquiere posibilidades de materialidad solamente en su obra. Continuando con este juego, Frank S. Condori propone ahora el desmontaje (¿aporístico?) de su elaboración previa, operando una dialéctica muy juiciosa y que –mutatis mutandis– hasta parece querer hacer de esta segunda entrega un cover de la primera.

Ahora, repitiendo una fenoménica que lo emparenta con el Palomar de Calvino, Stein-Condori sigue explicándose (como en la primera parte de la nota) el mundo en triadas, en múltiplos de tres, en trinidades; y –dado como es Frank al empalme numerológico– no extrañaría encontrar algún orden arcano o cabalístico en tales modos. Habría que arriesgarse, de cualquier modo, a pensar que el tres es el número mágico para evitar el cover, pues aunque éste no es un mecanismo de duplicación estricto, está claro que el cover como operación creativa sólo se entiende en díadas o nodos de doble implicación; estructura en la que al introducirse un tercer elemento no se puede establecer una relación equivalente a la ya existente entre los otros dos componentes. Se quiebra por tanto la definición de esa vinculación dialógica, y así se desata el nudo (gordiano) que vincula el original y la versión; relación que es imposible de producir -aún por medios transitivos- entre versión y versión sin inevitablemente referir al original. Poniendo lo anterior de forma sencilla, el cover no puede operar "entre tres", lo mismo que el cover no puede operarse sin un original, cuando se disloca la lógica dual "original-cover".

Aquellos que conocen el prolífico pero reclusivo trabajo de Stein se habrán consternado al comprobar que, a pesar del carácter fundacionalista/cíclico/Porfiriano de su epígrafe anterior, el texto presentado haya transitado senderos distintos a los prefigurados por la cita de apertura. La resolución de sus dudas no se halla tampoco en esta segunda entrega –puesto que acá (ya desde el epígrafe) Stein-Condori toma al cover como una idea fundamentalmente rizomática–; y tal vez tampoco se revelará el entuerto en la tercera parte prometida (que seguimos esperando nos haga llegar Frank), aunque sí quedará sobradamente claro, al leer este segundo envido, que es posible entender el cover como un mecanismo post-poietico para la creación. Sin más preámbulo los dejamos con la exquisita segunda parte de "Escrutando el ipod de Pierre Menard".

Por Frank Stein Condori

"No entiendo a los que hacen
lo mismo que yo hice ayer
pero como hasta por ahí nomás".

Charly Garcia, "Vos tambien estabas verde".

“El salmón” Solari / Calamaro

En septiembre del 2006 se edita un CD doble en homenaje a los 40 años del rock argento. Predecible gesto, predecible lista de temas, predecibles intérpretes. Excepto que el primer cover del segundo disco lo hacía el Indio Solari, voz y emblema de Los Redonditos de Ricota. Estupefacción, júbilo popular: nunca antes ese dignísimo hombre había cantado canciones de otro. Y de yapa sale a interpretar una canción de Calamaro. El potlach de Solari devoró al disco homenaje. Solari se instaló en otra galaxia de sentido. Al instante, las tribus ricoteras saludaron la buena nueva con el fervor que únicamente el “pogo más grande del mundo” puede generar. Esto es: aceitaron sus máquinas paranoicas y leyeron en el gesto del Indio un mensaje cifrado. La confesión largamente esperada sobre la ruptura de Los Redondos. Suele pasar, a veces, que lo que uno necesita decir sólo cabe en palabras de otro.

“Quiero arreglar todo lo que hice mal, todo lo que escondí hasta de mí, debo contar lo que sólo yo sé”, canta Solari y su voz y su impoluta leyenda imprimen a esas frases una densidad histórica, un sentido y una urgencia confesional que el “original” de Calamaro ignora. La distancia se acentúa cuando oímos: “Siempre seguí la misma dirección, la difícil, la que usa el salmón”. Al Indio uno le cree hasta las comas (en su versión, esta frase se repite 3 veces). Y ahí se entiende por qué él elige hacer esa canción. Ya que, obviamente, no la grabó para las FMs, ni para los fans de Andrés. No es un cover, es una intervención. El Indio se incauta la canción desde el vamos: suena como un out-take de su disco El tesoro de los inocentes, tiene una gravedad y un poderío que Calamaro nunca intentó y que la imagen que se ha procurado ahora ya no le permite. Ricotero al fin, Calamaro declaró haber llorado al oír ese saludo.

“No quiero desparramar elogios, yo sólo soy un soldado de este gran señor” (AC sobre Solari, 2007). En “El salmón”, Solari altera algunos versos de Calamaro: donde AC dice "No me excita cagar en el mar", el Indio salta con un “no me asusta fantasmas llamar". Detalle que marca muy bien el talante de cada uno. El generoso guiño de Solari tuvo el efecto colateral de acercarlos, al punto que hoy son casi amigos. Se dice que intercambian emails, cuyos remitentes suelen firmar como Bob A. Licón y/o el Inefable Sr. Gama Alta. El Indio llamó a Calamaro para que haga voces en “Veneno paciente” (de su disco Porco Rex). Y en unas pocas semanas Calamaro subirá al escenario para hacerle el aguante a Solari y sus Fundamentalistas del Aire Acondicionado en tres temas: “El salmón”, “Veneno paciente” y un tercero todavía no revelado. Hay que estar ahí. El que no vaya es hincha de River[1].

Version del Sr. Solari:

Version de AC:


“Jesus doesn´t want me for a sunbeam” Nirvana/The Vaselines

De la variedad de versiones prefiero las que realizan artistas ‘mayores’ de temas de artistas ‘menores’. Humildes, pero a la vez conscientes de la dirección de la operación reapropiadora, Nirvana versionó a lo largo de su breve carrera temas de The Meat Pupets, Leadbelly, Velvet Underground, Beatles, Mudhoney, Melvins, y muchos más. A Kurt le gustaba contar que cuando era adolescente en Aberdeen leía sobre el punk en la revista Creem, pero no tenía idea de cómo sonaba el punk y no conocía a nadie con un disco punkie para enterarse. Entonces, con su primer guitarra, empezó a tocar un riff agresivo y desordenado, imaginando que así sonaría el punk. Cuando al fin pudo escuchar un disco punkie (el Sandinista de The Clash) se decepcionó un poco. La segunda invención del punk, la hiperconsciencia de la cultura rock.

“Jesus doesn’t want me for a sunbeam” es una parodia que hace The Vaselines de un himno infantil cristiano llamado “I'll Be a Sunbeam”. Con una obra exigua (2 singles y un LP) The Vaselines (originarios de Edimburgo) consiguieron un fan notable, Kurt Cobain (quien decía que The Vaselines era la mejor banda del mundo, después de The Beatles). Cuando los conoció los convenció que se reunieran nuevamente para actuar de teloneros de Nirvana en unos shows en Escocia, en la época de Incescticide (disco en el que están “Molly´s Lips” y “Son of a Gun”, también de The Vaselines). Así fue Kurt, apropiándose una vez más de una canción sencilla, básica, afín para adaptarla a su sonido, construyó la identidad de Nirvana: la expresividad desnuda de esas composiciones sencillas pero densas, melodías pop distorsionadas al mango.

A estas alturas se recuerda más a Nirvana por su impacto en la cultura popular y sus canciones exitosas, pero se olvida el vendaval de renovación que trajo a una por entonces decadente cultura rock. La paradoja es que esta operación renovadora fue realizada básicamente con elementos ya existentes. Kurt contaba que una tarde de depresión se quedó colgado por horas escuchando una y otra vez la cara A de Help! de los Beatles. Luego, compuso “About a Girl”. Esta versión, en cambio, lo acerca más a Lennon solista. Pero un Lennon nihilista y desesperado. De las versiones de este tema prefiero la del Unplugged, folkie y más intimista que las demás. Aún no sospechábamos nada de lo que iba a pasar. En la canción de In Utero “Penny Royal Tea” Kurt escribió “Give me Leonard Cohen afterworld / so I can sigh eternally”

versión de nirvana:

versión de The Vaselines:



“Debaixo dos caracóis dos seus cabelos” – Roberto Carlos / Caetano Veloso

¿Cuán extraño será versionar una canción que han escrito para y sobre uno? Caetano Veloso tuvo que esperar 20 años para atreverse a ese trance, apoderándose de una canción que, dado que se inspiraba en él, le perteneció desde un principio. Compuesta por Roberto Carlos[2], ayudado por su usual partenaire compositivo Erasmo Carlos, la historia de “Debaixo dos caracóis dos seus cabelos” es harto conmovedora. Era 1968, el Tropicalismo había explotado en todo Brasil y la juventud se alineaba con aquellos hippies y maconheros, cuyos líderes Gilberto Gil y Caetano Veloso se mostraban duramente críticos al gobierno dictatorial. “Invitados” a exiliarse, tras una severa paliza y algún tiempo en prisión, Gil y Veloso terminaron siendo “exportados por la fuerza” a Londres.

En 1969 Roberto visitó Londres y se encontró con Caetano, con quien había pasado de un distanciamiento artístico a la amistad distante y finalmente a la amistad a secas. Veloso, cuya larga cabellera enrulada fuera sañudamente rapada por los militares, había recuperado la melena pero seguía con el país demasiado lejos. Por eso fue que se deshizo en llanto al escuchar a Roberto cantar “As curvas da Estrada de Santos”, enjugando sus lágrimas en el vestido de Nice, por entonces mujer de Roberto. Contagiado por la emoción, éste compuso “Debaixo dos caracois…”, dedicándole a su amigo un hermoso deseo de pronto retorno, de alivio a sus saudades. Así, cuando era un crimen hablar de los exiliados, el hombre más famoso del Brasil se la jugaba y abrazaba al amigo en desgracia.

Si bien Caetano devolvió el gesto obsequiando a Roberto “Como 2 e 2”, y arriesgando su reputación al interpretar temas del recelado (por popular) Roberto, nimiedades terminaron alejándolos. A pesar de eso, Caetano recuperó “Debaixo…” para su estupendo show/disco “Circuladô vivo”[3], llevando a su sistema estético una canción conmovedora como pocas. Separados personal e ideológicamente, era evidente que –a pesar de liderar cada cual escuelas contrapuestas de la MPB– lo común que jamás perderían Caetano y Roberto era la música. Y fue eso justamente lo que los unió nuevamente. Convocados para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la Bossa Nova con un show conjunto[4], Caetano y Roberto se encontraron en el departamento del primero para reconciliarse. Allí se abrazaron y esta vez lloraron juntos. Sonaba por los altavoces de la casa “Debaixo dos caracóis dos seus cabelos”.


Version de caetano:



Vesión de Roberto Carlos

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[1] Se emociona demasiado uno al escribir, por primera vez, sobre el Indio Solari y los Redonditos de Ricota (Skay, la negra Poly). El exiguo espacio de esta serie de notas impide decir lo que uno quisiera (y duda si podría). Vaya una declaración, sin embargo: Los Redonditos de Ricota son la mejor banda del mundo. Ever. Una banda de rock no sólo ocurre sobre el escenario o grabando discos. Una banda de rock disemina un campo de intensidades, un flujo de contrarrelatos que obstruye la circulación de las coartadas del poder.

[2] Y aunque tengo perfectamente claro que es un crimen hablar mal de Roberto Carlos en Brasil, (O Rey es intocable por allá), se trata de un músico que no termina de atraparme. Recuerdo que sonaba muchísimo en casa cuando era chico, y que había algunas líneas suyas muy bonitas, y hasta ciertas imágenes de sus letras que me perturbaban profundamente (en escala infantil se entiende), pero a pesar de que le he dado muchísimas oportunidades, simplemente no consigo encontrarle el gusto. Pero lo respeto enormemente, y por tanto se lo ha rescatado aquí sin miramiento alguno.

[3] Otra obra maestra del genio bahiano, lanzada en 1992 y que curiosamente se luce por inspiradísimos e inesperados covers como: “Black or white” (Michael Jackson), “Mano a mano” (Carlos Gardel), “Jokerman” (Bob Dylan), “Oceano” (Djavan) y la aquí presentada.

[4] Descargue el show, histórico por muchas y muy buenas razones, en: http://pandcz.blogspot.com/2008/10/roberto-carlos-caetano-veloso-50-aos-de.html

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Escrutando el iPod de Pierre Menard (volumen 1)

Algunos artistas se refugian en la obra de otros para ocultar su mediocridad. Otros, osados y valientes, buscan en la obra de los otros la oportunidad para ejecitar su creatividad mediante sendos ejercicios de revisón, de recreación, de reformulación. El canibalismo como programa. Los dejamos con un aporte de nuestro amigo Frank en el que se señalan algunos ejemplos felices de covers.

por Frank Stein Condori

"Lo único que podemos hacer
-dice él- es superar a nuestros padres".
Y yo digo "Sí, sí" y mastico
un pedazo de carne seca."
"Pogo" – Fabian Casas

“Fare thee well, Miss Carrusel” – Townes van Zandt /

“Que te vaya bien, Miss Carrusel” – Nacho Vegas

En algún lugar del mundo Townes Van Zandt está vivo, se viste de granjero para atender las faenas mundanas y por las noches regala canciones de Guy Clark a las estrellas. Por tanto, es insensato preguntarse si es que Nacho Vegas –el asturiano cuya voz y guitarra se presta Townes alguna vez– fue poseído por el fantasma del tejano o si es que éste le susurró “Fare thee well, Miss Carousel” cuando sintió que necesitaba re-escribirla. Así esta se transformó en “Que te vaya bien, Miss Carrusel”, una misma canción distinta, vuelta a hacer (como Townes ensayara en sus últimos discos) pero no desde la obra de alguien más, de algún otro artista; sino de una forma tal que es posible sólo si Van Zandt en persona se hubiese decidido a reinventar su viejo tema.

Pero esta canción tiene un origen y una persistencia anteriores, remontándose hasta 1710 y la tradicional balada folk “Fare thee well”, escrita desde el diálogo de dos amantes enfrentados posiblemente a su última velada juntos. Pero la promesa y lamento de esta canción se transforman, en “Miss Carousel", en una adaptación de núcleo cambiante, entonada con el convencimiento de encontrar algún tipo de salvación después de la condena. De fuste sumamente dylaniano, Nacho le quita el barniz country y la pasa por el filtro de Nick Drake –otra de sus grandes influencias–, aterrizando estilísticamente más cerca del “Blood on the tracks” y sus cambios de voz narrativa que del country blues simbolista por el que Townes se acerca al gran bardo de Duluth.

Al ser ambos temas perspectivas indistinguibles de un mismo cuerpo, una sola idea que se completa, resulta difícil separarlas en su descripción. Evidentemente Vegas jamás se planteó la transliteración, ni la interpretación a partir de sus recursos estéticos; su versión es una reinvención completa, que a primera vista parece apenas retener la melodía. Pero no es así, pues la coalescencia entre Townes y Vegas es única (las versiones de Drake o Cohen del asturiano no alcanzan esta magnificencia), al punto que se volverían a encontrar para “En la sed mortal”, consagratorio tema que compuso Nacho a partir de “(Quicksilver Day-dreams of) Maria”, pero ya no como una reescritura, sino como la continuación de un legado, y si me preguntan eso sí es un cover.

versión de Tawnes: http://www.youtube.com/watch?v=2rtNH9ZuTPA

versión de Nacho: http://www.youtube.com/watch?v=AZfna4HBdTA

“I put a spell on you”

La conocida versión de Creedence ocupa un lugar prominente en la banda sonora de mi adolescencia y durante añares yo creí que era una composición de John Fogerty[1]. Hasta que en 1992 descubrí el cine de Jarmusch. Pues fue en Stranger than paradise que pude conocer la versión original de “I put a spell on you”, de un tal Screamin’ Jay Hawkins, a quien la protagonista escucha todo el tiempo en esa inmensa radio con la que pasea por toda la ciudad. Recuerdo que aquel mismo día salí hacia una disquera de usados especializada en rarezas importadas. Al preguntar, ingenuo, por “I put a spell on you” y Screamin’ Jay, recibí una cátedra fulminante. “I put a spell on you” es más que una blues ballad de los 50, me dijeron. Fue el himno de Nina Simone. ¿Cómo? ¿Quién?

Screamin’ Jay la grabó en 1957. Si bien se sabe que fue una reacción despechada, producto de una historia de amor que, como toda love story, no acabó bien, su interpretación carece de sentimentalismo. Es abiertamente bufonesca. Jay aulla y suelta carcajadas grotescas y concluye dando gruñidos porcinos. En sus shows se presentaba vestido como un chamán tribal de caricatura, con colmillos de jabalí que le salían de las narices y una hamletiana calavera atada a la punta de un bastón. Esa parafernalia demuestra que Jay no creía en la canción, que no la tomó en serio. No obstante el autosabotaje, su seminal versión es poderosísima[2]. Por algo la han versionado Marilyn Manson, Nick Cave y David Gilmour. Jay no supo entender lo que había creado.

Nina Simone la graba en 1965, en una sola sesión, con los músicos tocando en vivo, sin trucos de estudio. Donde Jay comienza con unos ruidos percusivos que prefiguran a Tom Waits, Nina deja oír los violines de la orquesta dirigida por Gil Evans. De entrada, el ambiente es oscuro, tumultuoso. Y cuando irrumpe la voz de Nina entendemos que asistimos a toda una declaración de principios: sin tocarle una coma al texto original, la canción ya no habla de amores contrariados, sino que se transforma en un manifiesto sobre la condición artística: todo ello cabe en la forma en que Nina dice la frase “Because you are mine”. Es un testimonio humilde y arrogante; visceral y etéreo. Nina se dejó habitar por esa canción[3]. Tanto, que su autobiografía titula I put a spell on you.

versión de Nina: http://www.youtube.com/watch?v=8Y99tXNxV5s

Versión de Screamin’ Jay: http://www.youtube.com/watch?v=orNpH6iyokI&feature=related

Bittersweet Symphony

Esta es la mejor canción que Mick Jagger y Keith Richards han escrito en los últimos 30 años. Sólo que en verdad es de un tal Richard Ashcroft, cantante y líder de The Verve. Esto no es un cover, es más un trabajo ejemplar de recomposición. También una historia amarga: estamos en 1997, todos aún cargamos la resaca post-grunge, y The Verve está grabando su segundo LP, Urban Hymns (un álbum excepcional que trae por lo menos 6 temas impresionantes). El disco se abre con “Bittersweet Symphony”, un tema que tiene como base un riff sampleado de un fragmento del arreglo de cuerdas de The Last Time de los Rolling Stones. Sobre esta repetición Ashcroft arma una canción emblemática, una canción oscura que habla sobre la conciencia, sobre lo latente, sobre la vida.

Para la utilización del problemático riff, The Verve había llegado a un acuerdo con la compañía que poseía los derechos de The Last Time, pero la compañía argumentó que utilizó el riff más de lo estipulado. La disputa llegó a los estrados judiciales y The Verve perdieron y se vieron obligados a compartir los derechos de la canción. Cuando “Bittersweet Symphony” se convirtió en hit un nuevo fallo ordenó que The Verve debía ceder el 100% de las ganancias de la canción. El video, una marca de la época, de “Bittersweet Symphony” muestra la entusiasta desesperación que el deshidratado Ashcroft (que choca con todos en la avenida Hoxton sin detenerse ante nadie) intenta transmitir en la letra. Este video clip, cómo no, tiene estatuto de recuerdo íntimo para algunos de nosotros.

El incidente judicial le trajo una justificada depresión a Ashcroft y luego el grupo se separó (ahora se reunieron de nuevo). En sus dos discos solistas Ashcroft no logró crear una canción semejante a “Bittersweet Symphony”. Mientras, los Stones seguían exhibiendo su sympathy for the cash. Ahora reciben regalías y sus nombres salen en los créditos de la canción. (Y pensar que estos tipos se pasaron años al principio de su carrera tocando covers y moviendo el flequillo de chicos malos, sin componer un puto tema). No habiendo justicia en este mundo habrá que esperar. Cuando Jagger/Richards arriben al infierno their satanic Majestic los recibirá con pompa y los conducirá por un zaguán hasta un cuarto donde los encerrará por siempre a escuchar en un vinilo eterno “Bittersweet Symphony”. Amén.

version de The Verve: http://www.youtube.com/watch?v=Zx3m4e45bTo

versión de The Rolling Stones: http://www.youtube.com/watch?v=cVuh1Ymve2I



[1] Esta canción y “Long as I can see the light” eran las que más me gustaban de ese disco que, según recuerdo, todo el mundo tenía. Curiosamente, eran las dos canciones menos Creedence del álbum, las que menos olían a granero, pastel de manzana y bosta de vaca.

[2] Los especialistas concuerdan en que esta legendaria canción de Screamin’ Jay Hawkins es el directo antecedente de eso que hoy llamamos “shock rock”. Posiblemente lo dicen en tono de elogio (yo no estoy tan seguro). Jay gustaba contar que el productor los emborrachó deliberadamente antes de entrar al estudio de grabación. “I put a spell on you” tuvo éxito instantáneo y salvó la carrera de Hawkins, si bien debió enfrentar censura en muchas radios que cuestionaron su “apología del canibalismo”.

[3] En vivo, en versiones que -como la de New York en 1972- duraron hasta 25 minutos, el hechizo que alude y ejerce la canción parecía materializarse, planear como amenaza inminente. Nina sentada, golpeando su piano, levantándose cada tanto para dar unos breves pasos de baile, ligeramente borracha, el público en estado de gracia. Al cantar “I put a spell on you”, Nina abandona el lenguaje articulado para seguir la melodía con alardes vocales que se confunden o tienden a formar un solo magma con los fraseos del saxo de Gerry Mulligan. En Youtube se puede ver una histórica grabación de 1968, en la que Nina hace lo que la da gana con su voz y la letra de la canción (improvisando frases sobre la marcha). Esta versión es incluso más densa y oscura que la “oficial”, “definitiva”. http://www.youtube.com/watch?v=ORSzfw8FE-o&feature=related

sábado, 29 de noviembre de 2008

Entrevista a Alejandro Zambra

Alejandro Zambra, uno de los escritores más personales de la nueva generación, habla sobre la relación entre literatura y memoria, sobre el cine que le interesa y sobre los desafíos de la escritura

EL RESTO ES LITERATURA

Por Maximiliano Barrientos


Bonsái tiene un comienzo de antología: “Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”.

Con sólo dos novelas breves publicadas en Anagrama, la primera, de donde proviene este fragmento, y la segunda, La vida privada de los árboles, Alejandro Zambra (Santiago, 1975) alcanzó un primer plano en el panorama hispanoamericano con una obra concisa, muy personal, de corte marcadamente intimista.

Traducido a más de nueve idiomas, incluido en Bogotá 39 (los autores menores de 40 años más representativos del continente) y celebrado ya no como una promesa, sino como un escritor en el esplendor de su carrera, sus libros dejan la misma sensación que las canciones de Nick Drake o las películas de Wes Anderson: una tristeza seca, agradable, el recuerdo de algo que no se ha perdido del todo y que vuelve momentáneamente.

-Al leer tus dos novelas tuve la impresión de que la literatura, en ambos libros, funciona como la posibilidad de reconstruir una vida que no pudo seguir sosteniéndose. La literatura como una memoria postiza de cosas que pudieron suceder y no sucedieron. ¿Cuánto hay de esto?

-Me gusta lo que dices. La memoria ordena, crea posibles secuencias, provoca la ilusión de que esas vidas persistieron, que esas derrotas sirvieron, al menos, para escribir un libro. Pero la ilusión nunca es plena y yo siempre prefiero que la historia se construya y se destruya al mismo tiempo. Que sea única y ninguna, que quede y se desvanezca.

-Cómo se escribe ahora siendo latinoamericano, y particularmente chileno, con la sombra de Bolaño. ¿Hay que escribir en contra de él?

-Hay que escribir con él o sin él, pero en ningún caso contra él. A mí me gusta mucho Bolaño y creo que es un escritor que no agota la literatura, más bien la comparte, la muestra; ilumina, sobre todo, callejones que de otro modo no conoceríamos. No comparto la lógica de las influencias, en todo caso. Al final escribes lo que sale, lo que tenías que escribir. La literatura está llena de grandes escritores y no creo que sus obras sean obstáculos.

-¿Cuál es tu relación con el cine? ¿Alguna vez pensaste en una adaptación de Bonsái o de La vida privada de los árboles?

-Mi relación con el cine es inconstante. Últimamente me he vuelto fanático de Wong Kar Wai y hay varios directores cuyo trabajo me interesa, pero puedo pasar varios meses sin ver una película. Me han propuesto varias veces adaptar Bonsái, pero me imagino una de esas películas insoportables, sostenidas solamente por las voces en off. Hace poco, sin embargo, conocí a un cineasta chileno joven –de mi edad, en realidad, es decir ya no tan joven– a quien probablemente le cederé los derechos, pues vi sus trabajos y me gustaron mucho, y me gustó también la idea de guión que él tenía en mente.

-En un artículo que escribiste para El País afirmaste sentirte lejos de los escritores del Boom… ¿De qué escritores latinoamericanos actuales te sentís cerca?

-Son muchos los escritores latinoamericanos que me interesan. Creo que casi todos, en realidad. A lo que yo me refería en ese artículo es al boom como horizonte, como forma de hacer literatura. Me interesa una literatura que no recurra a esas imágenes de marketing o a la querella entre antiguos y modernos. Esa discusión creo que está agotada, que siempre estuvo agotada. Lo urbano y lo rural, lo nuevo y lo viejo, lo masculino y lo femenino: creo que esas oposiciones son estériles a la hora de escribir un libro. Tal vez sirven para promocionarlo o algo así, pero carecen de relevancia verdadera. Prefiero a los escritores que no quieren gustar o disgustar, es decir a aquellos cuyas obras demuestran una cierta necesidad interna.

-Teniendo una trayectoria como crítico, ¿cómo abordaste a la crítica literaria cuando publicaste las novelas? ¿Es posible seguir siendo crítico una vez que entraste en el camino de la ficción?

-Es posible pero muy complejo, al menos de la manera en que yo practicaba la crítica literaria: con periodicidad semanal y aludiendo a las novedades, lo que por cierto me tenía bastante cansado. He seguido escribiendo sobre libros, en todo caso, y me gusta mucho hacerlo.

-En la conferencia Sevilla me mata, Bolaño sostuvo lo siguiente: “¿De dónde viene la nueva literatura latinoamericana? La respuesta es sencillísima. Viene del miedo. Viene del horrible (y en cierta forma bastante comprensible) miedo a trabajar en una oficina o vendiendo baratijas en el Paseo Ahumada. Viene del deseo de respetabilidad, que sólo encubre al miedo”. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación?

-Es un buen párrafo, muy persuasivo, que denuncia una mediocridad inmensa. Pero del miedo –creo que es eso lo que dice Bolaño– viene la mala literatura. La buena proviene de un lugar menos seguro: de propósitos esquivos o ausentes, de largas horas a cargo de frases que luego borramos.

-¿A qué le temes como escritor? ¿El miedo a repetirte está presente cuando comenzás un nuevo libro?

-No le temo a nada y le temo a todo. Lo paso muy bien leyendo, pero el momento de la escritura es un gozo y una tortura permanentes. El miedo a repetirme no lo tengo, pues estoy dispuesto a repetirme, del mismo modo que estoy dispuesto a quedarme callado. A veces pienso que no voy a escribir más y créeme que no es un pensamiento dramático. A veces pienso que de repente ya no voy a querer escribir más y que estaría bien si así fuera.

-Esto lo escribió Richard Price: "Leemos y descubrimos cosas de la vida que ya sabíamos, sólo que no estamos al tanto de que lo sabíamos hasta que lo leemos en ese libro en particular. Y este auto-reconocimiento, eso de descubrirnos en la escritura de otros, puede ser muy excitante, nos hace sentir menos solo y nos conecta con el vasto mundo". ¿Qué buscás en los libros que lees y qué esperás que el lector encuentre en tus libros?

-Lo que buscaba Richard Price, parece. Es muy bello el fragmento que citaste. Ahora, como escritor, nunca pienso en el lector. No escribiría si pensara en el lector. Imagino que se produce, a veces, una complicidad. Y siempre me parece milagroso que esa complicidad se produzca.

-¿Para cuándo un nuevo libro? Y particularmente, ¿para cuándo uno de poesía?

-Ahora se reeditó, en Chile, mi libro de poesía Mudanza y hace un tiempo escribí otro que se llama Borradores, pero no me he decidido todavía a publicarlo. Trabajo en una novela, eso sí, que espero que resulte, pero eso no puedo saberlo todavía.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Maquetas, Hrönirs, Replicantes

Hablábamos, como siempre, de literatura con Juan González y me contó que estaba leyendo El Lugar de Piglia y vio que alguien usaba algunas hipótesis similares a lo que él había soltado en unos mails del 2005, cuando ambos habíamos descubierto la novela de Juan Pablo Piñeiro Cuando Sara Chura Despierte (hermoso libro que apenas si ha sido reseñado, pese a haberse agotado ya la primera edición) y que luego había desarrollado en un ensayo, que integrará un volumen de ensayos sobre narrativa boliviana llamado “Helados Propicios” (que Editorial El Cuervo publicará a fines de 2009). Así, sin permiso de JG, para adelantarnos a posibles dudas, busqué esos mails, los rearmé y aquí está. Ensayo en tono personal o mail en tono de ensayo, este texto es una lectura desde la propia literatura de la primera novela de Piñeiro y es también un caso que demuestra que las “literaturas postautónomas” no sólo afectan a la ficción. (FB)

Re: maquetas, hrönirs, replicantes

Juan González

Periodista: Borges, ¿copió mucho usted?

Borges: Yo diría que plagié mucho, más bien, ¿eh?

Creo que la copia es un placer y es un deber también.

[Citado en El factor Borges, pag. 107]

a)

a esta cosa que va ahora, nacida un poco a partir de tus ideas sobre cómo usar un escrito fuera de su contexto nodriza sin hacerle mucha violencia, le di vueltas durante varias semanas. intenté sacarla de un saque varias veces, pero no me acababa de convencer, algo había que me dejaba ante la pantalla como Larry David frente a la obligación tan leve como ineludible de asistir a una cena de amigas de su esposa, digamos.

lo tenía todo claro desde el vamos, hasta el subject del email (ese que leíste, claro), así que el problema no iba por ahí. o tal vez sí. pasa que tiendo a preferir -como condición de contorno para cualquier cosa- el salir a lo abierto con plena disposición de encontrar cosas imprevistas antes que tenerlo todo ya resuelto de antemano: es decir, la vieja idea de lanzarse al ruedo con sólo un par de intuiciones veladas. el mero “pasar en limpio” algo ya preexistente al momento de sentarme a escribir como que no me moviliza mucho: es, de algún modo, como hacerle el entre a una sujeto en un boliche sabiendo a priori que ella se va ir esa noche a camita con uno. digamos que para no fallar (mucho), yo necesito el acoso de la sensación de que el asunto no va a funcionar. sentir que todo se puede ir al carajo en cualquier momento. como si con eso no sobrara, padezco del fetichismo del primer borrador. fatalidad suprema donde las hubiere. por mucho que insista en re-escribir de modo maníaco, estoy persuadido de que el futuro de un texto está inexorablemente determinado por el primer borrador. de un mal primer borrador no puede nunca salir un buen texto final, no importa cuántas veces lo reescribas: he ahí un axioma inflexible y cojudo.

ojalá que vos estés libre de tamaña pelotudez. yo no.

en fin. lo que no me convencía era la forma en la que el texto caía una y otra vez. quería sacarlo como un ensayito, escrito en tono neutro y dirigido a interlocutor anónimo, etc, pero nunca quiso salir por ahí. y ya me harté. así que ahora me lo quito de encima y lo engancho en el curso de nuestras charlas habituales. no que éstas ocurran siguiendo un formato, pero sí que, de alguna manera, constituyen ya una forma de discursito. y uno que, según se ve (y se sufre), me pone parlanchinesco.

[te escribo desde la oficina. esto irá en varios emails sucesivos. de longitud variable. según me interrumpan]

b)

no recuerdo bien si fue Elizondo o si fue Torri o si fue García Ponce (pero fue un mexicano o caribeño -u similar) quien hace ya un buen tiempo se mandó una a lo Rodrigo de Triana: advertir un precursor de “El Aleph” en un texto no contemplado en el catálogo de fuentes directas que Georgie enumera sea a lo largo del cuento como en la “Postdata” o en las notas epilogales a las varias ediciones conocidas.

a la luz esquiva de ese rescate, de esa pasmosa movida de perito en arqueologías librescas cada vez más amenazadas por la imparable barbarie-Google, más bien uno empieza dudar del aparente descuido de JLB: uno comienza a cobijar la sospecha de que el viejo enumera todas esas fuentes überarcanas con el propósito directo de desviar la mirada de un texto que casi lo tenemos en la casa de al lado (no contento con mencionar no sé qué pasajes oscuros de Burton -Robert & Richard Francis- y otros de aún más oscuros exégetas latinos, el hijito-de-doña-Leonor aprovecha el embale y hasta se tira un lance con la matemática de conjuntos transfinitos. si eso no es emborrachar la perdiz, mon semblable, mon frere…).

resulta que ese precursor velado, traspapelado en la biblioteca de Babel, en el que muy pocos lectores habíamos reparado, ese preterido precursor (si dejas pasar la aliteración) de “El aleph” no provendría de fuente erudita o remota sino de la vecina Capitanía General de Chile. o sea, acá nomás, en el canchón, digamos.

el tal texto es uno de los folios fundacionales de nuestro imaginario continental.

gostoso demais, ¿no ve, k’awallero?

c)

las primeras noticias sobre el inconcebible aleph habrían aparecido ya muy temprano en las literaturas americanas: precisamente, en el Canto XXVII de La araucana, de Alonso de Ercilla: en ese pasaje, el anciano mago (“mágico”) Fitón pone frente a la mirada del poeta (que es quien narra) una esfera de naturaleza sobrenatural que contiene en paralelo y simultáneo todo cuanto acontece en las más distantes e insólitas latitudes del orbe.

escribió Ercilla:

“Pues yo que en un peligro tal me veo,

de la larga carrera arrepentido,

¿ cómo podré llevar tan gran rodeo,

y ser sabroso al gusto y al oído?

Pero aunque de agradar es mi deseo,

estoy ya dentro en la ocasión metido;

que no se puede andar mucho en un paso

ni encerrar gran materia en chico vaso.

Cuando a alguno, Señor, le pareciere

que me voy en el curso deteniendo,

el estraño camino considere

y que más que una posta voy corriendo.

En todo abreviaré lo que pudiere

y así a nuestro propósito volviendo,

os dije como el indio mago anciano

señalaba la poma con la mano.

Era en grandeza tal que no podrían

veinte abrazar el círculo luciente,

donde todas las cosas parecían

en su forma distinta y claramente:

las campos y ciudades se veían,

el tráfago y bullicio de la gente,

las aves, animales, lagartijas,

hasta las más menudas sabandijas.

El mágico me dijo: "Pues en este

lugar nadie nos turba ni embaraza,

sin que un mínimo punto oculto reste

verás del universo la gran traza:

lo que hay del norte al sur, del leste a loeste,

y cuanto ciñe el mar y el aire abraza,

ríos, montes, lagunas, mares,

tierras famosas por natura y por las guerras.”

acepto sin cosquillas la sugerencia detectivesca, la sospecha genealógica de la huella de Ercilla sobre la versión borgeana. si bien, no hay que decirlo siquiera, se necesita ser Borges para ver en esta breve y definitivamente incidental invención, publicada en 1569, el germen de la maravilla encerrada en el sótano de la casa de Carlos Argentino Daneri.

es posible también que, de más de una manera, ese efecto-Borges que denominamos “Kafka y sus precursores” esté operando acá a sus anchas (pensar que de esas dos páginas de JLB el muy circunspecto Harold Bloom hizo toda una industria y que apenas menciona a Borges como de pasada en el Anxiety: sin dudas, ese ensayo borgesco fue su aleph. lo mejor es que Bloom le roba a Georgie algo que el poeta austral y ciego se había incautado de T. S. Eliot, quien a su vez lo hubo tomado de Wordsworth [de su famosa carta a Lady Beaumont: “Every great and original writer, in proportion as he is great and original, must himself create the taste by which he is to be relished”]). de todos modos, la hipótesis es sugerente y podemos aceptarla sin mayores escrúpulos, ¿verdad? sobre todo luego de que, picado de intriga y burlado una vez más por las astucias del viejo, cuando uno se da a investigar las referencias explicitadas va y descubre, ya sin asombro, que la relación entre estos precursores reconocidos y el texto en cuestión es poco menos que inexistente.

quiero deciros: nada se gana con adentrarse en la matemática de Cantor, disciplina en la que aleph designa el límite inaccesible, como nada se gana revisando el quinto volumen del Satyricon de Capella (entre tantos que menciona JLB). hay, claro, vagas sombras, destellos mínimos que, con esfuerzo de prestigiditador podrían estirarse al límite de sus propiedades elásticas para establecer una relación intertextual, o de cualquier otra naturaleza, con “El Aleph”, pero en ninguna de estas así llamadas “fuentes” la relación es tan directa y autoevidente como con el poema de Ercilla.

d)

uno tiene dudas, por lo demás, respecto al posible dominio, por parte de Borges de, por ejemplo, la matemática de Cantor; no hay dudas, sin embargo, respecto a que Georgie había leído -varias veces- el poema de Ercilla (del cual, muy propio del viejo, se sabía varios pasajes de memoria). incluso lo mencionó bastante en sus cursos sobre literatura argentina y en vistosos lugares de sus no pocas bajadas de caña a Lugones.

este poema, hoy casi olvidado, fue, en su momento, una lectura obligada entre cierta clase educada. en términos de ventas, La araucana y La celestina se leyeron en la colonia como pocas cosas se leen hoy.

no me interesa intentar una lectura más sobre “El aleph”. ¿qué podría decir uno después de las bibliotecas multilingües dedicadas exclusivamente a este cuento? no me interesa detenerme en las magias parciales de “El aleph”. tampoco creo que haga falta que proceda al recurso habitual de explicitar algunas citas pertinentes para “probar” la tal filiación textual. entre otras razones, me da flojera: si fuera algo menos leído y citado, seguro lo haría, tendría que hacerlo, pero no con “El aleph”. pero si hasta hay partes que uno se sabe de memoria: botón de muestra al toque: “vi mi cara y vi mis vísceras, vi tu cara y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto aquel secreto objeto conjetural cuyo nombre usurpan los hombres”. [ahora bien, qué tentador decir algo sobre este cuento, che!!! me estoy acordando de un ensayito del peruvian Julio Ortega sobre el manuscrito original que es más que recomendable –está, por si acaso, en esa compilación de la Ludmer que te mencioné días/emails atrás].

e)

lo que me interesa es divagar sobre ciertas prácticas lectoras.

sobre ciertos gestos antropófagos. sobre ciertos protocolos de apropiación.

por tanto, ya viene siendo tiempo de arrimar a Piglia –aka, el Gran Caníbal.

como bien sabes, el Pig cifra los protocolos de escritura de Georgie en una maniobra doble de condensación y aggiornamiento de las líneas mayores de la tradición rioplatense. dice Piglia, más o menos textualis, que JLB trama “versiones microscópicas” de los relatos fundadores de la tradición rioplatense [muy gracioso que diga eso, por lo demás, ya que al decirlo, y decirlo de esa manera, Piglia justamente da una versión reductora de la opera omnia de JLB. obvio, el Borges que lee Piglia, el que le sirve a sus usos y efectos, no es el Borges que lee Foucault, digamos (famosamente, en el prologo a Les mot et les choses), como no es el que lee Foster Wallace o lee Derrida (y cómo lo despacha Piglia al argelino, ¿ah?: “esas cosas que Borges vio antes que ninguno y que luego Derrida haría suyas. Borges ya había dicho todo aquello cincuenta años antes. mejor y sin tanto esoterismo”)]. Piglia sostiene que la tal estrategia microscópica de Borges respecto a la tradición habilita su forma de ser “moderno” y es lo que hace que se sitúe en el centro del canon contemporáneo (ya que estamos: no hay que confundir canon y tradición. por más que los hay -o puede haberlos- lugares ocasionales en que canon y tradición se tocan, flirtean, saludan en el atrio, no son lo mismo; es más, casi podría/debería decirse que, aunque a veces coinciden, la relación entrambos es una de fricción. al final, de todos modos, la tradición siempre engulle al canon, lo procesa, lo depura, lo recicla: el canon es carne de cañón de la tradición [canon=cannonball]: el canon está más cerca de la moda que de la tradición, ya que la tradición es justamente lo que resiste y ridiculiza a la moda [en el sentido de que pone en evidencia sus estrecheces, sus vuelos gallináceos, su intrínseca efervescencia pirotécnica]). en esa vena, Piglia llega a decir que “El aleph” es un Adán Buenosayres anticipado y microscópico; que los cuentos de Georgie condensan textos tan disímiles como Los siete locos, El matadero e incluso el Facundo (cuya dicotomía todavía no resolvemos en las crueles provincias altoperuanas). y que esa maniobra jíbara del viejo no sólo entra en acción al interior de su ficción sino que también aparece muy activa en la canibalización de cosas de Mallea o Scalabrini --en ensayos como “El idioma de los argentos” o “Nuestras imposibilidades”.

f)

pero nada dice el Pig respecto a sus propias actividades delictivas (tal vez obedeciendo el interdicto aquél que prohibe a los gitanos robarse las billeteras entre ellos [si bien, por supu, uno ha aprendido ya que en estas charlas en que el escritor A habla del escritor B hay que leer, ante todo, una enumeración oblicua, diferida, de las claves operantes al interior de la propia obra del escritor A --como queda claro en eso de la microscopía]). estas ideas de Piglia son más o menos tempranas. salen de ese otro inconcebible aleph que es Crítica & ficción como habrás reconocido (cito por primera edición, ésa de la universidad de Rosario, ejemplar que, te acordarás por el sellito, yo le robé a CB).

me causa gracia que ahora yo venga y lea esas ideas como una suerte de programa desarrollado minuciosamente en un texto (entonces) futuro.

[otro break. comper]

g)

ya viene siendo hora de sacar de la manga el as de espadas. por suerte, este texto lo tengo en un file pdf. estoy tentado a pastearlo entero. pero no va a funcar así. demasiada info. tengo que hacerle unos cortes (la “literatura interrumpida” llevada al paroxismo). sea.

aquí van, entonces, fragmentos de un texto pigliesco que debería titularse “El aleph revisited”:

“Varias veces me hablaron del hombre que en una casa del barrio de Flores esconde la réplica de una ciudad en la que trabaja desde hace años. La ha construido con materiales mínimos y en una escala tan reducida que podemos verla de una sola vez, próxima y múltiple y como distante en la suave claridad del alba”.

“No es un mapa, ni una maqueta, es una máquina sinóptica; toda la ciudad está ahí, concentrada en sí misma, reducida a su esencia“.

“[Russell] (el fotógrafo de Piglia –nota del emaileador) Ha alterado las relaciones de representación, de modo que la ciudad real es la que esconde en su casa y la otra es sólo un espejismo o un recuerdo”.

“El hombre ha imaginado una ciudad perdida en la memoria y la ha repetido tal como la recuerda. Lo real no es el objeto de la representación sino el espacio donde un mundo fantástico tiene lugar”.

“La lectura, decía Ezra Pound, es un arte de la réplica".

"Es fácil imaginar al fotógrafo iluminado por la luz roja de su laboratorio que en el silencio de la noche piensa que su máquina sinóptica es una cifra secreta del destino y que lo que se altera en su ciudad se reproduce luego en los barrios y en las calles de Buenos Aires, pero amplificado y siniestro. Las modificaciones y los desgastes que sufre la réplica -los pequeños derrumbes y las lluvias que anegan los barrios bajos- se hacen reales en Buenos Aires bajo la forma de breves catástrofes y de accidentes inexplicables”.

“Esta obra privada y clandestina, construida pacientemente en un altillo de una casa en Buenos Aires, se vincula, en secreto, con ciertas tradiciones de la literatura en el Río de la Plata; para el fotógrafo de Flores, como para Onetti o para Felisberto Hernández la tensión entre objeto real y objeto imaginario no existe, todo es real, todo está ahí y uno se mueve entre los parques y las calles, deslumbrado por una presencia siempre distante”.

“La construcción estaba ahí, como fuera del tiempo. Tenía un centro pero no tenía fin. En ciertas zonas de las afueras, casi en el borde, empezaban las ruinas. En los confines, del otro lado, fluía el río que llevaba al delta y a las islas. [...] En lo alto, visible apenas en la visibilidad extrema del mundo, la luz roja del laboratorio del fotógrafo titilando en la noche”.

hasta aquí las citas a -como reconociste de entrada- el “Prólogo” de El último lector. son citas que tienen que ver con el tema de “El aleph” (vale decir, el objeto menor, a escala, que reproduce, condensa, una realidad, un objeto, mayor: o el producto o constructo que replica un objeto del mundo). siguen ahora un par de citas de este “Prólogo” que miman el desarrollo de “El aleph”, que parodian la vista de “Borges” (el narrador) a Daneri y el descenso de “Borges” al sótano de la casa en que vivía Beatriz Viterbo para contemplar el objeto maravilloso. va:

“Anduve por la sala observando los dibujos y las máquinas y las galerías que se abrían a un costado hasta que en el fondo vi la escalera que daba al altillo. Era circular y era de fierro y ascendía hasta perderse en lo alto. Subí tanteando en la penumbra, sin mirar abajo. Me sostuve de la oscura baranda y sentí que los escalones eran irregulares e inciertos”.

“Vi una puerta y un catre, vi un Cristo en la pared del fondo y en el centro del cuarto, distante y cercana, vi la ciudad y lo que vi era más real que la realidad, más indefinido y más puro”.

“Estuve ahí durante un tiempo que no puedo recordar. Observé, como alucinado o dormido, el movimiento imperceptible que latía en la diminuta ciudad. Al fin, la miré por última vez. Era una imagen remota y única que reproducía la forma real de una obsesión”.

“Russell desde la mesa donde manipulaba sus instrumentos me vio entrar como si no me esperara y, luego de una leve vacilación, se acercó y me puso una mano en el hombro.
-¿Ha visto? -preguntó.

Asentí, sin hablar.

Eso fue todo.

-Ahora, entonces -dijo-, puede irse y puede contar lo que ha visto”.

h)

ejem. no hay cómo pelarle al gajo, ¿no ve? este gran zarpado del Pig se ha mandado uno de sus choreos más sensacionales. ni el Cuervo Mereles ni el Gaucho Dorda se mandaron un laburito así. y Ricky lo ha hecho en plena vía pública. eso es robar, qué joder. podemos charlar un cacho más sobre cómo desplaza y re-elabora el Pig el trazo primero de Georgie. estoy más que tentado a hacerlo, como comprenderás. pero tengo que dejarlo pasar ahora, porque no va por ahí esta movida.

[suena el fono. otro corte --merde, ¿dónde puse el encendedor?].

i)

llego ahora al vertiginoso centro de este email.

¿qué tal si hay todavía un texto más -al menos un texto más, esto es- en esta carrera de relevos que se inicia con Ercilla y sigue hasta el presente?

sí, lees bien, sigue al presente.

entre Ercilla y Georgie median unos tres siglos, por lo bajo. entre JLB y Piglia hay como medio siglo. pero entre Pig y este otrito que voy a mencionar como que se solapan las fechas. y sin embargo hay algo más que casualidad operando aquí.

jejeje, estoy escribiendo boludeces para alargar la presentación del cuarto texto de la serie.

es que no te lo ves venir.

pero bueno, aquí va. sale con fritas para la mesa nueve:

“Pasaron cinco minutos antes de que los invitados de Al Pacheco repararan en las numerosas maquetas distribuidas en la habitación. En verdad se trataba de una sola maqueta de la ciudad de La Paz. Era una reproducción perfecta, minuciosamente trabajada, donde cada casa, cada esquina, cada persona, estaban fielmente reflejadas. Don Falsoafán y su secretario parecían niños y observaban absortos el laborioso trabajo de Lucía Apaza”.

(Cuando Sara Chura despierte, p. 86)

y sí, Fer, aquí no hay casualidad.

aquí hay algo más ("algo que no se nombra el azar rige estas cosas”).

la relación entre este pasaje de Sara Chura y el “Prólogo” de Piglia chilla con estridencia dificil de ignorar.

salvo que yo esté muy piantado y/o muy generoso a la hora de atribuir parentescos, aquí hay algo de cuidado. aquí estamos asistiendo a una gran performance de p’ajpaku.

por lo menos Pig se tomó algunas molestias con “El aleph”: el paceño no se tomó ninguna con el texto de Piglia. apenas cambió fotógrafo por mujer ciega.

y le salió impecable. qué guachín.

yo tenía tres citas de ídem número de pasajes de la novela de Piñeiro, pero no sé dónde metí las otras. por suerte, la cita precedente es de lo más “decidora”. el libro ya lo devolví a la biblio, me lo prestaron apenas por una semana. y si no te mando esto ahora, no lo mando más. de todos modos, vos tenés el libro, vos podés (y de hecho, te conozco bien, vas a hacerlo ya mismo) recuperar las citas que ahora se me esconden en algún file, sumar más elementos al tapiz. esos hilos sueltos están todos ahí. bien a la vista.

este texto prologal de El último lector se conoció bastante antes, en al menos dos publicaciones, con el título “Pequeño proyecto de una ciudad futura”.

una de esas publicaciones salió a mediados del 2001 en una juntucha gallega titulada El final del eclipse: el arte de América latina en la transición al siglo XXI.

la otra salió algunos años más tarde (marzo de 2004): es una compilación editada por Adriana Rodríguez Pérsico e impresa por el Instituto de Lite Ibero de la Univ de Pittsburgh, a comienzos del 2004, titulada Ricardo Piglia: una poética sin límites. compilatio que es, básicamente, una versión expandida del numero homenaje a Piglia de la Casa de las Américas editado en 1998 (el cual, sin embargo, no trae el texto del Pig).

como “Pequeño proyecto de una ciudad futura” y “El fotógrafo de Flores”, esto que hoy conocemos como el “Prólogo” de El último lector fue accesible por Internet en un par de revistas literaturosas entre el 2001 y el 2002.

el texto editado en 2001, 2004 y 2005 es exactamente el mismo: Piglia no le cambió una coma. sin embargo, la compilación de la Universidad de Pittsburgh trae una “Postdata” impresionante, que te estaré pasando en un par de días más.

[¿diré que la tal postdata se las trae? ¿que refuerza la procedencia borgesca (ya desde el titulo)? ¿que es un texto que podría funcionar solito?]

j)

sostengo, pues, que Piñeiro conoció este texto pigliesco mucho antes de la edición de El último lector y que lo leyó bien y lo usó todavía mejor.

osease: hay condiciones para sostener la precedencia de este texto de Piglia sobre el episodio de marras en Cuando Sara Chura despierte. además del hecho jubiloso de que el principio de producción de Sara Chura sea la reelaboración, la reescritura: una suerte de intertextualidad abigarrada, ponéle (lo que este changuito hace con Shakespeare, por ejemplo, es sensacional).

pero este proceder detectivesco es lo de menos.

a mí, en este momento del email, no me interesa mucho, o no me interesa nada ya.

(otra posibilidad es que el Piñas haya puenteado el factor Piglia, ¿no?).

hasta aquí el fiscal ha procedido a mostrar la evidencia.

hora es de pasar a las preguntas.

el asunto es la (breve) historia de los ecos de una metáfora. sería muy difícil establecer la relación que existe entre la Chura y Ercilla sin las mediaciones ya apuntadas. y en esa dificultad queda claro cómo y de qué juega una tradición, la tradición.

pero me intriga menos el uso y reelaboración del tema central que la respuesta que cada uno de los sucesivos autores que retomaron la posta viene a dar en su tiempo y con sus medios intrínsecos. puesto que cada texto ocurre en un tiempo y en el seno de una sociedad, tiene esa marca social por todo ello. y son esos textos y no otros.

¿por qué?

en Ercilla y Borges el principio de condensación al que apela la trama fantástica es de raigambre mágica. ocurre sin explicación (el método de la magia es la imposibilidad del método). la diferencia es que en Ercilla esa magia nace del delirio colonial europeo, su obsesiva avidez de maravillas, mientras que en Borges está tamizada por el misticismo judaico. en un sentido fuerte, Borges y Ercilla trabajan al interior de una misma episteme. ahora bien, de Borges a Piglia hay un gran salto. en Piglia, con esa su obsesión (muy arltiana) por la máquina, el principio de generación de la réplica es racional, se da como el resultado de un ensamblado de partes. maquinalmente. hay diseño, digamos (el escenario es un laboratorio). con el Piñas, la máquina aparece como fantasma, como intrusión execrada. aparece para ser negada y propiciar una vindicación de lo reprimido. en Sara Chura volvemos a la magia, a lo precolonial. es decir que damos un salto y somos transportados a un momento de la historia del espíritu anterior al de Ercilla.

¿qué obsesiones/preocupaciones esconde en su mero aparecer, en su persistente merodear, esta voluntad de condensar un espacio al límite de sus posibilidades?

y a la vez: ¿por qué nuestra imaginación acepta y acaso reclama ese (falso)afán de condensar un espacio, una geografía sentimental, sin que pierda detalle ni relieve?

¿no es acaso justamente eso, el apostar por esa causa perdida, lo que define la literatura?

Kafka, otro gran miniaturista, lo habría aprobado.

se lee en el multimentado “Prólogo” de Piglia: “El arte es una forma sintética del universo, un microcosmos que reproduce la especificidad del mundo”.

seguro. cómo no. puesto que a cada estado de la imaginación corresponde un estado de la técnica, y viceversa, las supersticiones de la época de Ercilla (sociales, artísticas, cosmológicas, etc) no pueden, como vimos, nunca ser las mismas de las de JLB, ni (ya en el Río de la Plata) las de JLB son las de Piglia, ni mucho menos las de Pig son las del autor de Sara Chura.

[he ahí una de las felicidades de tener en casa un Borges: sintetiza todo cuando circula y lo hace local. así todo es más fácil: de JLB se sale a Piglia casi de modo natural, tan natural como los dibujitos en las alas de las mariposas, según dijo el duro Hemingway del talento trágico de Scott Fitzgerald].

en suma, más allá de las anécdotas temáticas a las que las variaciones sucesivas de esta metáfora inaugurada por Ercilla se hallan circunscritas, estos textos invitan a preguntar qué hay detrás de esa voluntad protohamletiana de representación-de-Lo-Mismo-al interior-de-la-representación-de-Lo-Mismo.

y a la luz de esto me parece ver aquí el corazón de la Chura: crear un shelter from the storm para la ciudad amada. hacerle una copia impermeable a la erosión y al tiempo. una copia que la reproduzca sin disminución de escala. la ciudad que despierta en Sara Chura es pariente de la Alejandría de Durrell, del Berlin de Döblin, del Winesburg de Anderson. nada menos. no es hazaña menor.

el episodio de la maqueta de la ciega es a la vez una maqueta de la novela toda: todo lo que hace la novela de Piñeiro es “maquetear” esa La Paz dual, la visible y la secreta, por todos los medios a su alcance: siguiendo ese gesto exacerbado, fijáte que todos los personajes son avatares de otro, o de otra cosa, pero a escala, como prototipos, digamos: si hasta hay uno que actúa de muerto y todo.

cada actor de esa novela metaforiza un síntoma de la ciudad invisible, la que late bajo la otra, la efímera, la de cada día y todas las marchas de protesta.

¿y qué me dices del Falsoafán?

habrá que leer Cuando Sara Chura despierte como un elogio de la copia, ¿no te parece, querido Ferdydurke? (la copia en todo sentido: tanto el de plagiar un texto otro, como el de objeto que pasa por doble, réplica o maqueta de un original). y de paso, como quien no quiere la cosa, define la función del original: ser eso inaccesible que da lugar o hace posible la proliferación de maquetas. o sea, la literatura: sucedáneo, parchecito, consuelo, bálsamo genérico de esa totalidad imposible que las palabras tan sólo merodean.

yo

PS. hablando de copias. y sus diversas acepciones. ¿ya me conseguiste un ejemplar? TENGO que tener una copia de la Churita.

Bibliografía:

Piñeiro, Juan Pablo Cuando Sara Chura Despierte, OFAVIM, La Paz, 2003

Piglia, Ricardo El ultimo lector, Ed. Anagrama, Madrid, 2005.

Ercilla, Alonso, La araucana, 1569.

Borges, Jorge Luis El Aleph, Sur, B. Aires, 1949